“Lo primero es encontrar tu pasión; segundo, mucha dedicación; y tercero, creer en ti mismo”. Es la fórmula de todo un campeón español que al escribir su historia también lo hace del deporte español, y que encara un año clave que puede redondear en los Juegos Olímpicos. Jon Rahm.
Pasión y dedicación que han demostrado también nuestros científicos y sanitarios durante el último año. Hemos presumido durante años de tener la mejor sanidad del mundo, y quizá sea así en términos de calidad-precio. Los ciudadanos que viven en España tienen acceso a una calidad sanitaria de primerísimo nivel y, aunque el talento de nuestros profesionales está fuera de toda duda, no sucede lo mismo con la gestión.
Enviamos a nuestro personal sanitario a la guerra contra el virus pertrechado con bolsas de basura y mascarillas caseras en los momentos en los que los embates del virus eran más duros, mientras a nuestra Administración la estaban engañando hasta con las mascarillas. Las consecuencias han sido devastadoras: según cifras oficiales del Ministerio de Sanidad, a 17 de diciembre, sumamos más de 93.000 sanitarios contagiados de coronavirus en España, aunque los colegios de médicos y enfermeros creen que las cifras reales son muy superiores. Sin que haya cifra oficial de sanitarios fallecidos -no interesa-, hemos pulverizado todos los registros mundiales en este triste ranking mientras que el -todavía hoy- director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias, Fernando Simón, afirmaba que el personal sanitario se había contagiando menos en la segunda ola porque habían tenido «más precaución en su vida privada», dando a entender que los contagios y fallecimientos de médicos, enfermeros y demás personal sanitario en la primera ola se debían a su propia negligencia.
Nos lamentamos de que no haya personal suficiente en residencias y hospitales, pero lo que nos debería sorprender es que todavía nos queden tantos y tan buenos profesionales con el pobre reconocimiento -y salario- que reciben por su labor. Son nuestra última opción para agarrarnos a la vida cuando más cerca estamos de la muerte.
Unos aplausos desde el balcón ideados por el propio Ministerio de Sanidad, aunque no dejan de ser una jugada magistral para controlar el cierre de informativos y, por tanto, a la opinión pública, me parecen un pobre reconocimiento para los que verdaderamente se han batido el cobre. Eso sí, en marketing no hay quien nos gane: somos el único país que ha puesto una etiqueta inmensa en las cajas de las vacunas recibidas con el nombre de Gobierno de España y nuestra bandera, como si las hubiéramos desarrollado nosotros.
Es un clamor. Aceptamos con resignación cómo excelentes sanitarios y científicos se ven empujados a buscarse la vida en otros países porque en el nuestro no se apuesta por la ciencia y la sanidad más que de cara a la galería. Nosotros los formamos y otros países les dan los medios para que desarrollen su labor. Mal negocio.
Con la campaña de vacunación se atisba el principio del final de esta pesadilla. Se prevé que conviviremos con el covid como con la gripe: vacunas anualmente actualizadas para la población de riesgo debido a la mutación del virus, mientras el resto nos confiamos a un tratamiento farmacológico para casos de contagio. En ese momento, estoy seguro de que retiraremos el foco de nuestros científicos y sanitarios porque, una vez más, ‘solo nos acordaremos de Santa Bárbara cuando truene’.