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Francisco Villar: “El uso de pantallas en la infancia desborda el concepto de adicción”

Miguel Ángel Ossorio Vega| 17 de noviembre de 2024

Influencers habla con Francisco Villar, autor del libro Sin pantallas siento y pienso mejor.

Cada vez hay más estudios que vinculan el uso y abuso de las pantallas en menores con problemas de aprendizaje, desarrollo y comportamiento. Ahora, por primera vez, un libro se dirige directamente a ellos, los niños y jóvenes, para explicarles por qué sin pantallas van a vivir mejor. ¿Funcionará en una sociedad enganchada a la tecnología?


En Sin pantallas siento y pienso mejor se dirige directamente a los niños y jóvenes para explicarles por qué el abuso del uso de pantallas digitales es un obstáculo para su vida. ¿Cree que es efectivo hablar directamente a los jóvenes para tratar de disuadirlos del uso de un elemento que consideran imprescindible en su día a día? 

No, definitivamente no creo que sea efectivo disuadir a los jóvenes, entendiendo a jóvenes como menores de 18 años, pero sí creo que tienen derecho a una explicación, y esta es la explicación. Ellos no tienen acceso a un elemento que han acabado considerando imprescindible en su día a día porque lo consideraron así, sino porque los padres han sido persuadidos para considerar ese elemento como algo imprescindible para la vida de sus hijos. Nos engañaron a los padres y nosotros perjudicamos a nuestros hijos de la peor de las formas, queriéndolos ayudar. Si una industria comercializa algo para tus hijos diciéndote que es bueno, sobreentiendes que tanto la empresa como el que le permite comercializarlo se habrán asegurado de que efectivamente sea bueno. Como padre confiado no vas a pensar que alguien va a introducir algo en la vida de niños sanos que los vaya a perjudicar. Mientras, ellos sí toman medidas en consecuencia —proteger a sus propios hijos de los efectos perjudiciales a la vez que se siguen lucrando de que el resto de padres exponga a los suyos a esos productos—. Pasa el tiempo y las consecuencias negativas acaban dejando un rastro de malestar que ya no se puede negar: obesidad, problemas del sueño, deterioro de la salud mental, retraso del neurodesarrollo, problemas oftalmológicos, afectación del aprendizaje y un largo etcétera. Los padres tomamos conciencia, nos sentimos culpables y decepcionados con la sociedad, gestionamos esa culpa como podemos, incluso negando la evidencia en un primer momento, para posteriormente acabar pidiendo disculpas a nuestros hijos y rectificando. 

“Si una industria comercializa algo para tus hijos diciéndote que es bueno, sobreentiendes que tanto la empresa como el que le permite comercializarlo se habrán asegurado de que efectivamente sea bueno”

¿Han perdido los profesionales —y, con ellos, la sociedad— la batalla de dirigirse a los padres, de modo que ahora hay que enfocar el mensaje en los niños? 

Aquí nadie ha perdido la batalla, la batalla está ganada, solo hay que ver la decisión tomada en muchos centros educativos años previos y por las administraciones de educación ahora. La conciencia sin acción solo genera frustración e indefensión aprendida. Ya no estamos en la mera toma de conciencia, estamos tomando acciones. Sin pantallas siento y pienso mejor tiene sentido porque ya hemos avanzado en el primer paso, en la toma de conciencia; ahora ya estamos en recursos para la acción. Este libro es únicamente un recurso que me han pedido los padres desde hace un año, una explicación que creen que sus hijos merecen. 

La contribución de los adultos ha sido ‘manipulada’ por una parte, pero también promovida por un refuerzo inmediato y real. Si tú ves que tu hijo tiene una pataleta, le pones una pantalla delante y deja de llorar, es fácil pensar que es una herramienta útil. Es fácil olvidar aquello de que ‘educar es cansado’ y, si algo es bueno para ti, es posible que sea malo para él, porque educar no va a dejar de ser cansado nunca, y nunca va a dejar de ser cierto que la energía que dedicamos a ello es la mejor inversión que podemos hacer en nuestra vida. Cuando, además, tienes acceso a los estudios que evalúan esa forma de gestionar las rabietas y ves que la evidencia te dice que con esa estrategia estás incapacitando a tu hijo para la gestión de emociones en ese momento y en el futuro, la cosa se ve diferente. 

Entrando en materia, ¿cómo nos afectan realmente las pantallas? 

Las pantallas afectan realmente a nuestros hijos por dos vías principales. La primera es la afectación directa de su efecto nocivo: cuando un niño por debajo de los 7 años está expuesto a una pantalla, está forzando la musculatura inmadura del ojo de una forma perjudicial; las situaciones de acoso cuya única vía entrada es la pantalla o los contenidos inapropiados para la etapa de desarrollo. La segunda vía, aunque menos impactante a priori, es de mayor calado: la competición con los factores protectores. El tiempo tiene diferente importancia en las diferentes etapas evolutivas. Los primeros años de vida son etapas cruciales para el desarrollo de la persona, de sus capacidades, es un momento sensible para desarrollar las habilidades con las que enfrentamos la vida adulta. La combinación de ambas vías se acaba traduciendo en un incremento del riesgo de sufrir las consecuencias que estamos viendo, un deterioro del bienestar y un empeoramiento de la salud física y mental. 

¿Cualquier grado de uso de una pantalla es nocivo o solo el abuso? ¿Cómo definir cuándo estamos haciendo un uso excesivo? 

Hay actividades y sustancias que son buenas en el uso y que se pueden convertir en un problema en el abuso, como por ejemplo el deporte e, incluso, la ingesta de agua. Hay otras que no han demostrado entrar en el aspecto saludable en ningún momento. Por ejemplo, fumar un cigarro no es positivo, pero es menos nocivo que fumar un paquete. Pongamos un ejercicio sencillo: cuando vemos a un niño de 5 años 20 minutos delante de una pantalla solo tenemos que pensar qué estaría haciendo este niño si no estuviera aquí sentado. Prácticamente cualquier opción es más beneficiosa para su neurodesarrollo que esa, incluso el aburrimiento, provocar al hermano, hacer una cola en la administración o en el mercado haciendo un ejercicio ecológico de tolerancia a la espera y al malestar. Como la exposición a las pantallas no se ha demostrado superior a vivir en ninguno de los ámbitos, cualquier uso significa una interferencia con todas aquellas actividades que sí son positivas.

¿Está el problema en las pantallas en sí o, sobre todo, en lo que hacemos con las pantallas?

Tú regálale a tu hijo una pantalla en la que solo se pueda acceder a una tabla de Excel y te puedes quedar tranquilo: esa pantalla se quedará sin batería en algún rincón de la casa. Muy pocos adultos hacen el uso que quieren de las pantallas, muchos confiesan que están más tiempo del que habían planificado, más del que son capaces de confesar, que se sienten atrapados, que les acaba generando una sensación de malestar cuando salen, aquello que han llamado FOMO, que parece que no afecta únicamente a los adolescentes. Eso no es demérito de los adultos, ni que sean unos viciosos, es mérito de los ingenieros y desarrolladores, que conocen los mecanismos para doblegar la voluntad de las personas adultas; imagínate la de los niños y los adolescentes…

Realmente, da la impresión de no ser la persona la que usa la pantalla, sino que la pantalla es una forma de usar a las personas, de ponerlas al servicio de los clientes de las tecnológicas, de los que pagan, que obviamente no son los ‘usuarios’ a los que, prácticamente, todo se nos ofrece de forma gratuita. Insisto, la materia prima de las tecnológicas es el tiempo de las personas, nuestra atención, es por lo que pagan los verdaderos clientes de las tecnológicas, y las pantallas son la única vía de extracción, lo hacen de forma indolora y hasta placentera, entregamos con gusto lo más preciado que tenemos: nuestro tiempo. 

¿Cree que se terminará poniendo coto a estas prácticas o es difícil probar si realmente han diseñado sus productos con estas ideas en mente? 

Bueno, es que de hecho lo son: son los únicos y principales causantes del problema, pero su intención nunca fue hacer daño a nadie, su intención fue crear un negocio más, porque los primeros desarrolladores de digitalización querían sinceramente mejorar el mundo, democratizar el conocimiento y todas esas cosas fantásticas. Las tecnológicas se han encontrado en ese dilema también: lo que es bueno para su economía hace daño a los menores. Su materia prima es la atención de nuestros hijos y adultos, y su habilidad para conseguirla no tiene precedentes. Que ellos hacen los productos adictivos ya está más que evidenciado, del mismo modo que lo está la incapacidad de ponerles límites. Las redes sociales han estado declaradas como un problema de salud pública: 41 estados de los Estados Unidos se han querellado contra ellas por dos motivos: por estar haciendo daño a los menores y por estar haciéndolo con pleno conocimiento.

“El problema que nos plantea el uso de pantallas en la infancia y adolescencia desborda, con mucho, el concepto de adicción”

Se habla de que cada vez hay más niños y jóvenes adictos a la tecnología, pero no siempre conocemos directamente a alguien para poder ver de cerca las consecuencias. Como profesional, habrá visto y tratado a muchos. ¿Cómo detectar si nuestros hijos son adictos a la tecnología? ¿Qué síntomas y comportamientos tienen estas personas? 

El problema que nos plantea el uso de pantallas en la infancia y la adolescencia desborda con mucho el concepto de adicción. Cuando un niño de 3 años llega a su primer día de escolarización con un retraso del lenguaje, con una falta de comunicación, con mayor torpeza psicomotriz, con dificultades de interacción, resulta muy difícil hablar de adicción. Cuando tenemos a una niña de 11 años expuesta a una presión estética con mensajes de veneración de la delgadez, con un desagrado creciente con la imagen corporal propia y que acabe presentando sintomatología alimentaria, cuesta mucho hablar de adicción. Cuando tenemos a un chico con una reacción adaptativa o un cuadro depresivo causado por un ciberbullying se hace difícil hablar de adicción. Cuando los estudios epidemiológicos muestran incrementos de los sentimientos de soledad, de la desesperanza, de la ideación de suicidio, cuesta mucho hablar de adicción. Cuando vemos en los informes anuales de la fiscalía el incremento de las agresiones sexuales de menores a menores que profesionales como Lluís Ballester relacionan directamente con la exposición al porno, cuesta mucho hablar de adicciones. Yo no soy un especialista en adicciones, yo soy un especialista en prevención del suicidio, y es el incremento de la problemática que enfrento cada día provocado por el uso de pantallas lo que me ha puesto en acción, lo que me ha sumado a los muchos profesionales de otros ámbitos que estamos comprometidos con concienciar a la sociedad y a las instituciones para favorecer el cambio.

¿Es factible un mundo sin pantallas a estas alturas de la vida? ¿Hay esperanza para un uso más responsable de la tecnología o ya llegamos tarde? Pide la revista Influencers en tu quiosco y podrás conocer esto y mucho más.

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