Sostenibles, hasta que se demuestre lo contrario

Sostenibilidad. La palabra mágica. El hechizo verbal con el que se abren puertas, se activan subvenciones y se maquillan conciencias. Hoy en día, todo es sostenible: los coches, los hoteles, los influencers y hasta las cacerías en Botsuana (si se cazan elefantes ‘de proximidad’). Un término tan estirado que ya no sabemos si estamos hablando de plantar árboles o de vender detergente eco-friendly con triple envoltorio de plástico reciclado (que también es plástico, por cierto).
En este número de Influencers, decidimos no ser menos: nos subimos al tren —eléctrico, por supuesto— de la sostenibilidad. Pero no con la intención de repetir el catecismo habitual, sino de analizar qué se está haciendo realmente. Sin filtros de Instagram y con el espíritu crítico de quien sabe que las palabras, como los recursos naturales, se agotan de tanto usarlas mal. Basta ver lo que ha ocurrido con el propio término influencers: nació para designar a quienes ejercen influencia de verdad, pero ha acabado convertido en una etiqueta inflada que lo mismo se aplica a un divulgador científico que a quien muestra abdominales patrocinados por batidos detox. Sostenibilidad e influencers, dos palabras distintas, un mismo destino: el devaluado cajón del sobreuso.
Hemos recorrido el mapa del concepto: desde cómo el internet de las cosas puede reducir el consumo energético hasta cómo el cine y la moda se han apuntado a la tendencia, no siempre con honestidad, hay que reconocerlo. También exploramos el turismo responsable, la gastronomía que ya no se permite una fresa en enero y la movilidad que promete salvarnos siempre y cuando no necesitemos cargar el coche en menos de dos horas. Sin olvidar la gran conquista del supermercado: cambiar las bolsas y los envases de plástico por otros de papel, como si el papel cayera del cielo, fuera infinitamente renovable y esta sustitución bastara para ganarnos el cielo de los consumidores conscientes.
Pero, entre tanto mensaje verde, conviene parar y respirar. ¿De verdad todo esto es tan limpio como nos lo cuentan?
Uno de los grandes gazapos recientes lo firmó una conocida compañía tecnológica, que anunciaba una app “cero emisiones” mientras sus servidores en Islandia derretían glaciares a ritmo de TikTok. O ciertos dirigentes políticos —no daremos nombres— que presumen de su compromiso con la reducción de la huella de carbono mientras viajan en jet privado para hacer trayectos que podrían realizarse con una alternativa más sostenible. En su lógica, se puede salvar el planeta sin renunciar a la business class.
Y, en medio de este carnaval verde, surge la pregunta incómoda: ¿una revista en papel como esta también contamina? Pues menos de lo que algunos querrían hacerte creer. Esta publicación está certificada con el sello PEFC, lo que significa que el papel que tocas proviene de bosques gestionados de forma sostenible. Es decir: hay reforestación.
¿Y el formato digital? La próxima vez que alguien te diga que leer en pantalla “salva árboles”, pregúntale si ha pensado en la energía que consume el centro de datos donde está alojado el archivo, en la batería del dispositivo con el que lo lee o en el CO2 que se emite por cada clic. La nube, querido lector, también tiene su huella, aunque nos la vendan envuelta en silicio y buenos propósitos.
La sostenibilidad no debería ser un eslogan, sino una actitud. Y como tal, se demuestra con hechos, no con hashtags. Por eso, esta revista en papel no es una contradicción, sino una declaración. A largo plazo, los contenidos que perduran no son los que se deslizan con el dedo, sino los que se tocan, se huelen y se guardan. Y, si además ayudan a preservar el bosque del que vienen, mejor aún.
Este número es nuestra manera de decir que sí, que queremos un mundo más limpio. Pero sin tragarnos toda la propaganda. Porque, para salvar el planeta, primero hay que salvar la inteligencia.