Benedicto XVI, el papa que supo renunciar al poder por amor a la Iglesia
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, ha fallecido a los 95 años. Repasamos la vida del primer papa en siete siglos que renunció al cargo más importante del mundo.
Era 11 de febrero de 2013 y aquel era un consistorio más de los tantos que un papa preside a lo largo de su vida. En latín, y casi sin darle mayor importancia, Benedicto XVI explicaba que sus fuerzas “no se adecúan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino” y que, por tanto, “con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro”. Desató un tsunami desconocido durante siglos. Siete, concretamente: la última renuncia voluntaria, la del papa Celestino V, databa de 1294. No había nada que regulase el papel del papa saliente, ni su relación con el nuevo sucesor de Pedro.
Pero Joseph Ratzinger (Marktl, Alemania, 1927 – Ciudad del Vaticano, 2022) tenía muy claro cuál sería su papel en adelante: una vida de oración y recogimiento por amor a la Iglesia. A esa misma Iglesia a la que supo renunciar cuando, efectivamente, su ya entonces avanzada edad (85 años) le impedía enfrentarse con la debida fortaleza a inéditos retos para la institución. Desde los sangrantes casos de abusos sexuales hasta casos de corrupción financiera, así como una guerra interna por el poder que, poco antes, había tenido su punto álgido con una serie de filtraciones a la prensa que demostraban el duro trabajo que había que hacer para limpiar la Iglesia desde dentro.
Hasta entonces, Benedicto XVI se había caracterizado por ser un papa querido por la gente, aunque todos los papas son queridos por los más de 1.300 millones de católicos que hay en el mundo. Su pontificado fue corto, de apenas ocho años, y tuvo que ‘cargar’ con el hecho de convertirse en el sucesor del queridísimo y más que carismático Juan Pablo II. Pero Joseph Ratzinger supo ganarse a la Iglesia a su manera: a pesar de ser un erudito, supo conectar con la gente. Y a pesar de vislumbrarse en él a un hombre tímido y poco acostumbrado a los focos, supo defender su papel de líder de la Iglesia Católica, en todos los sentidos. Por eso su renuncia pilló por sorpresa dentro y fuera de los muros del Vaticano, ya que protagonizaba una impecable ‘carrera’ eclesiástica que le había hecho pasar por todos los escalones previos al máximo honor que se puede tener en la Iglesia, el papado.
QUIÉN FUE BENEDICTO XVI
En junio de 1951, y junto a su hermano Georg -fallecido en 2020-, Joseph Ratzinger se ordenó sacerdote, y en 1977 fue nombrado cardenal. Entre medias, se había labrado un reputado papel como profesor y teólogo, que en su etapa de papa le sirvió para escribir una de las biografías de Jesús más completas que existen, en tres tomos de corte académico que, por estar firmadas por el entonces papa, se convirtieron en bestseller.
Este posicionamiento en la jerarquía católica le llevó directamente al Vaticano, donde fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Era 1981 y el propio Juan Pablo II fue quien se lo pidió. Abandonó Alemania, donde era arzobispo de Múnich y Frisinga, y se trasladó al Vaticano, de donde ya no saldría. Allí, fue nombrado decano del Colegio Cardenalicio y, en 2005, papa, un cargo que no le impidió seguir publicando: tres encíclicas, cuatro exhortaciones apostólicas y casi una decena de motu proprio, además de los citados libros o un libro-entrevista inédito en la historia, donde respondía a una larguísima entrevista con un periodista, sin evadir ningún tema.
LOS VIAJES DE BENEDICTO XVI
En paralelo, Benedicto XVI se ganaba al pueblo en la calle. Su primer viaje tuvo lugar en agosto de 2005, apenas unos meses después de llegar al papado. Y, curiosamente, fue a su país natal, Alemania, para presidir en Colonia los principales encuentros de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el gran evento para jóvenes que fundó Juan Pablo II para acercarse a las nuevas generaciones de católicos. Participaría en otras dos JMJ, en Sídney (2008) y Madrid (2011). No sería su única visita a España, que figura, junto con su Alemania natal, como el país que más veces visitó durante su papado. Un año antes, en verano de 2010, visitó Santiago de Compostela en pleno Xacobeo. Fue él quien quiso participar en los ritos y tradiciones del Año Santo compostelano; también hizo una parada en Barcelona para visitar la icónica Sagrada Familia. Cuatro años antes, había estado en Valencia para presidir el Encuentro Mundial de las Familias.
En total, Benedicto XVI realizó 25 viajes internacionales que lo llevaron a países tan dispares como Polonia (2006), Brasil (2007), Estados Unidos (2008), Camerún y Angola (2009), Tierra Santa (2009), Malta (2010), Chipre (2010), Reino Unido (2010), Croacia (2011), México (2012), Cuba (2012) o Líbano (2012), convertido en su último viaje internacional antes de renunciar. Curiosamente, en un país con una importante comunidad de musulmanes, uno de los ejes de su pontificado, centrado en estrechar lazos con el Islam. Por eso también estuvo en Turquía años antes, donde rezó junto al Gran Muftí de Estambul en dirección a La Meca. En cierto modo, y aunque unas palabras no muy bien escogidas despertaron protestas entre la comunidad musulmana, Benedicto XVI sentó las bases para un trabajo de acercamiento y hermanamiento con el Islam que después ha impulsado con éxito el papa Francisco.
LA RENUNCIA DEL PAPA
Toda esta actividad en la calle, donde nunca dejó de predicar en favor de la paz, el amor y el respeto a todas las personas, se vio interrumpida aquel febrero de 2013. Tras su renuncia, Benedicto XVI se retiró al convento Mater Ecclesiae, ubicado en la propia Ciudad del Vaticano, para dedicarse al estudio y la oración. Al principio generó ciertas sospechas, pues pocos podían asumir que un papa se retirase sin más y no tuviera la más mínima tentación de opinar sobre cualquier asunto que involucrara a la Iglesia, máxime en un momento tan convulso. Sin embargo, Benedicto XVI tenía claro su nuevo papel, y lo cierto es que, desde 2013, jamás se volvió a escuchar ningún tipo de opinión, entrevista o declaración del Papa Emérito, el cargo que creó el Vaticano para una figura que ya se presuponía que sería bastante común en un futuro que estará marcado por una mayor longevidad de las personas y un desapego al poder terrenal para devolver a la Iglesia su esplendor en un mundo complejo.
Desde su renuncia, la convivencia con el papa Francisco ha sido honesta y repleta de cariño. El papa ha visitado con frecuencia a Benedicto XVI, han rezado juntos y han mantenido una relación cordial, de hermandad. Pero Joseph Ratzinger jamás ha opinado sobre el pontificado de su sucesor, ni Francisco del de Benedicto XVI, para quien siempre ha tenido buenas palabras. Tampoco hemos visto al papa emérito en celebraciones públicas ni en viajes de ninguna clase. De hecho, el único conocido desde entonces es el que hizo en 2020 a Alemania para visitar a su hermano Georg en sus últimos días de vida. Previamente, el 28 de febrero de 2013, otro viaje marcó la historia de la Iglesia para siempre: el que realizó el entonces papa en helicóptero desde la Ciudad del Vaticano hasta Castel Gandolfo, la residencia de verano de los papas, donde se recluyó durante el cónclave que elegiría a su sucesor.
Desde que Benedicto XVI abandonó la silla de Pedro, su única relación con el Vaticano ha sido saber convivir dentro de sus muros con el nuevo papa, en silencio, recogimiento y sincera oración. Tal y como dijo aquella mañana de 2013 en la que renunció a cualquier protagonismo con la misma determinación con la que puso en marcha su sucesión. Una sucesión que vivió en silencio, el mismo en el que se ha ido casi diez años después. Sin hacer ruido hasta que su sucesor anunció al mundo la delicada situación de salud en que se encontraba, pidiendo oraciones por él. Sin focos, salvo los de los flexos para estudiar y las velas para rezar. Sin protagonismo, más allá del que ha dejado en periódicos, publicaciones y los libros de historia. Descanse en paz.
(Publicado: 31 diciembre 2022, 12.00 horas / Actualizado: 31 diciembre 2022, 17.30 horas).