Influencers que cambiaron el mundo: Beethoven
Recurriendo al tópico, las canciones de Ludwig van Beethoven (Bonn, Alemania, 1770) dejaron de ser suyas para pasar a ser del mundo. Da igual los conocimientos musicales que tengamos, cualquiera sabrá tararear las melodías de Para Elisa (bagatela para piano solo) o la Sinfonía n.º 9 (cuyo cuarto movimiento conocemos comúnmente en España como Himno a la alegría, gracias a la versión que hizo Miguel Ríos en 1970). Asimismo, casi cualquier persona reconocería los dulces arpegios de Claro de luna (Sonata para piano n.º 14) o el dramático arranque de la Sinfonía del destino (Sinfonía n.º 5 en do menor).
Su talento para crear armonías es indiscutible. Cuando su padre se enteró de que Mozart había dado su primer concierto con 7 años, se apuró a enseñarle música al pequeño Ludwig para convertirlo en el nuevo niño prodigio (aun a costa de su infancia). A esa misma edad debutaba (en 1778) en Colonia. Con 11 años publicó su primera composición, Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Chris toph Dressler (WoO 63).
El joven Beethoven conseguiría escapar momentáneamente de la presión familiar cuando en 1787, con 16 años, se fue a Viena (Austria) apoyado por su mecenas, el conde Ferdinand von Waldstein, quien no solo le pagaría todos los gastos, sino que le convencería de sus posibilidades de éxito. Pero aquel mismo año debería regresar a su casa para enterrar a su madre. Su padre ahogaría la depresión en el alcohol y terminaría en la cárcel, lo que obligaría a Ludwig a hacerse cargo de sus dos hermanos pequeños durante años, tocando el violín en una orquesta y dando clases de piano.
En 1792, el príncipe de Bonn le financió un nuevo viaje a Viena, ciudad en la que ya permanecería el resto de su vida. Allí se enfrentaría a continuos desengaños amorosos, problemas financieros y diversas enfermedades. La peor de todas, la sordera, con la que tendría que lidiar desde principios del siglo XIX hasta el final de sus días. Aquellos conflictos personales marcarían irremediablemente tanto su carácter como el de su obra. También los propios hechos históricos, desde el ascenso de Napoleón (al que al principio veía como el liberador de su pueblo y dedicaría su tercera sinfonía, La heroica) hasta su degeneración política (cuando se nombró a sí mismo emperador, el músico arrancaría con violencia su nombre de la primera página de la partitura).
Pero también disfrutaría del éxito en vida. En cualquier caso, no paró de crear hasta su muerte en 1827, con 56 años. El legado que dejó habla por sí solo: nueve sinfonías, una ópera, dos misas, tres cantatas, treinta y dos sonatas para piano, cinco conciertos para piano, un concierto para violín, un triple concierto para violín, violonchelo, piano y orquesta, dieciséis cuartetos de cuerda, una fuga para cuarteto de cuerda, diez sonatas para violín y piano, cinco sonatas para violonchelo y piano e innumerables oberturas, obras de cámara, series de variaciones, arreglos de canciones populares y bagatelas para piano.
Su nombre está escrito con mayúsculas entre los grandes compositores de la historia. Es la figura central de la transición entre el clasicismo musical del siglo XVIII y el romanticismo del siglo XIX. También se le incluye dentro de ‘Las tres bes’ (junto con Bach y Brahms). Su influencia en los músicos posteriores es indiscutible y dura hasta nuestros días.