No creía en dios, se proclamaba ateo. Su religión era la ciencia, y ésta es incompatible con los milagros. Pero su propia vida era la prueba de que existen. Stephen Hawking era un superhéroe, o al menos tenía todos los elementos para serlo. Era un genio de la ciencia, su cerebro parecía estar más desarrollado que el de la media, investigó y divulgó como nadie teorías sobre el big bang y los agujeros negros. Y encima era un tipo humilde. Solo había un “pequeño” inconveniente que le ponía las cosas algo más difíciles, una enfermedad degenerativa -esclerosis lateral amiotrófica (ELA)- que le diagnosticaron con 21 años y que le dejó prácticamente vegetal y sin habla. Pero ese, cómo él mismo decía, no era ningún problema, porque su espíritu no estaba discapacitado.
“La Humanidad es tan insignificante si la comparamos con el Universo, que el hecho de ser un minusválido no tiene mucha importancia cósmica”.
Hawking acercó la astrofísica al ciudadano de a pie, un mundo desconocido y fascinante. Sus conferencias generaban expectación allá donde iba. El científico viajó por todos los continentes y recibió numerosos premios y reconocimientos. Escucharle hablar -con su característica voz motorizada con acento americano-generaba, a partes iguales, admiración e incertidumbre.
Admiración, porque resultaba conmovedor ver como se reía de su propia desgracia, y hasta reírse le resultaba complicado. Su enfermedad fue reduciendo su motricidad hasta dejarle completamente inmóvil. Un mecanismo informático captaba sus movimientos oculares y los convertía en palabras.
Incertidumbre, porque sus afirmaciones categóricas, cargadas de argumentos, no presagiaban un futuro muy prometedor para el planeta tierra, a no ser que empecemos a cambiar las cosas.
Miembro de numerosas instituciones dedicadas al estudio de la ciencia, Stephen Hawking desarrolló su carrera como profesor de matemáticas en Cambridge hasta 2009. Además, es autor de varios libros que han tenido un gran éxito en todo el mundo, destacando títulos como Brevísima historia del tiempo, Agujeros negros y pequeños universos y otros ensayos, La teoría del todo o El tesoro cósmico, este último escrito en colaboración con su hija Lucy.
Además de por su brillantez y sus cualidades divulgativas, Hawking se convirtió en una estrella mundial por la obstinación con que se agarró al mundo. Apareció en series como ‘Los Simpson’ y ‘The Big Bang Theory’, de la que se declaraba fan, e hizo algún cameo que otro en alguna película como ‘Star Trek’.
Se casó dos veces y fue padre de tres hijos. Celebró su 60 cumpleaños subiendo a un globo aerostático y probó la gravedad cero a bordo de un Boeing 727.
«Aunque había una nube sobre mi futuro, encontré, para mi sorpresa, que disfrutaba más de la vida en el presente de lo que la había disfrutado nunca. Mi objetivo es simple. Es un completo conocimiento del universo, por qué es como es y por qué existe».
La grandiosidad de Stephen Hawking no solo abarcaba sus teorías y descubrimientos científicos, su lucha contra la enfermedad y su sentido del humor serán recordados de igual manera.
El físico británico fallecía a los 76 años en su casa de Cambridge esta madrugada. Un tipo brillante, irrepetible. Tal vez su ejemplo nos haga reflexionar sobre lo poderosa que puede ser la mente humana. Y en esta era, donde la desmotivación y la depresión se propagan como una pandemia, despertemos del letargo y reaccionemos. Utilicemos el secreto de Hawking: el entusiasmo. Buen viaje, profesor.
MPY.
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