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Takashi Murakami: Arte japonés para alegrar al mundo

Juan Carlos de Laiglesia| 23 de agosto de 2024

Además de pintor, escultor o dibujante, Takashi Murakami es un hombre-espectáculo que une la inteligencia comercial del pop a una profunda destreza técnica. Su ingente obra equipara manga y arte académico reflejando el ascenso de la subcultura japonesa como la más atractiva para jóvenes generaciones en todo el mundo. 

El Museo de Arte de Kioto celebra su 90 aniversario con Mononoke Kyoto, extensa muestra de Takashi Murakami que permanecerá abierta hasta el mes de septiembre. Reconoce así al artista emblemático que no exponía en Japón desde hace ocho años y que desafía los prejuicios sobre la creatividad de su país, explicándola con argumentos solventes. En el jardín del museo, la enorme escultura dorada Flower Family sobre una gigantesca maleta Louis Vuitton anuncia el festival visual que se disfruta en el interior: 170 obras, nuevas en su mayoría, rebosantes de color y buen hacer.

Dos estatuas de cuatro metros, como las de los guardianes de Buda que reciben al visitante en los templos japoneses en versión ‘monstruos de videojuego’, flanquean la entrada. Dentro, crecen sorpresas y estímulos para los sentidos. Se exhiben obras de ejecución meticulosa con personajes de kabuki enredados con dragones y las muñecas vestidas de enfermera con senos pronunciados, típicas de un manga (cómic japonés). El matrimonio entre tradiciones ancestrales y subculturas locales produce una espectacularidad que engancha de inmediato, una modernidad de apariencia simple y raíz compleja que algunos relacionan con el pop de Andy Warhol, pero con más sustancia y mucho más divertida.

León y Takashi Murakami (fragmento) (2023-2024)

Su autor nunca pierde la sonrisa. Se prodiga en fotos con gestos de saludo infantil y ha participado en campañas publicitarias de varias marcas de lujo, aunque esas no son sus únicas alianzas. Abierto a la novedad y dispuesto a compartir su prestigio con jóvenes artistas, ha creado un tema musical para la muestra junto al rapero local JP THE WAVY porque “en un espectáculo del colegio de mi hija, viendo a los niños bailar su canción Pick N Choose, que habla de Pikachu (el personaje de Pokémon), me pareció la versión hiphop del concepto ‘superflat’ que llevo proponiendo 30 años”. 

¿Qué significa ‘superflat’? 

Considerado el artista contemporáneo más influyente nacido en Japón, Murakami se doctoró en la Universidad de Bellas Artes y Música de Tokio, donde aprendió nihonga (pintura tradicional) e inició su despegue internacional en las ferias bienales de Venecia (1995) y Whitney (1998).

En 2001, hizo de comisario artístico seleccionando a creadores de su país para la exposición Superflat (superplano), que llevó por varias ciudades norteamericanas. Allí reunía pinturas japonesas del siglo XVI con los últimos trabajos que se estaban produciendo en anime (dibujos animados), manga, diseño, fotografía y artistas plásticos como Yoshitomo Nara y Katsushige Nakahashi.

En el catálogo de esa exposición, explicaba su teoría ‘superflat’ del arte japonés: “Cualquier trabajo creativo sobre una superficie plana es ‘superplano’, y ese concepto también define la superficialidad cultural del consumidor medio japonés. Desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, Japón ha sido como un niño controlado por su padre, Estados Unidos. La sociedad resultante es irresponsable y pueril, se guía por un sistema de valores construido sobre una sensibilidad infantil. Además, en la sociedad japonesa predomina el amateurismo. Pese a la negatividad de estos factores, son precisamente los que han permitido el nacimiento de nuevas formas de creatividad y expresión artística en exclusiva niponas”.

Murakami organizó dos exposiciones más del ciclo Superflat: Coloriage, en la Fundación Cartier de París (2002), y Little Boy: La explosiva subcultura del arte de Japón (2005). Ambas insistían en la importancia de la subcultura otaku (fanatismo por anime, manga y juegos de ordenador) en el arte japonés actual. La Asociación Internacional de Críticos de Arte premió Little Boy, revelando el creciente interés por la cultura visual japonesa y refrendando la innovadora mezcla de subculturas, pop y gran arte en la obra de Murakami.

El Sr. DOB es el personaje más famoso de Murakami y ha evolucionado a lo largo de los años.

Las tres superflat sentaron las bases para que el arte contemporáneo nipón se entendiera en Occidente, y ese era el propósito del artista: “Mis exposiciones son una oportunidad para hablar al mundo del país donde nació esa serie de Pokémon que ven sus hijos. Japón ha recorrido un largo camino desde la bomba atómica y su derrota en la guerra hasta llegar a esta cultura. La bomba produjo un trauma en la mentalidad japonesa. Se ha convertido en la marioneta de América, incapaz de tomar decisiones propias en materias de seguridad o estatales. Pero, a cambio de su autonomía, los americanos nos han dado paz. Quiero que Occidente conozca el hecho indiscutible y sin gular de que la subcultura otaku es arte en Japón, necesariamente”.

Japón emerge de las sombras 

En el catálogo de Little Boy, Takashi Murakami rendía homenaje al pintor y escultor Tarõ Okamoto (1911-1996). Lo identificaba como un predecesor porque fue a estudiar a París y se empapó, en los años 30, de las vanguardias abstractas y surrealistas que circulaban entonces. Y es que, para apreciar la relevancia de Murakami, hay que retrotraer se a la larguísima etapa en que Japón fue un agujero ne gro informativo que recibía los mensajes del exterior sin emitir respuesta alguna. Su aislamiento duró los casi tres siglos del periodo Edo (entre 1603 y 1868), en los que estuvo prohibido todo contacto con el extranjero.

Bajo el emperador Meiji, Japón se vio obligado finalmente a abrir sus fronteras por motivos comerciales, si bien lo hizo bajo normas estrictas. Cultura, arte y tecnología occidentales lo inundaron entonces, y los japoneses absorbían con ansia las nuevas ideas, pero su prolongada incomunicación unida a su mentalidad insular les hacía desconfiar de que lo que se produjera ‘en casa’ suscitara algún interés fuera de ella.

There are little people inside me (2009)

Los artistas japoneses no comenzaron a exponer de manera estable en galerías y certámenes de arte occidentales hasta los años 80 del siglo pasado. Y, en su mayoría, eran autoexiliados que decidían salir del país para labrar se un nombre en Europa o Nueva York como Yayoi Kusama, Hiroshi Sugimoto y Mariko Mori. Aunque siempre hay excepciones. Corría el año 1966 cuando John Lennon visitó la Indica Gallery de Londres donde exponía Yoko Ono, inmersa entonces en el movimiento Fluxus. Allí lucía la famosa pintura en el techo (Ceiling Painting). Para verla había que subirse a una escalera y, con una lupa, localizar la palabra ‘YES’ en letra muy pequeña. Aquello cautivó al Beatle, que dijo: “Después del esfuerzo, hubiera sido horrible que el letrero dijera: NO”. Pero Yoko pasaría más bien como un icono mediático por su liaison con el músico que como una artista valorada en serio por sus disparatadas performances.

Con tan breves precedentes, Takashi Murakami decidió difundir la producción artística del Japón contemporáneo al tiempo que su obra propia. Y Japón lo agradece.

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