Antonio López: realismo de alma y lienzo
El artista contemporáneo más reconocido de esta generación tiene 85 años y lleva 72 primaveras pintando, esculpiendo, trabajando. Es Antonio López. Sus obras son realismo puro, el mejor espejo de su propia dimensión humana y su visión de un mundo con esperanza. Su paleta mezcla la luz, la verdad, el esfuerzo y el siglo XXI, y convierte al arte figurativo de nuestra época en un referente mundial con asiento en los libros de historia de la cultura. Aplaudido en vida. Admirado como artista. Reconocido por su atractiva personalidad. Audaz y discreto. Presente y gloria. Realismo y otra dimensión.
Madrid, primavera de 2021. Detrás de esta fachada con marcas verdes a la altura de los ojos vive Antonio López: pintor, escultor, vecino, filósofo, antropólogo, humanista, viudo, padre, revolucionario, sencillo, currante, especial. Timbre. Adelante. Una mesa camilla. Una conversación. Hemos venido a retratar con palabras al artista de nuestro tiempo porque después de 72 años de background, su estela tiene forma, coherencia, textura, sabores, brillo, valores y un lugar prioritario en las páginas vivas de la Historia del Arte.
Antonio López es el pintor español vivo más cotizado
Unos ojos brillantes palpitan al otro lado de esta charla en zapatillas de estar por casa. Un mandil a brochazos. Y unos cuantos trabajos entre manos que replican esta perenne juventud creativa. Antonio López está esculpiendo su infancia: “A partir de una fotografía de estudio que me hicieron a los seis meses de nacer que había visto toda mi vida y no sé por qué, después de tanto tiempo, he pensado que ahí había una escultura. Deseo hacerme yo”. A la vez, diseña unas puertas para la catedral de Burgos que son un antes y un después, y un quebradero de cabeza para los eternos conservadores. También pinta Sevilla desde la torre de la navegación de la Expo ‘92 y unas flores sencillamente bellas. El mismo que convirtió la nevera en un templo y los baños en una estancia sagrada anda cavilando un proyecto trascendental a estas alturas épicas de extenso catálogo: hacer el rostro de Dios.
Esta casa es posada, techo y lecho. Aquí cobran vida sus intuiciones, aunque muchas de ellas se hacen en medio del mundo. López no tiene un taller al uso. Su estudio es la calle. Y también esta casa está llena de marcas por todas partes, porque entre una cosa y otra, como si hubiera espacios temporales posibles, él retrata sus estancias convirtiendo en futuro la guarida de sus emociones sin perder un segundo de vida en crear para el mundo.
Retrato manchego
Antonio López ha recibido todos los premios, ha pintado siete décadas pletóricas seguidas, ha esculpido con aprovechamiento y es el pintor español vivo más cotizado desde que en junio de 2008 se subastara su Madrid desde Torres Blancas por 1,9 millones de euros. Nada de eso se le nota en su realista normalidad, en su poderosa sencillez y en su elegante discreción. Porque él se considera un obrero de los que disfrutan el trabajo “como una vocación de servicio a la sociedad y enriquecimiento personal”. Y nada más.
Nació en Tomelloso el día de los Reyes Magos de 1936, unos meses antes de que estallara la Guerra Civil. Y no tiene ni una mueca de metralla de cinismo. Es feliz, a pesar de la pandemia, que mira por el retrovisor, y de que el 17 de febrero de 2020 falleció su mujer: la pintora María Moreno, “una persona excepcional que me ha enseñado y me ha ayudado mucho”.
Es feliz, pero, como buen realista, no utiliza en vano la palabra ‘felicidad’. Su vida y su obra son sereno disfrute ordinario, y serenas inquietudes colaterales, propias de la creación. Pero a estas alturas de su biografía, sigue creciendo, porque su horizonte no tiene horizonte “para hacer cosas que tengan sentido, que embellezcan el mundo, que transmitan emociones sanadoras”. No usa la palabra ‘felicidad’, pero la pone en práctica como catalizador emocional en un mundo de ombligos.
«La belleza es una manera de presentar al mundo vivo que no puede vivir separada de la verdad»
Sí emplea la palabra ‘belleza’, pero no el concepto ‘perfección’. Es esperanza objetiva. Es la vida real sublimada por el trabajo bien hecho, pero sin tintes de idealismos escapistas. Para él, el “arte hermoso” es el que “tiene que ver con la mirada inteligente, trascendente, profunda y verdadera de la vida”.
Como buen realista, duda. Duda, por ejemplo, de qué significa la belleza en este mundo segmentado y fragmentado que avanza y discrepa a toda velocidad. En su universo mental, “la belleza es una manera de presentar al mundo vivo que no puede vivir separada de la verdad. Si belleza y verdad son independientes, se crea una mentira”. Y él, como realista de platino e iridio, dice la verdad con sus tierras y sus pinturas, sus esculturas y sus lienzos, sus reflexiones y sus minutos fuera de cámara.
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