Recuerdo de mi época universitaria la definición de entropía como el grado de desorden de un sistema… pero con excepciones, ya que hay sistemas en los que la entropía no es directamente proporcional al desorden, sino al orden. Llegados a este punto, estoy convencido de que más de la mitad de mis lectores habrán pasado al siguiente artículo. Lo comprendo.
Pero a los que aún sigan con esta tediosa lectura les debo la deferencia de explicar el porqué de esta poco atractiva introducción. Hace tan solo 20 años, la Globalización era la panacea de los males de la humanidad, el irrefutable correlato del capitalismo que se había erigido vencedor tras la miseria que el socialismo real había mostrado entre las ruinas del colapso soviético. Muchos jóvenes de mi generación leíamos maravillados El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama, mientras viajábamos hacia nuestros Erasmus en el Interrail de aquella Europa unida que simbolizaba el éxito de la Aldea Global.
Pero aún no éramos conscientes de que faltaba ‘internalizar el coste medioambiental’ en aquella alocada fiebre viajera que movía el mundo a base de quemar hidrocarburos y expulsar gases de efecto invernadero y clorofluorocarbono a una atmósfera que veía crecer año tras año el agujero de la capa de ozono sin que pareciera importarle a nadie.
«Nada sirvió para afrontar una verdad incómoda hasta que el principio entrópico entró a funcionar y el planeta respondió a la agresión con una efectividad brutal»
Cumbre de Río, documentales de Al Gore… nada sirvió para afrontar una verdad incómoda hasta que el principio entrópico entró a funcionar y el planeta respondió a la agresión con una efectividad brutal. La covid-19, enfermedad creada por un nuevo virus, torpedeó la causa principal de la contaminación que produce el cambio climático: el coste ambiental de una movilidad global basada en la quema de combustibles fósiles que emiten gases de efecto invernadero.
Confinamiento y reducción drástica de movilidad han reducido las emisiones de elementos contaminantes de forma radical. Los vehículos limpios también tienen una autonomía muy limitada, lo que, unido a la capacidad de mutación del virus para hacerlo más resistente a las vacunas y, por tanto, alargar más tiempo las restricciones a la movilidad, implicará ganarle tiempo al tiempo en la reducción de la contaminación y en evitar el colapso del clima.
Recordaremos con nostalgia la épica en que éramos jóvenes y viajábamos, íbamos de compras y salíamos a comer a los restaurantes disfrutando de la nueva conversación sin teléfonos móviles encima de la mesa sonando. Nuestros hijos y nietos ya no lo necesitarán, puesto que estos mismos móviles les permitirán ver el mundo en tiempo real sin moverse de su casa, comprar por Amazon sin ir a tiendas y comer sin ir a restaurantes gracias a Deliveroo.
Viajar sin moverse. Librepensar. Gracias Orwell, 1984 llegó en 2020.
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