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Riera i Aragó: «El arte lo que tiene que hacer es emocionar»

Juan Carlos de Laiglesia| 26 de marzo de 2022

Con mayor reconocimiento fuera de nuestro país que dentro, es un referente escultórico internacional. Japón, Chicago, Alemania o Países Bajos cuentan con grandes obras del artista barcelonés. Hablamos de Riera i Aragó.

Esculturas en el Parc Solvay (2014). La Hulpe (Bélgica)

Lleva 50 años exponiendo una obra capaz de expresarse en cualquier formato: instalaciones, dibujo, pintura, escultura… Sin antecedentes artísticos en una familia más inclinada a las ciencias que a las letras o al arte, la vocación le mordió muy pronto y la disciplina apuntaló una sólida carrera que hoy se encuentra en plena madurez. Submarinos, aviones y hélices constituyeron una obsesión que ha ido depurando y cargando de mensajes antibelicistas y concienciadores del cambio climático.

 

EL TALENTO DE MIRÓ TIENE HEREDERO EN EL SIGLO XXI

Avión en ángulo hélice amarilla (2015)

Frente a un cuadro que nos impresiona o una escultura que no terminamos de entender, a menudo nos preguntamos lo que habrá movido a su autor a elegir el camino del arte. Los mecanismos mentales o emocionales que llevan a un ser humano a dedicar su vida a convertir en obras físicas su concepto de belleza o sus mensajes difieren en cada caso. En el de Josep Riera i Aragó (Barcelona, 1954), se trató de “un impulso vital surgido de esas inquietudes que se tienen de joven que llevan a explorar posibles caminos, y luego llega un momento en que el destino te lleva a esto”.

Hizo su primera exposición a los 18 años, y empezó de una manera muy ortodoxa y clásica, pero con un enfoque profesional desde el principio. Su breve paso por Bellas Artes para aprender cuestiones técnicas fue tan decepcionante (“la enseñanza era absolutamente decimonónica, pasada y trasnochada”), que le enseñó lo que no tenía que hacer en lugar de lo que debía hacer.

“A principios de los años 80 me interesé por encontrar un camino personal, que consideraba la única vía para desarrollar una trayectoria”. Para ello, sus dos muletas, que incluso generacionalmente hubieran podido ser sus abuelos, fueron los artistas Joan Miró y Paul Klee. “A partir de su maestrazgo y la visión de sus obras, empecé a buscar mi camino propio, ya no mirando hacia fuera sino hacia dentro, a unos medios de expresión interiores”.

 

¿Cómo lograste encontrar un lenguaje artístico personal?

Hubo un hecho definitorio. Durante todo el año 1981 me propuse hacer un dibujo de lo que había pasado durante el día, y lo cumplí. Fue un ejercicio que hice durante 365 días antes de acostarme, bastante duro porque podía ser pesado a veces, pero implicaba dos cosas: por un lado, algunas imágenes se iban repitiendo porque ocurrían todos los días, y eso permitía que una misma imagen tuviera cierta evolución; y también, que cada día tenía que inventar símbolos nuevos para las cosas nuevas que pasaban. Gracias a este ejercicio encontré un lenguaje más personal y una serie de símbolos formales que han constituido la esencia de todo lo que he hecho.

En ese tiempo desarrollé también un interés muy fuerte por las máquinas y la exploración de mundos desconocidos: el cosmos, el fondo del mar… Y ese año, dibujando a diario asociado a mi interés por las máquinas, me llevó a desarrollar esa forma ovalada que, si tiene una caseta encima, es un submarino; si la tiene debajo, un zepelín; y si la tiene vertical y doblada, es una hélice. Formalmente, todo ello viene de cómo dibujaba la figura humana en el ejercicio diario realizado durante aquel año.

 

Avión de madera sobre dorado (2021)

Las hélices se prodigan en tus esculturas, cuadros y dibujos.

Sí, es una especie de arquetipo. Creo que Giacometti dijo que, cuando retrataba al perro, se estaba autorretratando. Quizá cuando yo hago una hélice sobre unas patas me esté autorretratando.

 

Me parece reconocer un legado ‘mironiano’ en los colores que eliges.

Para mí, el color en las esculturas es un acento de la forma, como la tilde en las palabras. Le da ese carácter final que es el color de una escala cromática más convencional, aparte del propio color del material, que también he trabajado en todas sus vertientes. El bronce tiene una gama inmensa de colores finales y el hierro con la oxidación, pero este acento y esta nota de color propia es la impronta que el artista acaba añadiendo a las esculturas.

“Presentar un submarino como una ruina es una crítica y una visualización de hacia dónde vamos, porque no van a quedar más que ruinas de nuestra civilización”

Te interesaron las máquinas como objetos inertes, que no están en funcionamiento. Y tus submarinos en tonos apagados me recuerdan a restos bélicos hallados en el fondo del mar…

He hablado de un ‘maquinismo poético’ porque la ironía está siempre presente en mi obra. Es una visión que cuestiona el mundo en el que estamos entrando e intenta plantear las cosas desde un punto de vista poético.

Sobre tu imagen de restos bélicos, diré que toda mi obra está en la cultura antibelicista. Precisamente cuando el submarino se presenta como una ruina es una crítica, una visualización de adonde vamos, porque de toda nuestra civilización no van a quedar más que ruinas y vestigios. Lo que ocurre es que algunas obras permiten muchas lecturas. El que las ve acaba personalizándolas y les atribuye su propia interpretación.

 

Arales (2006)

A partir del año 2000 no abandonas las máquinas, pero realizas instalaciones con islas o icebergs, y vas hacia la Naturaleza.

Efectivamente. En Bélgica tengo una pieza fundamental, que son los Arales, dos altas figuras de hierro en una playa. Esto viene de lo mucho que me impactó el reportaje que vi un día sobre la desaparición y el secado del mar de Aral. Desviaron el río Aral para plantar campos de algodón y regarlos, y aquello provocó un desastre ecológico de una grandísima magnitud. Los pueblos de alrededor, que vivían de la pesca, desaparecieron, y la salinidad de la atmósfera creó una cantidad enorme de enfermedades. Convertí entonces la forma del avión en dos seres antropomórficos que observan el horizonte y ese mar que se va secando, como una premonición de lo que quizá acabe pasando un día u otro.

En cuanto a las instalaciones de islas e icebergs, quise actuar como un demiurgo que ‘crea naturaleza’, y admiten una lectura subliminal sobre los efectos del cambio climático. Mis islas, que son del año 2002 y 2003, plantearon un juego en aquel momento que ahora sería muy actual. Hay todo un proceso de secado porque son piezas que contienen agua, y ahí interviene la evaporación, los niveles del agua, si las islas se cubren o no…

“El arte es una cuestión muy personal. Nos hemos vuelto mucho más individuales y yo nunca he tenido la sensación de pertenecer a un movimiento”

En tus series de pequeños submarinos de mil colores sujetos por varillas me parece ver una influencia ‘pop’. ¿Cómo te afectan los movimientos, tendencias y modas que dicta el mercado?

Siempre he pensado que el arte es una cuestión muy, muy personal. Nos hemos vuelto todos mucho más individuales, y nunca he tenido la sensación de pertenecer a un movimiento. He intentado hacer mi camino personal, que es lo que resulta de hacer aflorar lo que uno lleva en el interior.

Uno vive en su contemporaneidad, abierto a todo, y acaba conectando con todas las corrientes de alguna forma, pero esas obras que dices no creo que sean una influencia directa del ‘pop’, sino que vienen de una parte muy técnica de la escultura. Al descubrir el proceso de fundición del bronce, veo que partiendo de un molde puedo desarrollar una serie de piezas, y ahí sí entraría en contacto con el ‘pop’ en cuanto a la repetición…

Orange submarine (2007) (con luz negra). Foto: Martí Gasull

La moda como tal, el diseño de ropa, es lo más alejado del arte. El mundo de la moda necesita cambiar cada tres o cada seis meses, y el arte trata más de la permanencia, de trascender el momento actual. Todo el arte que nos acaba gustando contiene elementos y valores que van mucho más allá del propio momento en el que se hizo.

“Muchas mañanas llego al estudio sin saber lo que voy a hacer y ahí está la magia, porque a los diez minutos ya estoy en algo que me motiva y me hace ilusión»

¿Cuál es el secreto de una producción tan amplia como la tuya? ¿Mucha disciplina?

La única disciplina es trabajar muchas horas cada día, y no como imposición sino como método. Muchas mañanas llego al estudio sin saber lo que voy a hacer, pero ahí reside la magia, porque a los diez minutos ya estoy entrando en algo que me motiva y me hace ilusión. Siempre hay varios trabajos iniciados, proyectos que hacer, exposiciones que preparar, y todo son puertas abiertas, mesas planteadas con material en el estudio. Aunque no sepa por dónde voy a salir, porque hay que dejar que las cosas salgan de manera natural, al fin y al cabo es una cuestión de tiempo, de horas y de la ilusión que me genera el propio trabajo.

 

¿Y el premio final?

Hay muchísimas anécdotas que, en su momento, te tocan. Por ejemplo, a mi estudio viene gente de todo el mundo y no hace mucho llegó un matrimonio holandés al que le entusiasmaba mi obra. Viajaron a Barcelona para conocerme, estuvieron aproximadamente una hora en el estudio y, en todo ese tiempo, la mujer no pudo parar de llorar. Fue la quintaesencia de una emoción desbordada, y como yo creo que lo que tiene que hacer el arte es emocionar, eso es lo que buscas, al fin y al cabo.

 

Fotos: Sara Riera

 

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