Jorge Fin: el pintor cultivado

Para Jorge Fin, el amor por la naturaleza y la curiosidad intelectual son dos motores para su creatividad, que le hicieron cambiar de vida cuando todo parecía preestablecido. Entre las nubes y los prados, transita una fuga continua hacia el paisaje interior de armonía que sus obras contagian.
El entorno en que se desenvolvió desde niño no podía ser más propicio para desarrollar su vocación. El entretenimiento infantil que proponía su madre (primera directora de Sotheby’s España) a Jorge y sus hermanos era garabatear y embadurnar los papeles que desplegaba por las paredes hasta que no cabían una línea ni un color más, cambiándolos después por otros inmaculados donde los hermanos seguían dibujando.
Otra diversión era corretear por los pasillos del Museo del Prado a la caza de detalles en las obras allí colgadas, comparando los cuadros donde aparecieran libros, o flores, como en un precoz patio de academia.
Así creció una fértil ‘camada’ que cuenta con un galerista de arte y dos pintores en activo, Javier y Jorge, que cambió el ‘De Juan’ de su apellido por el artístico ‘Fin’ cuando un periódico le confundió con su hermano mayor, ya reconocido en las lides artísticas.
Jorge quiso ser buen chico y acomodarse a una vida convencional. Se licenció en Economía Financiera y trabajó en un banco inglés. Pero la cabra tiró al monte y ya hace 36 años que decidió hacerse “monarca de cuanto observo y pintor de cuanto imagino”, fugándose de la mesa oficinesca repleta de papelotes sobre créditos e hipotecas. Hoy tiene un currículum largo y los arquitectos le encargan murales.
Su primera exposición importante fue en la Galería Columela, de Madrid, en 1991. “Eran figuras casi expresionistas con mucho color, desnudos, boxeadores… Esa cosa de los últimos 80 y primeros 90, con la posmodernidad, como rabiosa y muy gestual. Luego me voy a pintar a Mombeltrán, un pueblecito de Ávila, y aunque sigo haciendo figuras, el paisaje me va llevando a una pintura más contemplativa, que disfruta de la calma y la serenidad”.
¿Es entonces cuando te conviertes en pintor de nubes?
Había pintado paisajes nocturnos y humaredas antes, que expuse en la galería de mi hermano. Me iba alejando de la tierra, y desde el año 2000 ya paso unos diez años pintando solamente nubes. La primera exposición de esa temática fue Cloud Watchers, en el Palacio Almudí de Murcia, en 2003. Mi interés por las nubes me llevó a contactar por internet con John Day, un observador del cielo y divulgador muy mayor, que vivía en Oregón. Me daba mucha información y me pidió utilizar imágenes de mis cuadros de nubes en sus artículos. También me introdujo en la Cloud Appreciation Society de Londres, de la que me nombraron miembro honorífico.
“Las nubes son lo más democrático del mundo. Igualan a todos en la contemplación y el disfrute sin prisas de una cosa efímera e irrepetible, porque cambia continuamente”
¿Qué te sugieren las nubes?
Algo como una fuga, mirar para arriba, respirar y abstraerse de los problemas de aquí abajo. John Day, que daba conferencias por todo el mundo sobre las nubes, me explicó una idea muy poética. Decía que las charlas que más disfrutaba eran las que daba en una cárcel, porque cuando los presos miran hacia arriba están viendo las mismas nubes que un supermillonario, un rey o un presidente de gobierno. Las nubes son lo más democrático del mundo. Igualan a todos en la contemplación y el disfrute sin prisas de una cosa efímera e irrepetible, porque cambia continuamente.
¿Esa contemplación coincide con tu alejamiento de la gran ciudad?
A los de Madrid nos impresiona la naturaleza mucho más que al nacido en pleno campo, porque para nosotros es una elección y un descubrimiento lo que para ellos es una imposición. Madrid es maravilloso, pero cuando me preguntan qué es lo mejor que tiene, digo “irse”. Viví en Gredos dos años, un año y medio en la isla de La Palma, luego me fui a Sóller, en Mallorca…, y ahora vivo en Murcia.
Tu residencia, que la prensa califica como “de película”, está en la huerta de Molina de Segura. Allí manejas bastante más que un jardín doméstico.
Me impongo el cuidar y podar unos ochenta naranjos que tengo, como disfrute personal. Las naranjas se pasan verdes todo el otoño, y cuando llega el frío se ponen naranjas y forman un árbol navideño natural. Yo las regalo a mis amigos y tengo especies que ya estaban desaparecidas, según los huertanos mayores de mi zona.

Llegaste a impartir la asignatura ‘Dramaturgia de las nubes’, y se rodó un documental sobre tus cuadros con nubes.
Sí, fue a raíz de mi exposición Nefelocoquigia, arte de la interpretación de las formas de las nubes, cuyo título surge de la comedia Las aves, de Aristófanes. Carlos Muguiro, director de la Elías Querejeta Zine Eskola, dependiente del Festival de Cine de San Sebastián y la Universidad del País Vasco, me encargó esas clases. Son másteres de Cinematografía con alumnos de todo el mundo y profesores que vienen de Nueva York, de Berlín, cada uno especializado en una cosa: uno experto en fotografía de cine, otro en montaje o en revelado… Yo solo podía hablar de las nubes como elemento creativo, y eso querían, porque necesitaban una visión ajena al cine y ya explicaban las cuestiones técnicas en otros departamentos. También, como dices, mi amigo Santiago García de Leaniz, productor de las películas de Icíar Bollaín, dirigió el documental Nube del sol naciente en 2011, que narra el proceso de creación de mis nubes, y fue finalista del Action/cut Hollywood International Film Festival.
El cuadro Volando voy continúa en los cielos, pero después irrumpe un iceberg en tu imaginario. ¿Cómo sucede?
Estaba solo en mi estudio pintando, a cuarenta grados y rodeado de ventiladores, con un verano abrasador. Decidí pintar algo que me diera fresquito y luego me di cuenta de que un iceberg es lo mismo que una nube. La nube es agua en estado gaseoso, el iceberg es agua en estado sólido, y los dos cambian de forma. Me ofrecieron exponer el cuadro en Matadero, y tuvo mucho éxito. Conté esa broma de pintar icebergs en pleno verano a unos amigos que me invitaron a tomar un arroz en Cabo de Palos. Y en aquella sobremesa, a cuarenta grados, delante del mar, fundamos la Mediterra nean Iceberg Association. Desde entonces, nos reunimos una vez al año para ver llegar el iceberg al Mediterráneo. Levantamos la copa de whisky con un hielo flotando, enfocamos al horizonte y comprobamos que el iceberg ha llegado.

Te has definido como “un lector que pinta”. ¿Qué quieres decir?
Soy muy muy curioso y siempre leo cuatro o cinco libros a la vez. Muchas veces me refiero a otros artistas y a escritores en mis obras, pero la primera exposición que he basado completamente en un libro fue Walden. Manual para echarse al monte, en 2018, donde las obras se refieren a párrafos literales del Walden de Thoreau. Son obras dibujadas sobre azulejos con un rotulador permanente que no dejaba lugar a rectificaciones. En mi caso, investigación y pintura se retroalimentan. Al encargarme conferencias o cursos como el de la escuela de cine, me tuve que documentar muy bien. Otra vez me pidieron un curso sobre el jardín como instrumento creativo… Investigando tantas cosas diversas, me di cuenta de que lo que leía me ayudaba en los cuadros que estaba haciendo. Y al revés, lo que pintaba me ayudaba a plantear algunas ponencias.
Luego pasas de las nubes a la vegetación en las series Malas Hierbas y Claros del bosque.
Con mis hijos pequeños, nos tumbábamos en la hierba para mirar las nubes y dejábamos esa huella en los prados que luego he pintado en muchos cuadros y que llamo ‘observatorios’. Un día, viendo las nubes como siempre, simplemente giré la cabeza y empecé a pintar lo que tenía delante: hierbas. En el fondo, estoy pintando el mismo cuadro, es la misma contemplación. Para mí ha sido una consecuencia lógica.
Hay artistas que reconocen influencias de otros y quienes presumen de una originalidad absoluta. ¿Dónde te sitúas tú?
En la historia de la cultura, siempre se han tomado referencias a cosas anteriores. Manolo Valdés decide hacer un homenaje a Velázquez, que a su vez homenajea la mitología griega o romana. La historia de la música también está llena de grandes obras basadas en una comedia griega o una cantiga de la Edad Media. Todos bebemos de la cultura anterior, que es nuestro patrimonio. En el frontispicio del Casón del Buen Retiro, en Madrid, hay una frase de Eugenio D’Ors que dice: “Todo lo que no es tradición, es plagio”. Así explica muy bien la diferencia entre simplemente copiar algo o inspirarse en una tradición, un legado previo.
¿Siempre pintas escuchando música?
Para mí es fundamental porque me mete en una especie de trance y la música me va llevando mientras trabajo. Ahora estoy pintando un mural, subido a un andamio con dos ayudantes, y es muy gracioso porque es un edificio en obras y por abajo pasan los electricistas o quien toque. Según el día, puede estar sonando Boccherini, y de repente lo interrumpe la sierra del carpintero chirriando.
¿Por qué llamaste Fugas a tu última exposición?
Yo observo mi propia vida como una fuga en el doble sentido de la palabra y me gusta reconocerlas en algunas vidas y obras de artistas que admiro. Desde hace años me dejo guiar de la mano de Bach por la engañosa simplicidad de sus fugas, en las que todo fluye con una naturalidad admirable, todo resulta lógico e inevitable. La sábana mágica, el cuadro más reciente de todos los que te he enviado para este reportaje, cuenta cómo el escritor Nabokov se fugó de sus problemas gracias a su afición por las mariposas. Hijo de una familia riquísima en la Rusia prerrevolucionaria, Nabokov relata en sus memorias que, a los 8 años, la institutriz le ponía una lamparita de noche junto a una sábana para que el niño cazase las polillas. Él la llamó ‘la sábana mágica’, y yo recreo en el cuadro ese momento en el que el escritor inicia su afición por las mariposas.

Nubes, vegetación, fugas, murales… ¿Qué será lo siguiente?
No lo sé. Nunca me planteo ‘voy a empezar una cosa nueva’, sino que cada cosa me va llevando a la siguiente. A veces, vas tirando de un hilo a par tir de un cuadro y de ahí sale una serie entera. Es un proceso muy bonito porque no es impostado, sino natural.