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Los empleos que nos deja el covid-19

Silvia Leal| 8 de octubre de 2020

Los cambios del mercado laboral han sido tan impresionantes durante las últimas décadas que, aunque nos cueste creerlo, hoy tan solo se conservan un 1% de los empleos que existían hace un siglo.

¿Quién se lo iba a decir a Molly Moore? ¿O a su madre, Mary Smith? Ella fue precisamente quien le enseñó todos los secretos de la profesión… ¡Cómo iban a imaginarse que serían las últimas! Y que su trabajo pronto desaparecería por culpa del reloj despertador…

El reloj despertador es un dispositivo inventado por los griegos doscientos años antes de Cristo, aunque la versión que hoy conocemos fue desarrollada en 1787 por Levi Hutchins, un relojero de New Hampshire. Y cuando este invento se ‘democratizó’, acabó para siempre con los despertadores humanos.

Este empleo se hizo muy popular en países como Inglaterra e Irlanda, a raíz de la industrialización y la necesidad de cumplir horarios, tratándose de unos profesionales que recorrían las calles despertando a sus clientes, para lo que utilizaban varas, bastones o cañas de bambú con las que lanzaban piedrecitas, cacahuetes o guisantes secos contra las ventanas de las casas.

Esta llegó a ser una buena profesión que, en muchos casos, hasta se convirtió en tradición y, sin embargo, con el paso del tiempo su función dejó de tener sentido y finalmente desapareció. Y todo ello por culpa de una máquina…

Y está claro que el caso de los despertadores humanos es tan solo un ejemplo de este viejo fenómeno de destrucción de empleo provocado por la llegada de nuevas tecnologías, porque hoy todos conocemos otras muchas profesiones que corrieron la misma suerte: ¿qué fue de los ascensoristas? ¿del sereno? ¿de las mecanógrafas? ¿de las lavanderas? ¿qué fue de todos ellos?

Dicen que las crisis aceleran los procesos históricos y con la pandemia del coronavirus se ha acelerado la digitalización, y con ella esta brecha.

Por esa razón, es el momento de reflexionar sobre cuál era la situación del mercado laboral cuando llegó el COVID-19. Y es que, al contemplar el futuro, siempre surgía una doble visión, enfrentada y con muy pocas cosas en común. Por un lado, estaban las expectativas de los organismos internacionales, claramente optimistas en sus previsiones oficiales; unas previsiones que contrastaban con el pesimismo que impregnaba a gran parte de la sociedad.

Y entre los primeros destacaba la visión del Foro Económico Mundial, para muchos, el mayor referente en estos temas, desde donde se apuntaba a la destrucción de 75 millones de empleos para el año 2022, un balance que, en su opinión, pronto sería claramente compensado por la generación de 133 millones de puestos de trabajo nuevos. No obstante, sus vaticinios no terminaban de ‘calar’ en el seno de una sociedad en la que millones y millones de personas miraban al futuro con gran preocupación y con muchas dudas; una sociedad que sentía en primera persona el impacto de tanta tecnología sobre su estabilidad profesional.

Esta situación terminó provocando un desafortunado desajuste profesional global: en enero del 2020 un 54% de los directivos declaraba tener muchas dificultades para encontrar los profesionales que necesitaban sus empresas, ubicándose entre los países con mayor dificultad (entre un 66% y 90% del total de los directivos preguntados) Finlandia, Estados Unidos, Polonia, Hungría, Hong Kong, Croacia, Grecia, Taiwán, Rumanía y Japón…; un escenario que convivía, en muchos países, con unas tasas de desempleo francamente preocupantes y que no dejaban de aumentar.

Pues bien, ¿y qué impacto ha tenido el COVID-19 sobre todo esto? Dicen que las crisis aceleran los procesos históricos y con la pandemia del coronavirus se ha acelerado la digitalización, y con ella esta brecha. Por ello, es importante tener en cuenta que no es algo nuevo, este desajuste lo hemos vivido en todas las revoluciones industriales y el saldo final entre destrucción y generación de empleo ha sido siempre positivo.

Sin embargo, el trauma en el corto y el medio plazo es siempre muy duro y es necesario que se pongan en marcha los mecanismos necesarios para acabar con él cuanto antes. Y deben hacerlo los gobiernos y las empresas, pero también cada una de las personas que formamos parte de una sociedad que no se merece sufrir otra crisis y que necesita dejarla atrás cuanto antes…

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