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Adiós don Benito, Hola doña Emilia

Juan Carlos de Laiglesia| 17 de diciembre de 2020

Han tenido que pasar 100 años de su fallecimiento para que recordemos a Emilia. Y tiene que salir en los papeles el pazo donde escribió miles de páginas para que hablemos de ella. Así es esta civilización del espectáculo donde solo cuenta lo inmediato, eso que olvidamos apenas visto.

Se entiende la pereza inicial que puede producir su propio nombre ampuloso: Emilia Pardo Bazán. Antiguo. Denso. Con la literatura española del XIX (ese fértil siglo) nos ocurre como con El Quijote. Nos obligan a leerlo de niños sin entender ni jota y le cogemos una tirria que nos dura hasta la madurez, que es cuando lo apreciamos. Y si es posible disfrutar (y mucho) con las aventuras del caballero manchego y conectar con él y amarle desbrozando del texto la hojarasca del tiempo, aún más fácil resulta este ejercicio con escrituras más recientes.

Los Pazos de Ulloa yacía olvidada en una librería que ordené. Me animé a empezarla y no pude soltarla hasta el final, como le ocurrió a Clarín. No solo es adictiva, como se espera de un bestseller actual, sino que su riqueza literaria, lingüística y descriptiva, su profundidad psicológica sobrecogen. Tanto, que inmediatamente me lancé por su continuación, La Madre Naturaleza que, sin alcanzar la excelencia de la primera, se lee maravillosamente.

Este año oiremos hablar de la Bazán como de una adelantada del feminismo, de su inmensa biblioteca recuperada en el pazo de Meirás… pero lo primero que se ha oído, como siempre, es lo más anecdótico. Resulta que fue amante de Pérez Galdós (un centenario que concluye cuando empieza el de ella), se intercambiaban correspondencia picante y el canario le escribió que estaba deseando verla “para comerle los pechos”.

¡Escribe más de 40 novelas, compón poemas y ensayos, da conferencias y crea revistas literarias para esto!

¿Hasta el talento de esta enorme escritora debe pasar por el amarillismo de un Sálvame histórico para que se digiera?

Emilia Pardo Bazán en una conferencia del Ateneo.

 

 

La Pardo Bazán es una artista de las que se ven pocas, con una capacidad intelectual que le llevó a dominar cuatro idiomas, reconocida por Emile Zola como introductora en España de un naturalismo que supo fundir con el realismo español que practicaban Galdós y José María Pereda. Un capital cultural incalculable de una mujer que no pudo entrar en la Universidad porque estaba vetada para su género y aun así daba mil vueltas a los cultos oficiales. Rompedora en todo, era tan aristócrata como popular, y defendió la instrucción de las mujeres como su liberal padre que se había encargado de proporcionarle muchos más conocimientos de los que la época destinaba a las mujeres: costura, algo de piano y llevar las cuentas de casa.

Sería triste empezar su centenario con la anécdota de ‘los pechos’ en lugar de decidirse a repasar Los Pazos, (¡que no fueron solo una serie de televisión!) y seguir por sus muchas obras.

Foto destacada: Retrato de Joaquín Vaamonde (1894)

 

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