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Turismo sostenible: ¿Oxímoron o realidad?

Pedro Ruiz| 17 de julio de 2022

Un turista que vuela desde Madrid hasta Kenia y unos días después regresa genera cerca de una tonelada de emisiones de dióxido de carbono, según los cálculos de la Organización de Aviación Civil (una agencia de la ONU). La cifra es tan elevada que poco importa lo mucho que se esfuerce en reutilizar toallas o plantar árboles (es lo que absorbe una hectárea de bosque en todo un año), para compensarlo. Y hasta el país africano viajan más de dos millones de turistas al año, por lo que difícilmente el saldo puede ser positivo.

Pero olvide lo anterior. Ecotourism Kenya es una de las siete asociaciones del sector privado que conforman la Federación de Turismo de Kenia (KTF). La organización utiliza el dinero que pagan los turistas por visitar el país y algunos de sus increíbles espacios para cuatro programas distintos: el primero es el de la conservación del medioambiente; el segundo es el de apoyar la educación en la región; el tercero, el de fomentar la responsabilidad social; y el cuarto, el de ayudar a preservar la cultura y el patrimonio.

El problema es: ¿Con qué versión nos quedamos? En la primera, el turismo sostenible parece de todo menos sostenible. Al fin y al cabo, el único realmente sostenible es el de acampar en el jardín y comer bayas. Pero sin esos viajeros difícilmente se había podido crear el hábitat protegido Selenkay Conservancy en el Parque Nacional de Amboseli o el refugio de Ol Pejeta y Sweetwaters que ha ayudado a repoblar dos especies prácticamente en extinción como el rinoceronte negro y el chimpancé.

 

 

Ese es el problema del turismo sostenible que tiene tres acepciones diferentes que deben ser medidas con cuidado. La primera es la ecológica, que dada la contribución negativa en forma de emisiones de gases de efecto invernadero hace de la definición algo difícil. Aunque el problema se está intentando solucionar de distintas maneras: desde promover viajes menos contaminantes, como el uso del tren, a apostar por una mayor eficiencia o el hidrógeno en un futuro. El ecoturismo también tiene un efecto social, ya que permite que dos culturas se encuentren y puedan desarrollarse. El último es el económico que no se trata de salvar los parques o dar de comer a sus trabajadores, sino de ayudar al desarrollo del país.

Cada versión del turismo sostenible tiene sus beneficios y sus problemas. Pero es cuestión de las organizaciones de cada región potenciar los primeros y limitar los segundos. Uno, por ejemplo, es el de limitar la llegada de visitantes tanto en número como en tiempo. De hecho, es uno de los que más se está utilizando, precisamente, en Kenia, de hecho, el hábitat protegido Selenkay Conservancy en el Parque Nacional de Amboseli es un gran ejemplo. Pero se puede extender a casi cualquier rincón del planeta. Otra forma de ayudar es el de luchar contra el desperdicio de agua, otro de los grandes inconvenientes del turismo. También ayudar a que sean los propios lugareños los que sean propietarios de los negocios.

En definitiva, la palabra turismo sostenible todavía es probablemente un oxímoron por los inconvenientes que genera. Pero es una realidad que ha logrado hacer mucho bien a muchas sociedades y países. Ahora, que la pandemia ha pasado a ser una pesadilla y millones y millones de vuelos se reanudan, es un buen momento para recordar esos beneficios. También los inconvenientes para limitarlos todo lo posible.

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