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Cuando menos es más: el consumismo devora la sostenibilidad

Pedro Ruiz| 19 de julio de 2022

William Stanley Jevons (1835-1882) no tiene la prensa que otros ‘compañeros’ en la historia de la economía. No es el padre de una nueva rama, como Adam Smith o John Maynard Keynes, tampoco le dio nombre a ningún principio, como Vilfredo Pareto, ni sus dibujos, los economistas los llaman gráficos de equilibrio, han incomodado (o deleitado) a los estudiantes de tal disciplina, como Leon Walras o Alfred Marshall. Sin embargo, su interpretación económica de que ‘menos es más’ es una de las grandes claves del capitalismo. También del consumismo.

La notable contribución de Jevons, que ni mucho menos es la que ha pasado a la historia, la hizo en 1865 en un ensayo titulado La cuestión del carbón. El británico argumentó que un uso más eficiente del combustible fósil conduciría inevitablemente a un mayor consumo total. Una idea que por aquel entonces no se entendió muy bien, actualmente sigue pasando, pero que se ha convertido en una característica inherente del capitalismo.

Así, piense en la energía, como hacía el propio Jevons: en la actualidad, prácticamente cualquier medio de transporte (o máquina en general) es capaz de aprovechar cada julio de energía de los combustibles fósiles con más eficiencia que nunca. Sin ir más lejos, un coche de hace 20 años contamina tanto como 36 nuevos. Pero eso no ha hecho que las emisiones de dióxido de carbono, por ejemplo, se reduzcan, sino que ha ayudado a que casi cada año se superen máximos históricos. En concreto, si en 1995 se lanzaron a la atmósfera 23.450 millones de toneladas de CO2, en 2021 fueron 36.400.

 

 

Y esa tendencia se aprecia en casi cualquier producto o materia prima, ya que son ambivalentes. Un teléfono móvil en 1990 era entre seis y ocho veces más pesado que uno actual, eso supone un ahorro en materiales enorme. Pero por aquel entonces ‘solo’ había unos 11 millones de terminales, mientras que en la actualidad supera ampliamente los 6.000 millones. ¿Cuál es el resultado? Que la masa total de recursos utilizados hace 30 años fue de unas 7.000 toneladas, mientras que actualmente se han necesitado más de 700.000 toneladas.

Ese efecto logrado por el capitalismo de que ‘menos’ termina siendo ‘mucho más’ todavía es más dramático cuando se habla de bienes perecederos. Así, el acceso a los alimentos y/o a la ropa nunca ha sido tan fácil y barato (ni tan eficiente, que son casi sinónimos) tampoco lo ha sido el uso y abuso del mismo. Hasta el punto de que la sociedad actual no solo es capaz de acceder sin problema a unos bienes que hace siglos eran de lujo, sino que hay tanta cantidad que se puede desperdiciar una parte sin ningún tipo de problema.

 

LA INCREÍBLE CANTIDAD DE ALIMENTOS Y ROPA QUE TIRAMOS

Empecemos por los alimentos. Los humanos se han ido especializando en la producción de su sustento con el paso de los siglos. La selección artificial de plantas y animales más eficientes en los procesos hechos por nuestros antepasados se multiplicó con la manipulación genética realizada en las últimas décadas. Una vaca produce ahora cuatro veces más de leche que en 1950 y un pollo de corral pesa hasta cinco veces más que en 1957. También su cría es más eficiente: los agricultores necesitan solo 1,3 kg de grano para producir 1 kg de pollo, frente a los 2,5 kg de grano en 1985.

 

Tiramos a la basura en un año la cantidad suficiente de alimentos para haber alimentado a todo el Imperio Romano durante 450 años.

 

Pero esa eficiencia, que ha tumbado los precios, también ha provocado que se tire más comida que nunca. En la actualidad, cerca de 930 millones de toneladas de comida acabarán en la basura, lo que supone el 17% de todos los comestibles que se producen en el mundo, según los datos de la ONU. Una cantidad inmensa que, para hacerse una idea, podría haber alimentado a toda la población del Imperio Romano durante unos 450 años. Y eso solo ¡en un año!

Por su parte, la industria de la moda no se queda atrás. Sin ir más lejos, Shein se ha convertido en la firma textil más valorada del mundo, con un valor cercano a los 100.000 millones, gracias a que es capaz de crear más prendas nuevas y a menor precio que nadie. Una receta del éxito que antes encumbró a Inditex con Zara o que también está volviendo increíblemente popular a Primark. La producción de ropa en el mundo se ha duplicado en apenas 15 años, entre 2000 y 2014. Los bajos precios son una bendición para muchas personas, pero el abuso del ‘usar y tirar’ es una pesadilla para el planeta.

Una cadena de contaminación, además, que empieza mucho antes incluso de lo que se cree. Así, antes de generar un kilo de tela ya se han vertido a la atmósfera 23 kg de gases de efecto invernadero, ya sea por los pesticidas para el algodón o los lavados necesarios, según estima McKinsey. Y no ha hecho más que comenzar. La maquinaria de tratamiento, la de corte, la de confección instalada en países pobres, donde se crean la mayoría de las prendas, son muy contaminantes. Por último, el transporte. Y toda esa contaminación, ¿para qué? Simplemente para un par de usos, de hecho, los consumidores conservan sus prendas solo la mitad del tiempo que lo hacían hace 15 años.

Los males del desperdicio de alimentos no son menores. La gran mayoría de ellos usan enormes cantidades de pesticidas, son recogidos por maquinaria contaminante (especialmente diésel). A lo que hay que añadir, de nuevo, otros tratamientos industriales, es un sector muy mecanizado, y su transporte. Y todo para acabar en la basura. En definitiva, con el consumo responsable parece que está ocurriendo precisamente lo que ya predijo Jevons hace más de 150 años: menos está siendo bastante más.

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