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Almodóvar se reconcilia consigo mismo en Dolor y gloria

Jesús Casañas| 22 de marzo de 2019

Este viernes, 22 de marzo se estrena Dolor y gloria, la nueva película de Pedro Almodóvar en la que se retrata a sí mismo a través de su alter ego, Salvador Mallo, interpretado para la ocasión por Antonio Banderas.

Lo primero que hay que dejar claro es que Dolor y gloria no tiene carácter de biopic, al menos en su sentido más literal. Estamos sin duda ante la película más autobiográfica de Pedro Almodóvar (ya habíamos visto altas dosis en Volver o La mala educación), pero no pretende ni mucho menos recorrer de forma metódica y precisa los datos de su vida y obra.

De hecho, cual Charles Bukowski con Henry Chinaski, utiliza para hablar de sí mismo un alter ego: Salvador Mallo. De igual modo cambia los nombres a todos los personajes (su madre Francisca pasa a llamarse Jacinta), utiliza películas y obras ficticias (Sabor, Adicción, El primer deseo…) y cambia lugares (en vez de emigrar a Extremadura desde su Ciudad Real natal se irá a vivir a una cueva de Paterna, Valencia). Un recurso sabio cuando uno no se quiere pillar los dedos con la exactitud de los hechos, exponer la intimidad de terceras personas y, sobretodo, la de uno mismo.

 

El planteamiento permite así que Mallo (interpretado por Antonio Banderas, al que, asegura Pedro, le pidió que no tratase de imitarlo) discurra a través de su biografía de forma libre, a ratos literal, a ratos pura ficción. La iremos conociendo en dos líneas temporales: la actual, en la que está atrapado en una crisis creativa causada principalmente por sus problemas de salud, y la pasada, en la que recorre su infancia con un Salvador niño (Asier Flores) pegado siempre a las faldas de su madre (encarnada por dos de sus ‘chicas Almodóvar’: Penélope Cruz para la Jacinta joven y Julieta Serrano para la vieja).

 

Dolor y gloria supone todo un ejercicio de reconciliación del cineasta manchego con su pasado. En primer lugar con su mencionada madre, a la que (según da a entender en la película) nunca le gustó ser partícipe de los argumentos en sus películas (falleció en 1999 en la vida real).

En segundo lugar, con su obra pasada (Sabor) y los actores con los que haya tenido conflictos, representados en el personaje de Alberto Crespo (Asier Etxeandia), con el que (dentro del argumento) lleva sin hablarse 32 años y caído en desgracia desde entonces. Crespo le abrirá las puertas de la heroína como vía de escape a sus dolores, aunque Almodóvar asegura que en la vida real ni ha estado tan mal de salud ni ha abusado tanto de la droga marrón.

 

Y en tercer lugar, se reconcilia con sus amores pasados a través de la figura de Federico (Leonardo Sbaraglia), lo que le dará la llave para reconciliarse consigo mismo. Una forma de afrontar sus fantasmas que ha debido de ser de lo más liberador para el director.

Ni qué decir tiene que Dolor y gloria supone también todo un ejercicio de metacine, con el cine dentro del cine. Un homenaje a los ochenta (tan de moda últimamente) plagado por supuesto de todos los rasgos característicos del universo Almodóvar: su pasión por la pintura y la literatura, su admiración por Chabela Vargas, su falta de tapujos a la hora de mostrar el consumo de estupefacientes, el prematuro despertar infantil del deseo, su Mancha natal…

Para completar el reparto, se vuelve a rodear igualmente de actores de su confianza, con participaciones tan destacables como la de Raúl Arévalo haciendo de su padre o la de Rosalía cantando junto a su madre (Cruz) y el resto de lavanderas a orillas del río. El resultado final, este viernes 22 de marzo en cines.

 

Texto: Jesús Casañas

Fotos: Manolo Pavón

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