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La verdad que no te han contado: porqué España sí depende del gas ruso

Pedro Ruiz| 4 de marzo de 2022

«España no depende del gas ruso». Es una de esas frases recurrentes que puede salir de la voz de un experto, de un cuñado o de algún conocido en un bar. Pero desgraciadamente no es correcta. En realidad, sí dependemos del gas que proviene de las estepas de Rusia. Y, todavía peor, cada vez somos más dependientes. Por ello, no solo estamos sufriendo ya los efectos económicos de la guerra que se está librando en Ucrania, sino que próximamente lo vamos a sentir todavía más.

Empecemos por la premisa sencilla. Para los ‘expertos’ que dan ese mensaje y aquellos que lo toman como propio, sin preguntarse nada más, la idea es que al no importar gas directamente de Rusia, no nos afecta si se corta. Un aspecto que sí es correcto. En concreto, en los últimos años el porcentaje de gas que la Unión Europea compra a Rusia sobre el total ha sido del 40%. Pero en España esa cifra se sitúa muy por debajo del 10%. Por lo que concluimos que efectivamente no dependemos del abastecimiento ruso.

Pero esa simpleza deja a la luz un problema de difícil solución. Así, si no dependemos del gas ruso, ¿por qué vamos a pagar el mayor precio de la de la historia por la electricidad en los próximos días o semanas?. Incluso todavía más perturbador: ¿Cómo es posible que el precio que estamos pagando de media coincida, más o menos, con el de Alemania, por ejemplo, que importa de Rusia cerca de la mitad del gas que necesita? Y quien dice el país teutón dice también otros muchos. Incluso Francia, que tiene el país plagado de centrales nucleares.

 

OFERTA Y DEMANDA EN EL MERCADO DEL GAS

Al final, va a ser cierto que sí dependemos del gas ruso. Y mucho. Esa es la desagradable realidad que oculta la frase, grosso modo, que lanza el experto y que repiten otros tantos ciudadanos. Pero es que es de sentido común, ya que vivimos en un mundo tan globalizado y conectado, que cualquier incidencia afecta a todo el mundo. Aunque solo sea por la vía de la oferta y la demanda a nivel global. De hecho, precisamente eso ocurre con Rusia.

El simple hecho de que Rusia decida cortar los suministros de gas a Europa supone reducir la oferta global drásticamente. Además, implica que todos los países a los que ya no les llegue el gas ruso, desde el que menos lo necesita al que más, deban encontrar un productor alternativo. En otras palabras, cuando la oferta cae (porque Rusia cierra el grifo) y la demanda sube (los países buscan en otros mercados) las leyes insondables de la economía dicen que el precio debe subir. ¿Cuánto? Pues en función del tamaño de ruptura entre oferta y demanda.

Y de la capacidad que tengan unos y otros de cerrarla. Los primeros para hacer crecer la producción, y los otros encontrar sustitutos al producto. Quizás aquí está el mayor problema para Europa y para España. En primer lugar, la perspectiva de que los productores puedan hacer crecer notablemente el gas que extraen es cuanto menos sombría. En realidad, esa opción no está ni encima de la mesa. La razón es que aumentar la producción de un pozo existente lleva su tiempo, entre 15 y 24 meses, y no todos los países ni empresas están por la labor.

 

LA DIFÍCIL ALTERNATIVA AL GAS RUSO

Incluso aunque las dos circunstancias se dieran en un tiempo récord, Europa lo seguiría teniendo difícil. De hecho, el norte de África, la otra vía de entrada, no puede aumentar las exportaciones lo suficiente como para compensar el déficit ruso. Mientras que los yacimientos en el propio suelo europeo, como en Gran Bretaña o los Países Bajos, hace tiempo que están en decadencia. La única alternativa, curiosa, es pedir más gas a Gazprom, la firma estatal rusa, para rellenar las reservas en primavera . Algo paradójico y que sería frenado por las propias leyes de la UE.

Lo de reducir la dependencia, a través de apagones, no parece de momento una alternativa. Quizás se plantee en verano, pero no en invierno. Por lo que la última alternativa que queda es encontrar sustitutos del gas. El que más sobresale es el gas natural licuado (GNL) que llega a través de los cargueros desde distintas partes del mundo. De hecho, se cree que Europa podría regasificar mucho más GNL de lo que está haciendo, pero de nuevo es difícil. En primer lugar, porque ya se está haciendo bastante, en concreto, un 25% del gas consumido es de este tipo. En segundo lugar, los mayores exportadores son Estados Unidos, Australia y Qatar y aunque todos tienen mucho más gas, también están exportando al máximo o casi al máximo.

La mejor opción a corto plazo es apoderarse de los cargamentos existentes, pero eso implica competir con Asia y elevar todavía más su precio. Las importaciones de China crecieron un 82% entre 2017 y 2020, por ejemplo; el año pasado superó a Japón como el mayor importador del mundo. Por último, alrededor del 70% del GNL negociado globalmente es en contratos que duran diez años o más.

 

LA ERRÁTICA POLÍTICA DE LA UE EN MATERIA ENERGÉTICA

Pero resulta impensable arriesgarse a tomar un contrato a largo plazo, cuando la legislación energética en la UE es tan cambiante. Sin ir más lejos, en España nos negamos a otorgar la etiqueta verde a este producto pese a que en el resto de la UE sí se ha hecho. Aunque lo peor de todo es que, aun si consiguiésemos más cargamentos, nos falta capacidad para tratarlo. Y la situación geográfica de las regasificadoras de Europa, situadas en la costa en España, Francia y Gran Bretaña, lo complican todavía más. Especialmente, porque las conexiones transfronterizas no solo son insignificantes, sino que en el caso de España son inútiles por la complejidad geográfica de extenderlas.

En definitiva, la idea de que no dependemos del gas ruso no es más que un engaño que nos hacemos para sentirnos importantes. En realidad, estamos a merced de Vladímir Putin y Rusia, como el resto de Europa, y lo pagaremos muy caro, ya sea en precio o en escasez. Probablemente ambos. Por desgracia, la política energética se debe planear y ejecutar a largo plazo, y llevamos demasiados años alejados de la realidad en este tema.

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