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Pedro Moreno-Meyerhoff: «El toreo me permitió pintar el brillo y el dorado de Velázquez»

Juan Carlos de Laiglesia| 30 de enero de 2022

Si la realidad fuera ‘solo’ la atropellada suma de conflictos con que los noticieros bombardean a los mortales del siglo XXI, provocaría el deseo de escapar cuanto antes. Pero la cuestión entonces sería adónde, si en cada punto del planeta existe un problema ecológico, económico o directamente bélico. Hablamos con Pedro Moreno-Meyerhoff.

 

EL REALISMO TRANQUILO

El arte, en este siglo como en ninguno, carga con la responsabilidad de recordarnos que hay otros mundos posibles, y también de que este puede verse de mil maneras distintas, algunas esperanzadoras. Por eso, puede definirse a Pedro Moreno-Meyerhoff como un ‘pintor realista tranquilo’, que con su traducción de lo real le devuelve un detenimiento a la mirada que nos rescata de la hiperaceleración circundante.

La pintura, el dibujo, estuvo en su vida desde la infancia con naturalidad. Su padre ingeniero es, y continúa siendo, figura inspiradora central de una afición familiar que fomentaba con salidas al campo para pintar del natural, y regalaba cajas de colores y acuarelas para Reyes a sus hijos.

Pedro, que ha compaginado la enseñanza de Derecho Procesal con el arte, ya tenía sus apuntes cargados de dibujos durante la carrera; y el remedio para un período de crisis que coincidió con la preparación de su tesis doctoral, en varios años de aislamiento, fue pintar.

 

Pedro Moreno-Meyerhoff
Limones en fuente de cristal, 2020. (Grafito sobre papel sobre tabla, 30 x 35 cm)

 

Se sumergió en las obras de Goya y durante esos años solo mostró lo que hacía a sus amigos más cercanos y a su gurú personal, su propio padre. Hay que decir que esos amigos eran pintores y galeristas (entre ellos, el realista catalán Luis Marsans), y que su ‘iluminación’ definitiva se produjo leyendo un artículo sobre Antonio López firmado por el crítico Santiago Amón en la Revista de Occidente, ilustrado con unas pocas (y pobremente reproducidas) obras del artista de Tomelloso. “¡Esto es lo que me interesa!”, exclamó el joven Moreno-Meyerhoff al verlas, “un acceso a la realidad que no es hiperrealismo y no está obsesionado con la perfección”.

A partir de ahí se inició el camino de este hombre ordenado que no dejó de compaginar la pintura con una vida académica como profesor de Derecho Procesal, materia especialmente árida para un renegado de la abogacía como quien esto escribe, pero que a él le había llegado de la mano de excelentes maestros y casaba con su carácter estructurado. Además, esa tranquilidad económica le dio libertad para emplear su tiempo restante en lo que quisiera.

A medida que se consolidaba como pintor, fue reduciendo sus días en la Facultad, y su emergencia en el mundo del arte (que nunca le había sido ajeno) llegó de manera natural después de un par de exposiciones en Barcelona que “fueron bien”. A través de amistades, apareció en su vida el galerista Claude Bernard, que enseguida apreció su obra y le ofreció que trabajaran juntos en 1992. Su galería, de las más conocidas en París, había expuesto a la mayoría de los pintores que interesaban a Meyerhoff: “Giacometti, Bacon, el propio Hockney, Balthus… También hizo una de las primeras exposiciones de Antonio López y de la poca producción que hizo María Moreno, la mujer de López. Era una persona muy generosa, nada intrusiva, que me daba ciertas indicaciones de una manera muy sutil. Por ejemplo, a lo mejor yo estaba pintando demasiadas flores en un momento dado, y él me enviaba un artículo maravilloso de un filósofo hablando de la repetición… Bueno, yo captaba el mensaje, y él lo hacía así”.

 

LO QUE NO SE VE EN UN CUADRO

Pedro Moreno-Meyerhoff
Banco solitario, 2019. (Óleo sobre tabla, 80 x 55 cm)

Le cuestiono sobre el proceso oculto tras una obra de arte: secretos de estudio, la preparación de un trabajo y cómo aparece un tema que Pedro decide convertir en cuadro.

Explica que se apoya en fotografías que hace con el móvil (“tiene algo inmediato que me gusta”) y en notas que toma, especialmente de las zonas de color complicadas, limítrofes entre la luz y la sombra. Esos esquemas genéricos le sirven para trabajar en el estudio (“a veces una hora, otras ocho, pero un pintor pinta siempre, como se ha dicho”). En ocasiones, solamente limpia los pinceles, escucha música mientras estudia los bocetos o se dedica a preparar las maderas, ya que suele trabajar sobre tabla. “La madera me gusta mucho porque es un soporte que transmite seguridad, le da una calidad distinta a la obra y refuerza esa intención de que pueda durar y ser más como un objeto”.

«Fijar algo tal cual me interesa menos que traducirlo desde mi óptica, porque uno lo metería todo, pero el oficio te dice por dónde cortar, como hace un director de cine con el fotograma»

Los temas se le aparecen en momentos de emoción que constituyen su motor. “Iba por una carretera de Creta, me fascinó y pensé que tenía que pintarla. Quise que permaneciera grabada exactamente en aquel estado como incandescente, que tenía algo de eterno. El concierto de cigarras que había en ese momento, todas aquellas sensaciones, el calor intenso, tan seco…”. “Fijar algo tal cual me interesa menos que traducirlo desde mi óptica, porque uno lo metería todo, pero el oficio te dice por dónde cortar, como hace un director de cine con el fotograma”.

 

NOCTURNOS, PERIFERIA, TAUROMAQUIA… Y LAS FLORES DE LA PANDEMIA

Torero (Verde botella), 2020. (Óleo sobre tabla, 55 x 50,5 cm)

Entre los temas favoritos de Pedro Moreno-Meyerhoff se encuentran sus ‘nocturnos’, con un difícil tratamiento de la luz. “Desde muy joven pasaba tiempo en el campo, y nunca me dio miedo pasear por un bosque de noche. El ojo se acostumbra y llegas a ver bastante, incluso en una noche sin luna. Me interesa, por ejemplo, esos faros de un coche cuando iluminan unas flores…”.

“También me interesa la periferia, eso que algunos han llamado ‘no lugares’, donde acaba la ciudad, empieza el campo y puede arrancar bruscamente un camino. Ves unas colmenas, una fábrica… Esto lo conecto con los seres marginales auténticos, que viven como en las afueras de la vida, en los límites de la realidad y se despojan voluntariamente de la tele y el móvil, del adocenamiento de las modas que impera en la ciudad”.

«Quería pintar el brillo y el dorado, estas cosas que Goya y Velázquez resolvían tan bien, y el mundo del toreo fue el que me lo permitió»

En estos tiempos de estrecha ‘corrección política’ resultan chocantes los últimos cuadros del pintor dedicados al mundo del toreo. Es una tauromaquia sin sangre, a la que se acercó atraído por el color, el oro y las filigranas del traje de luces. “Quería pintar el brillo y el dorado, estas cosas que Goya y Velázquez resolvían tan bien, y mi padre me recomendó fijarme en el mundo de los toros. Sin que antes me hubiera interesado y sin ningún afán de polémica, me metí a fondo, hice dos o tres cuadros, se los enseñé a mi padre y le gustaron mucho. Luego se los enseñé a Claude Bernard, le parecieron fantásticos y me animó a seguir para exponerlos. Al ver que había entusiasmo también por parte del mundo taurino, sometido a un rechazo generalizado en el mundo de la cultura, pues así he podido hacer esos rojos que no puedes poner en ningún lado y las filigranas de esos trajes que son casi orfebrería”.

«Durante el confinamiento, como a lo mejor desaparecía todo, volví a pintar flores, con la conciencia de que una flor desaparece pronto, por mucho que te guste»

Durante el confinamiento, Meyerhoff se dedicó a leer filosofía y ese período introspectivo le hizo ver con ojos nuevos un tema que ya había trabajado antes. “Como no sabíamos qué iba a pasar y a lo mejor desaparecía todo, pensé concentrarme en algo que me apasionara y que fuera efímero. Y volví a pintar flores, pero siendo consciente de que una flor desaparece en poco tiempo por mucho que te guste. Y no hace falta cortarlas para eso, sino que incluso las que tienes cerca, como las de mi jardín de Begur, desaparecen igualmente”.

 

Pedro Moreno-Meyerhoff
Nocturno II (Adelfas), 1995. (Óleo sobre madera, 40 x 55 cm)

 

Hay hombres que se endurecen con los años y se asemejan a troncos de viejos árboles. Hombres que solidifican sus ideas y ven el mundo de una manera gris y rígida cuando llegan a cierta edad. Por eso resulta tan fresca la apertura mental de un pintor realista tranquilo que en estos días y tras su exposición en la Galería Marlborough de Barcelona, se entretiene pintando a su perro y sigue emocionándose en cada exposición a la que acude pensando en lo nuevo que descubrirá, igual que cuando iba de niño, con su padre.

“Me cuesta mucho criticar la obra de los demás”, concluye. “Pueden ser intuiciones brillantes o cosas menos trabajadas ligadas a modas; no hace falta que sean trabajos complejísimos, pero de cualquier exposición puedes sacar algo y es maravillosa la variedad que puedes encontrar en ferias como Arco o Art Basel”.

 

Imágenes: Foto Gasull

 

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