David Rodríguez Caballero: el escultor de las ideas
Ser autor del trofeo alzado por Carlos Alcaraz en el Mutua Madrid Open es anecdótico en un escultor que, tan solo este año, tiene encargos de esculturas monumentales para Arabia Saudita, Virginia y París, mientras prepara la exposición del próximo noviembre en la galería Marlborough de Barcelona.
David Rodríguez Caballero nació en Palencia por la costumbre materna de dar a luz en su tierra, pero vivió adolescencia y juventud siempre en Pamplona. Viendo la afición de su hijo por el dibujo, su madre le animaba a entrar en academias de arte y, desde los 14 años, no se imaginaba haciendo otra cosa. “Mi atracción fuerte por el arte siempre estuvo ahí y cuando llegó el momento de elegir carrera universitaria, no dudé en aplicar para la Facultad de Bellas artes de Lejona (Leioa), en Vizcaya”.
Terminó la especialidad en Den Bosch (Holanda), cuna de El Bosco, y en su etapa estudiantil pintaba lo que llama “una abstracción bastante dura, pero poética”, mediante capas superpuestas, utilizando la espátula, en la línea de pintores españoles de los años 80 como Broto o Sicilia. Va usando las pinturas cada vez más como materiales y llega a Nueva York en 1998, donde empieza a trabajar con metales y a redefinirse claramente como escultor.
En esa transición, aún hace “una especie de pintura” rayando el metal, restándole material e introduciendo pequeños toques de color en esas planchas metálicas para presentar “como dos tipos de pintura”. Su fascinación por la cultura oriental le lleva a trabajar los pliegues a través de origamis, ya que aún no podía hacerlo con metales por falta de medios, pero esa práctica le ayuda a desarrollar el pliegue en su obra escultórica posterior, ya escultura totalmente tridimensional.
Cada paso en las obras de David, que el observador percibe en un golpe de vista, es fruto de una laboriosa progresión: ahora pinto, ahora rayo, después doblo… y más tarde llega a la curva. Es en 2004 y gracias a empezar a realizar joyas. Ese nuevo giro da a la volumetría de sus esculturas más importancia que la sensación puramente visual, retiniana (propia de la pintura) en las piezas.
Por concluir este repaso a su evolución artística, inevitablemente limitado y (confía su autor) no demasiado inexacto, el salto de las piezas “de pared” a las obras exentas se produce en Nueva York, ya en 2010, trabajando en su estudio de Manhattan, desde el que contempla los edificios del Downtown, que influyen en su obra al tiempo que le atraen las máscaras africanas. Allí comienza la aventura de sus esculturas de gran formato, presentes hoy en varios países y lugares públicos.
¿Cómo te acercas a la joyería?
Me invitaron a participar en una exposición sobre joyas hechas por artistas en Castellón. Había joyas de Picasso, de Chillida, de Anthony Caro, Alberto Corazón, y establecí una relación magnífica con el maestro orfebre Francisco Pacheco, que había realizado todas las medallas conmemorativas diseñadas por Chillida. Mis joyas son en realidad esculturas, con mucha presencia, no para llevar en cualquier momento ni cualquier persona, sino que se mueven en el mercado del arte como joyas de colección. Cada año hago alguna, y la joyería, aunque se hace con materiales muy caros, a mí me ha servido de banco de pruebas, porque así empecé a introducir el tema de la curva que trasladé después a mis obras de gran tamaño.
Llegar a ser un artista cotizado y acceder a la infraestructura necesaria para realizar grandes esculturas, con estudios abiertos en Madrid y Nueva York, no habrá sido fácil.
Un momento importante fue 2004, cuando siendo joven y aún sin medios para desarrollar grandes obras, me ficha la Marlborough. A su director de entonces, Pierre Levai, le gustaron unos catálogos muy humildes que yo tenía, me propuso trabajar con la galería y con ella sigo. Me iba bien en Madrid, pero quise saltar a Nueva York, que ya conocía, y nada más instalarme pude participar en una muestra colectiva que mezclaba nombres como Calandre y Victor Pasmore con artistas jóvenes. La exposición tuvo éxito y la llevaron a la feria neoyorquina de arte, el Armory Show. Allí compraron todas mis obras buenos coleccionistas, todo empezó a ir muy rápido y hubo que ampliar estructura, con el estudio de España siempre funcionando con gente trabajando en él, y el de Nueva York. Un poco de locura al principio, pero locura buena, claro.
Ahora trabajas en Madrid.
Las fábricas con que trabajo siempre estuvieron en España y estoy basado en Madrid desde hace un año porque la etapa covid ha sido bastante dura en Nueva York. También ha cambiado ya la relación del artista con su lugar de trabajo. Estoy en otro momento, con cierta cartera de clientes, una red… e importa más cómo produces que dónde lo hagas.
Yo amo el color y tú lo utilizas poco…
Para mí, el color es un complemento que tiene que estar justificado. Es sencillo pintar una obra de un color muy bonito y que se lo coma todo, pero yo no quiero utilizarlo como un recurso fácil, y por eso lo sitúo en puntos periféricos, muy discretos. Mi discurso parte más de la luz como materia, su efecto sobre la erosión…
Calificas tu obra de “abstracción geométrica”. ¿Cómo se depura una idea para convertirla en forma? ¿Es un proceso intelectual, emocional…?
Yo creo que es una mezcla. Parto de un tema, pero su producción es mucho más intuitiva porque, si no, la obra final sería desnaturalizada, muerta. A partir de una intención, de la misión que le has dado a esa escultura, trabajas con todas las licencias para conseguirla, y ese equilibrio entre el concepto y tu pulsión es el que te ayuda a comprenderte a ti mismo porque haces cosas que no entiendes.
¿Te preguntas por el efecto que provocará una obra tuya?
Es un error trabajar pensando en la aprobación de otros. No lo digo por narcisismo, sino porque cuando te sometes a hacer las cosas para gustar a los demás, todo pierde la intención y el sentido. El arte no debe ser ‘dime cuánto cuesta’ o ‘qué valor tiene’. No pensaba en el mercado, sino en cualquier espectador.
«Estoy muy poco apegado a las obras. Una vez terminadas, solo me interesa lo que me puedan aportar para hacer la siguiente».
¿Haces tus piezas como si solo fueras a verlas tú?
Ni siquiera eso, porque me alegro al desprenderme de ellas. Estoy muy poco apegado a las obras. Una vez terminadas, solo me interesa lo que me puedan aportar para hacer la siguiente. Lo vivo como un continuo work in progress que me ayuda a desarrollarme intelectualmente.
«En 10 años viviendo y trabajando en Nueva York, he visto a artistas pasar de cotizarse muchísimo y generar una fiebre brutal, a desaparecer».
Pero el mercado del arte es una realidad en la que, además, has triunfado.
Yo me preocupo del contenido. Soy cuidadoso con la galería, con los clientes… me alegra que mi obra tenga cotización porque ese reconocimiento me permite seguir trabajando, teniendo abiertos los estudios y produciendo, que es el objetivo. En el arte se ha producido la misma polarización que en la sociedad. Los artistas “top” son cada vez más “top” y el sector medio-bajo se barre, igual que pasa con la riqueza y la pobreza. En Nueva York todo es ‘¿cuánto vale?’ y ‘¿qué valor tiene?’, y el arte funciona como refugio de inversión porque es difícil que baje el precio de una obra, salvo que haya sido inflado de una forma muy artificial. Pero en estos diez años de Nueva York he visto a artistas pasar de cotizarse muchísimo y generar una fiebre brutal, a desaparecer. Hay apoyos ficticios para las subastas, estrategias muy marcadas… Todo eso es una cosa inestable y muy frágil que no va con mi personalidad. Prefiero que mi vida funcione de una forma más natural.
Cita algún artista que te interese.
Siempre he tenido muy presente a Zurbarán en mi trabajo por su tratamiento de los pliegues y los blancos. Anthony Caro es un gran clásico del siglo XX… Otros me interesan de una forma lúdica, porque, aunque no nos parezcamos en nada, me provocan algo. Cualquier cosa que me revuelva para arrancar, me interesa. Pueden ser colecciones africanas de máscaras o un montón de aspectos más.
¿Pasó la fiebre de las instalaciones y el vídeo?
Permanecen los buenos artistas. El medio da igual, lo importante es hacer una buena pieza, pero sí veo un interés grande por lo artesanal y muchísimos artistas se están incorporando a esa vía.
«Nadal me inspiró para el trofeo que ganó Alcaraz, porque representa todos los valores del deporte: superación, estrategia, inteligencia, intuición…».
Algunos te conocen por el trofeo que mordió Carlos Alcaraz al ganar en Madrid. ¿Es verdad que te inspiró Rafa Nadal?
Sí. Cuando me propusieron hacer el trofeo, acababa de pasar el Open de Australia. Nadal tenía el 98% de posibilidades de perder porque un mes y medio antes iba con muletas. Y que le diera la vuelta a todo eso y ganara el partido me inspiró como un espejo de todos los valores del deporte: superación, estrategia, inteligencia, intuición…
Los griegos clásicos definían cómo se alcanza la excelencia a través del buen hacer con la palabra Areté. De ahí parten las virtudes en todas las culturas humanas: la voluntad, el esfuerzo, el equilibrio… y derivan en las virtudes cardinales por las que se han regido la filosofía, las religiones y toda la espiritualidad.
Me parece un buen remate de esta conversación: primero piensas en la gesta de Nadal y en su excelencia. Hasta aquí, la idea. ¿Cómo la materializas en una escultura-trofeo?
Parto del óvalo de una raqueta de tenis, lo descompongo a través del pliegue, y en los planos interiores introduzco el color naranja de la tierra batida, para que ese pigmento se refleje en el metal brillante