La ‘Divina comedia’ del influencer
En estos tiempos que corren, en los que el sentido común parece haberse dado a la fuga y el brillo de las pantallas ilumina más que la razón, el influencer se ha impuesto como profeta en la era digital. Una nueva especie en la que se ha colado una turba de impostores que, aspirando a una fama rápida y confundiendo popularidad con relevancia (como si el número de likes fuera equivalente a cambiar el mundo), ha terminado denostando hasta su propia denominación.
En Influencers siempre hemos defendido que la verdadera influencia reside en la capacidad de inspirar a otros, cambiar opiniones y, en definitiva, tener un impacto real en la sociedad; una categoría o estatus que se alcanza cuando alguien se ha convertido en autoridad ejerciendo determinada profesión o actividad, pero no es una actividad en sí misma. Sin embargo, de un tiempo a esta parte vemos con resignación cómo el término ‘influencer’ ha sido secuestrado por una legión de personajes que, como no saben lo que significa ser influyente, más que influir, posan.
Por supuesto, hay excepciones. Nachter es un creador de contenido humorístico con más de 20 millones de seguidores que, a diferencia de los que solo publican fotos mejor o peor editadas, ha conseguido algo mucho más valioso: hacer reír a toda la familia con un humor blanco y accesible, algo cada vez más escaso en estos tiempos de ironía fácil y polarización. Su contenido, lejos de ser frívolo o vacío, nos ofrece una pausa amable en la rutina diaria sin necesidad de recurrir a polémicas ni artificios. Es, sin duda, un ejemplo de que la influencia puede ejercerse con buen gusto y, sobre todo, con respeto hacia el público. Uno de esos pocos casos en los que el término ‘influencer’ sí se aplica correctamente.
Sin embargo, el caso de Nachter es rara avis en un ecosistema donde el concepto de influencia ha perdido su significado. Antes, ser influyente implicaba años de experiencia y sabiduría. Hoy, tener un perfil vistoso y un poco de suerte con el algoritmo es suficiente para que alguien se considere influencer. Dijo Oscar Wilde que “lo único peor que hablen de ti es que no hablen de ti”; y ahí están, implorando en silencio que no se apague el engagement.
En este circo digital encontramos de todo: desde el gurú de fitness, que con abdominales de Photoshop te hace creer que con su método secreto podrás conseguirlos sin sudar una gota, mientras de fondo suena Rocky en bucle; pasando por la de belleza, que hoy te vende la crema mágica que lo cura todo y mañana te hace sentir mal por no invertir media nómina en su rutina de 27 pasos; y no nos olvidemos de los gastronómicos, esos que consiguen que cualquier plato parezca digno de un estrella Michelin mientras tú te preguntas por qué tu paella de marisco parece siempre tan triste en comparación. Pero quizás los más lamentables de todos son los de lifestyle, que hacen que su desayuno de avena con chía parezca una obra de arte y que te venden la frase de turno: ‘Trabaja duro, sueña en grande’, desde una playa paradisiaca, mientras tú no sales de la oficina. Y lo peor no es que lo hagan, sino que la gente no los bloquee.
Narciso, que en la mitología griega era un tío engreído que se enamoró de su propio reflejo en el agua, a la que acabó arrojándose (muriendo ahogado), sería un chaval con algo de autoestima al lado de estos personajes.
Pero no todo es de color de rosa en el mundo del influencer. Entre el brillo de los likes, se ocultan sombras: la presión de mantener se relevantes, el constante escrutinio público, las campañas fallidas (¡oh, una influencer vegana pillada comiendo un filete!) y la amenaza de cancelación. Porque en este mundillo, un mal comentario puede acabar con tu reino más rápido que una caída de servidores de Instagram.
Al final, todo esto no es más que una tragicomedia. ¿Qué será de ellos cuando el algoritmo cambie o surja una nueva moda digital? Muchos quedarán como reliquias de otra era. Dijo Shakespeare que “todo el mundo es un escenario en el que todos somos meros actores”, y nunca ha sido más cierto que en la era de los influencers. Que siga el show.