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La privacidad de los datos es una cultura, no un reto

Daniel Fried| 25 de octubre de 2021

Las tecnologías digitales se emplean en todo el mundo, no hay ningún continente en el que no sea así. Si bien es increíblemente difícil de cuantificar, hay diversas estimaciones que calculan que el valor de la economía digital está entre el 4 y el 15% del PIB del mundo, de acuerdo con la ONU.

Tecnologías como la conectividad y cloud han ayudado en líneas generales a promover la globalización y desempeñan un papel unificador para las personas y las empresas de distintas partes del planeta. No obstante, en los últimos años hemos visto diferencias culturales que empiezan a salir a la luz.

 

PRIVACIDAD VS. ECONOMÍA COLABORATIVA

En concreto, la región EMEA, impulsada por el Tribunal de Justicia Europeo, ha plantado cara a la idea de permitir la libre circulación de datos de un sitio a otro sin limitaciones. La privacidad es un derecho humano en esta región. Se trata de un derecho que choca con el concepto de la libre circulación de datos y de la llamada «economía colaborativa».

El Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), aprobado en mayo de 2018, fue el primer ejemplo de un marco regulatorio realmente sólido y que aplica sanciones que se basan en los principios comunes de la privacidad de los datos. Más de tres años después, el GDPR sigue enseñando los dientes y aquellas empresas que no cumplen tienen que hacer frente a importantes sanciones económicas.

Los datos son la divisa de la economía digital

Con demasiada frecuencia se considera que, reglamentos como el GDPR y la reciente anulación del Escudo de privacidad de la UE en 2020, son barreras limitantes. Posiblemente se debe a que los datos son la divisa de la economía digital y las restricciones de uso se ven como un ataque a la innovación y a las libertadas capitalistas.

Aunque esta es una visión muy reducida de lo que realmente es la economía digital. Se ha hablado en varias ocasiones de los datos como divisa de activos altamente monetizables como el petróleo y el oro. Sin embargo, son muy distintos a esos activos. Los datos van desde los altamente confidenciales a los extremadamente personales, pasando por los indescifrables y los que carecen de valor.

Los datos, sobre todo los personales, se parecen más a activos impersonales como el petróleo y el dinero, por lo que se debe regular su uso comercial.

Igual que los bancos tienen que proteger el dinero de sus clientes, las empresas que usan datos para obtener información valiosa y monetizable están obligadas a proteger esos datos. Se trata de un contrato social y reglamentos como el GDPR hacen que su cumplimiento sea exigible por ley.

Para tener éxito de verdad en la región EMEA, los proveedores de tecnología y servicios cloud tienen que entender que la privacidad y la confianza son un pilar fundamental de la cultura de la sociedad europea. Tanto los proveedores internacionales como los regionales deben ser conscientes de las particularidades de la privacidad y soberanía en Europa si quieren hacer frente de manera adecuada a las expectativas de los clientes.

 

ECOSISTEMA DIGITAL

Por ejemplo, el proyecto GAIA-X, puesto en marcha por representantes del sector privado, la ciencia y la política, tiene por objetivo crear una propuesta para la siguiente generación de infraestructura de datos en Europa. La idea es crear un ecosistema digital en el que datos y servicios puedan estar disponibles, ser recopilados y compartidos dentro de un entorno de confianza en Europa y más allá.

Las implicaciones de esto para los proveedores cloud que operan en la región EMEA pueden ser negativas si se percibe que sus métodos para recopilar, compartir y proteger los datos no están en línea con los valores de privacidad europeos.

La privacidad es un derecho humano y las grandes empresas tecnológicas no pueden pisotearlo

Este no es más que otro ejemplo que corrobora mi creencia de que todo está relacionado con las personas en la tecnología y las empresas. Las actitudes culturales sobre la privacidad en cada parte del mundo son un reto que las grandes empresas tecnológicas aún están aprendiendo a afrontar.

Se trata de una historia compleja que se remonta en el tiempo y que está basada en las experiencias sociales, políticas y económicas de cada uno de los países.

El hecho es que la privacidad es un derecho humano y las grandes empresas tecnológicas no pueden pisotearlo. El sector cloud, en especial, debe asumirlo en lugar de combatir esta realidad si quiere mantener el rápido crecimiento que ha experimentado durante la última década.

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