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Rafa Nadal, un embrujo transformado en bendición

Pedro Ruiz| 31 de enero de 2022

Rafa Nadal es una bendición en mayúsculas a la que admirar y de la que aprender. Lo es para España, puesto que prácticamente nadie ha llevado tan lejos el nombre y el himno nacional. Lo es para el tenis, principalmente porque su forma de jugar ha conquistado a millones de espectadores. Lo es para el deporte, en especial para las futuras generaciones, como fuente de inspiración de constancia y superación. Y, por último, lo es para la sociedad por sus valores, que no incluyen solo su ética de trabajo, sino su respeto o amor por sus seres queridos.

La última victoria del mallorquín, este pasado domingo en Australia, volvió a ser una lección de vida. Una apasionante final, que duró más de cinco horas, que representa a la perfección todo lo que representa Nadal. Y, a su vez, todo lo que ha logrado. En primer lugar, lo que simboliza como tenista. Así, con la consecución de su vigesimoprimer Grand Slam, se convierte en el mejor de la historia, nunca nadie ha alcanzado una cifra tan alta. Además, lo ha hecho sobre superficie dura, que no es su fuerte, lo que diversifica aún más su palmarés dándole más brillo.

Pero quizás lo más importante de Nadal no es el hecho que gane, aunque lo haya hecho más que nadie, sino cómo gana. Incluso, todavía más importante, cómo pierde. Y es que a diferencia de sus grandes rivales, al tenista mallorquín se le aprecian las grietas de la batalla en forma de sudor abundante provocado por sus carreras extenuantes. Las muecas de cansancio, tras largos puntos, que desaparecen cuando se vuelve a reanudar el juego. Pero ese espíritu capaz de destrozar a cualquiera, incluido al propio jugador español, también le ha llevado a conectar con el público más que nadie.

 

EL EMBRUJO DE RAFA NADAL

Lo anterior se puede apreciar con un simple resumen de los mejores puntos hechos por Nadal y sus competidores. Roger Federer tiene una habilidad precisa para dejar a todos boquiabiertos, gracias a golpes que desafían las leyes de la física. El estético revés del suizo deja a muchos enamorados, pero su tenis de quilates no es apreciado igual por todo el mundo. El pueblo llano titubea en muchas ocasiones frente a exhibiciones que no comprende. Novak Djokovic, sin embargo, es un martillo pilón casi imposible de descifrar para entendidos o no. El serbio —centrado— es imparable, pero sus reacciones bipolares desconciertan.

Y así podríamos seguir con el resto. Pero Nadal es diferente. El juego del mallorquín transmite una serie de valores universales que son fácilmente reconocibles por entendidos, amateurs e incluso para los que no les interesa el tenis. En especial, esa capacidad de esfuerzo al recorrer toda la pista sin dar el punto por perdido. Cada carrera irradia una energía que con la que contagia a cada uno de los espectadores, aunque se mire de reojo, hasta que en un giro dramático de la situación termina ganando el punto.

 

 

Al final, el espectador, totalmente hechizado, celebra el punto con la misma vitalidad que el propio Nadal. Una aclamación que casi se hace de forma inconsciente. Eso es, verdaderamente, Rafa Nadal. Y ese superpoder que posee cuando juega no solo es uno de sus grandes distintivos, sino que es una bendición para el propio tenis. La llegada del mallorquín ha posibilitado que el deporte que un día se entendió como elitista, se podría decir ‘de clase’, ahora interese a muchos más, como reflejan los datos de audiencia. Y eso es válido para todo el mundo.

 

UN LEGADO DE VALORES MÁS ALLÁ DE UN PALMARÉS HISTÓRICO

Ese efecto también es extensible para el mundo del deporte. El tenis es un deporte enormemente exigente al ser individual. En pocas palabras, eso quiere decir que no hay nada, salvo tú, en lo que te puedas ayudar en los peores momentos en la pista. En fútbol, baloncesto u otros juegos colectivos, un mal día puede ser tapado por la ayuda de los compañeros. En el tenis no; si se tiene un partido poco inspirado tu rival te puede barrer en cuestión de minutos. Ese hecho le da más importancia a la constancia, a la entrega y al trabajo duro de Nadal.

Aunque también a su fortaleza psicológica. La final de este pasado domingo tuvo un momento de inflexión en el que Nadal iba dos sets abajo y tenía tres bolas en contra para que su rival, Daniil Medvédev, tomará una ventaja importante. Finalmente, el tenista español levantó esos puntos y término ganado un partido que incluso los superordenadores modernos le daban prácticamente por perdido. Pero quizás esa no es la mejor versión psicológica de Nadal, aunque sí la más impresionante. Al fin y al cabo, sus grandes remontadas son escasas. La auténtica habilidad del mallorquín es pelear cada punto como si fuera el último.

Eso sí es un valor universal. Y quizás sea el verdadero legado de Rafa Nadal. Al final, la historia recordará sus épicas remontadas, su palmares récord o sus largas carreras en el fondo de la pista hasta dar la vuelta al punto y lograrlo con un golpe inverosímil. Pero lo más importante es que aquellos que anhelen ser como él, en cualquier ámbito de la vida, aprenderán de sus palabras, sus historias y de cada partido que, sin constancia y ética del trabajo, nada hubiera sido posible. Eso le convierte en el campeón más admirado.

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