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Juan Uslé o cómo entender de una vez el arte abstracto

Juan Carlos de Laiglesia| 22 de noviembre de 2021

Sus méritos pueden verse en la red, de modo que se los ahorraré al lector para que goce de la propia voz del artista, que se ha preocupado de elaborar minuciosas reflexiones a nuestro requerimiento, sin más preámbulos. Para cumplir con el precepto introductorio, solo reseñaré estas palabras sobre Juan Uslé (Cantabria, 1954) en la página oficial del Museo Reina Sofía: “Es uno de los más destacados protagonistas de una generación de pintores que, desde finales de los años 80, acaparan la atención crítica internacional. Ha indagado en las potencialidades de una abstracción renovada para mostrar su penetración sobre la realidad, su fragmentación y sus contradicciones”.

 

Mal de sol, 1994. (112×198 cms)

 

Desde hace décadas, Uslé mantiene un pie en Nueva York y otro en el pueblecito cántabro de Saro, en el Valle del Pas. “Pintar en un estudio grande, situado en un pueblo pequeño rodeado de árboles, y en otro más pequeño, de una gran ciudad rodeado de edificios, se complementa muy bien. Pero los artistas no solo trabajamos cuando estamos brocha en mano y rodeados de pigmentos. Una idea surge viendo la prensa o al viajar en metro, o cuando te despiertas sobresaltado de un sueño: el estudio está donde está la cabeza”.

Para saber cómo, cuándo y por qué comenzó el niño Uslé a pintar hay que visitar las impresiones motoras de su inquietud artística. Tenía unos 6 años al toparse con el primer caballete: “Un extraño artilugio de tres patas que sostenía un lienzo con la imagen del arco de piedra que había en casa de un vecino. Todo era insólito y atractivo, pero no me atrapó la triste imagen de ese arco pintado, sino las múltiples formas y matices de color, las mezclas interminables que, sobre la paleta, se mostraban mucho más vivas y poderosas que lo pintado en el lienzo”.

 

“PREFIERO ESPERAR, A FORZAR, DE AHÍ QUE SIGA PINTANDO. EN MI OBRA EXISTE UN PROCESO DE MACERACIÓN IMPORTANTE. LA PINTURA ES UN MEDIO LENTO Y YO ALIMENTO ESA LENTITUD”

 

The river of love, 1998-1999. (61×46 cm)

Ese primer encuentro con el color de las pinturas fue definitivo, como la poderosa naturaleza que le rodeó de niño y que no ha abandonado nunca: “Dentro de nosotros habitan imágenes y formas de luz de nuestra infancia que son una parte importante del imaginario singular que nos alimenta. Soy un niño de pueblo que creció pasmado cada atardecer, apreciando cuando la luz comenzaba a bañar los verdes en azul dorado y convertía las aguas azuladas del río en una superficie plateada, serpenteante y misteriosa. Cada tarde, el río pasaba de ser algo animado y rítmico a algo mágico, reflectante y de otra naturaleza sustancial. Muchas veces se ha hablado de humedad, nieblas, montañas, ríos y horizontes en mis obras que, si bien no son evidentes, parecen habitar por detrás, pero nunca traduzco literalmente las cosas. Más bien interpreto, me empapo, y lentamente van aflorando. Prefiero esperar, a forzar, de ahí que siga pintando”.

 

Quizá, digo yo, aquí tengamos una ‘explicación’ para tus colores y tu poderoso trazo. ¿Alguna otra experiencia infantil nos acercaría a tu tratamiento de las formas?

Un día, mis padres acordaron que iríamos al cine. Ninguno sabíamos de qué se trataba y la excitación era muy grande. Llegamos tarde, y la sesión, en un enorme almacén de pienso del pueblo de Galizano, ya había comenzado, así que nos sentaron en la primera fila, muy cerca de la pared donde se proyectaba la película en blanco y negro. Las figuras, enormes y deformadas, apenas eran reconocibles, ni pude configurarlas en mi retina. Aquella primera experiencia del cine se ciñó a un ejercicio muy conceptual, el de intentar capturar aquellas grandes sombras en movimiento y metamorfosis permanente cruzándose con otras igualmente desenfocadas y tan próximas a nosotros que las podía tocar, pero no identificar.

 

¿La abstracción es más ‘intelectual’ o ‘espiritual’ que el arte figurativo?

No sabría responder si una pintura de Agnes Martin (minimalista abstracta canadiense) es más espiritual o intelectual que una de Vermeer (pintor barroco del XVII). Desde joven, necesito «ver» y experimentar el arte, que enriquece mi vida, y cuando estoy frente a una pintura que me hace pararme, no me entretengo en clasificarla o compartimentarla en guetos, porque no creo en ellos. Observo y procuro olvidar lo que sé para sentir y conocer una experiencia sin fobias ni fronteras prefabricadas.

 

«CUANTO MÁS APARECÍA POR LA CORTE (MADRID), MÁS PADECÍA LA GRIPE DE LAS INFLUENCIAS. POR ESO FUI A UN MOLINO ABANDONADO PARA PINTAR, BUSCANDO LA NATURALEZA, Y ALLÍ, APARTADO, MI TRABAJO SE FUE HACIENDO MENOS RUIDOSO Y MÁS INTROSPECTIVO»

 

Xian (Lejanías), 2020-2021. (56×41 cm)

¿Reconoces la influencia de otros artistas?

Esas influencias, que definimos como el espíritu de una época, suelen hacerse más obvias en los períodos de formación de los artistas, cuando su juventud les empuja a coger trenes de corto recorrido. Quizá ninguno se haya librado de esas gripes. A mí me ha pasado y, cuanto más aparecía por la corte, más la padecía.

Por eso decidí apartarme y fui con Vicky (Victoria Civera, su mujer y conocida artista multidisciplinar), a un molino abandonado en el valle del río Miera para pintar, buscando la Naturaleza para depurar esas influencias y reencontrar la infancia. Allí, apartado, mi trabajo se fue haciendo menos ruidoso y más introspectivo. Dijeron que me hacía ‘romántico’ y caminé decididamente hacia atrás.

Hoy, me alegro mucho de esos pasos tan apartados de los pasos bien medidos de la corte ibérica. Más tarde, ya en Nueva York, me fui atreviendo a reconocer la palabra ‘artista’ como próxima a mi identidad y la acepté con cierta naturalidad.

 

«EN LOS 90, EL ÉXITO Y LA DEMANDA CRECÍAN A MI ALREDEDOR Y CASI ME SENTÍ OBLIGADO A CAMBIAR MI SISTEMA DE TRABAJO, PERO ME DI CUENTA DE QUE YO NO BUSCABA ESA CLASE DE ÉXITO Y DECIDÍ MANTENER MI MANERA ARTESANAL DE PRODUCIR LAS OBRAS»

 

East Dualita, 2020-2021. (46×31 cm)

Al éxito no se llega sin que crezca la demanda de obras de un artista, lo que nos remite al mercado. ¿Cómo te has relacionado con él?

Creo que los que tratamos de hacer arte no pensamos demasiado en el mercado. Al menos, yo no lo hago. Uno procura trabajar sin pensar en “quién o dónde”, sino favoreciendo la aventura en travesía, perdiéndose en los meandros de la creación, sintiendo la experiencia artística como un proceso de pérdida y reencuentro.

Cuando, en los años 90, el éxito y la demanda crecían a mi alrededor, casi me sentí obligado a “ampliar plantilla” y cambiar mi sistema de trabajo, pero aquello me forzaba a producir cada vez más y me di cuenta de que yo no buscaba esa forma de éxito o más dinero. No me veo de director de taller o jefe de estudio, así que decidí no modificar nada y mantener mi manera artesanal de producir las obras. La pintura es un medio lento y yo alimento esa lentitud. Valoro mucho mi relación con el estudio: el espacio tranquilo, el silencio, la soledad necesaria… ahí es donde encuentro mi libertad.

 

En tu trayectoria, te mueves alternativamente entre los principios de ‘no repetir nunca el mismo cuadro’ o ‘repetir el mismo porque siempre será distinto’.

Según el ánimo o el desarrollo del proyecto en que me encuentre sigo una línea o la otra. En 1989 fui a Nepal, donde hice muchas fotos y descubrí lugares y gentes increíbles, pero lo que más me marcó allí fue la respuesta de un pequeño nepalí cuando le dije que nuestro genérico “hola” equivalía a su “namasté”. Sonrió mirándome a los ojos y me dijo rotundo: “No, porque cuando yo te digo ‘namasté’, me estoy dirigiendo a lo que hay dentro de ti de diferente. Por lo tanto, no se trata del mismo saludo”. De vuelta en NY, esa frase volvía siempre a mi mente, y me dije: “¿Por qué no olvidarme de Juan Uslé. A partir de ahora, intentaré descubrir en cada obra una entidad diferente”. Y preparé muchas obras de tamaño idéntico, la ‘familia de obras Namasté’, pero dialogué con cada una de ellas de una forma completamente distinta.


Sobre cómo compone Uslé otras ‘familias’ de cuadros, su mecanismo mental y cómo desarrolla una sesión de trabajo en su taller (ya que el verdadero ‘estudio’ está siempre en su cabeza) estas son sus reflexiones: “En el taller, justo antes de comenzar una tela, desaparecen el tiempo y los fantasmas. Antes de comenzar, suelo ejercitar ciertos rituales para vaciarme, con o sin música, para abrirme a posibilidades que, en otro momento, me parecerían ridículas. Es lo que en algún momento he llamado ‘Blind Entrance’. Suelo elegir los colores con los que voy a pintar y los fabrico antes de comenzar”.

 

Notas para SQR, 2021. (57,5×76,5 cm)

 

“Siempre tengo una idea, una visión más o menos clara de lo que voy a hacer, pero no me molesta en absoluto perderme en el viaje y, a veces, incluso lo procuro. En la última década me he centrado en la familia ‘Soñé que revelabas’, pero cuando me coloco delante de una tela en blanco con intención de desconocerme, bucear en ella sin luz o saltar simplemente al vacío, ya antes soy consciente de que me espera un viaje sin hoja de ruta y de que he sido duchampianamente ‘célibataire’. He pintado muchos cuadros así, alejándome de cualquier patrón. Y también juego a sorprenderme, sobre todo, en formatos pequeños a los que doy igual importancia que si fueran grandes, porque el universo está lleno de maravillosos ejemplos en diversas escalas y muchas maravillas son de una escala muy reducida”.

 

Fotos: Galería Moisés Pérez de Albéniz y Archivo del artista

 

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