Coincidiendo con el 40 aniversario del fallecimiento del naturalista, Odile Rodríguez de la Fuente publica el cuidadísimo volumen Félix. Un hombre en la tierra (Geoplaneta). El que se puede considerar “libro definitivo” sobre uno de los personajes más influyentes, queridos y respetados en España recoge su legado como humanista, ecologista y pionero de la comunicación televisiva y radiofónica sobre la naturaleza, revelando su carácter visionario y la vigencia actual de su labor.
Además de joyas como un relato de Miguel Delibes sobre la figura de Félix, ilustraciones sacadas de sus cuadernos de campo y reproducciones de cuadernos de rodaje de El hombre y la tierra, el libro incluye diez capítulos divididos por áreas temáticas con los textos de Félix y sus principales intervenciones radiofónicas y televisivas.
En el capítulo final, personalidades como Rosa Montero, Jesús Calleja o Juan Luis Arsuaga colocan a este adelantado del medioambiente en el lugar que nuestra historia le reserva.
La mano de su hija es visible en la selección de cada texto y la introducción a cada capítulo, por lo que esta particular celebración del Día del Padre 2020 merece un retrato: Odile creó en 2004 y dirigió la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente para perpetuar su legado y su labor divulgativa hasta que en 2016 se hizo insostenible económicamente y hubo de cesar en esa actividad. Bióloga de carrera y formada en EE. UU como productora audiovisual, comenzó su andadura profesional en National Geographic Television. En la actualidad reside en la provincia de Guadalajara donde lleva una vida privada y volcada en la naturaleza.
En su introducción, Odile escribe: “Somos producto de nuestra herencia genética y del ambiente que nos nutre, pero lo único sobre lo que podemos influir, de momento, es lo segundo: la educación, la crianza, el entorno y los valores con que modelamos ese potencial para que las nuevas generaciones sean un reflejo mejorado de lo que somos. Por ello, cuando se nos ofrece la oportunidad de escudriñar las claves que dieron lugar a un fenómeno que logró iluminar y despertar a una sociedad adusta, estimulando el potencial de toda una generación de niños y jóvenes, debemos analizarlas con detenimiento”.
Esta obra imprescindible está sembrada de textos con el lenguaje romántico que gastaba ese gran biólogo autodidacta que fue FRF, que describe así su acercamiento a la Naturaleza cuando era niño: “Libre de las planificadas y ordenadas obligaciones de una enseñanza oficial, me vi inmerso en las vibrantes imágenes de un mundo primitivo, apasionante y directo. No descubro el lobo, como la mayoría de los niños, pintado en las páginas de un cuento, con un saco al hombro y cara de rufián, sino recortado en el horizonte de la paramera, como una criatura mítica, aureolada de misterio por los relatos de los viejos pastores. Y no veo el halcón envilecido y desplumado en la jaula de un zoo, sino cayendo desde las nubes, como un rayo de muerte, para segar ante mis ojos la vida de un pato salvaje. Y los buitres, mis añorados amigos los buitres, coronan con sus órbitas en el cielo purísimo de mis primaveras los sueños y fantasías de un niño de mentalidad anacrónica, quizá -y Dios lo quisiera- paleolítica, de cuando los hombres y los animales vivían en la armonía de un todo”.
Por Juan Carlos de Laiglesia
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