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Vicky Uslé: Captadora de atmósferas

Juan Carlos de Laiglesia| 20 de mayo de 2024

Vicky Uslé reparte su tiempo entre el pueblecito cántabro de Saro y Nueva York, la gran metrópolis. Hija de dos artistas consagrados, Juan Uslé y Victoria Civera, en el trabajo de Vicky confluyen el dibujo, la pintura abstracta y fotografías de gran personalidad. Desde 2007 pueden contemplarse sus obras en varios museos y galerías del mundo y en colecciones como la Luciano Benetton (Treviso) o la del Banco Europeo (Fráncfort).

Todo artista es, en buena medida, un médium. La visión del mundo exterior que transmiten sus obras atraviesa su sensibilidad, haciéndolas únicas. En el caso de Vicky, su mirada visita espacios tan distintos como la pura naturaleza cántabra y el entorno urbano neoyorquino. 

¿De qué maneras te influyen dos espacios tan distintos? 

La naturaleza siempre me ha parecido más interesante, por enigmática y profunda, que la ciudad. Formamos parte de ella y, quizá de ahí, ese vínculo. Aunque la ciudad también es otra naturaleza en constante transformación. La soledad es dura en ambos entornos, pero, en los dos, encuentro la soledad necesaria para trabajar. Hacer lo que más me gusta ha sido la forma de continuar en esos polos tan opuestos. Los ritmos o los ruidos externos son muy difíciles de evitar, las rutinas externas tiran tanto hacia el exterior que lo que se cultiva en el estudio parece tan frágil que se rompe. Desde mi experiencia, veo que Nueva York ha cambiado mucho su naturaleza hacia otro lugar que siento lejos de lo que conocí como ciudad. Aquellos estímulos visuales, con su historia, ahora forman parte de una memoria que se desvanece en el olvido. Antes, el riesgo y la tensión formaban parte del día a día. Ahora se ha ido transformando en una ciudad ‘escaparate’ repleta de formalidades y modalidades correctas. 

¿Cómo surge una obra? 

Lo que necesita emerger aparece, llega, aunque a veces no se entienda en el momento de su llegada. Cuando permito su presencia todo empieza a confluir, a tomar forma y entonces comienzo a ver. No me gusta tapar ni esconder si no forma parte de la conversación, porque algo que en un momento considero que no funciona, luego lo hace, ya sea por un gesto o por dejarlo en ese lugar el tiempo necesario para que sea suyo. No hago bocetos, me adentro en un lugar lleno de posibilidades que solo en la acción de ver cómo aparece la imagen, me da pistas de lo que ha de venir. 

Moving through, 2023, pigmento seco, grafito y pastel sobre papel, 200 x 150 cm

¿Es más frecuente en el recogimiento del estudio o en cualquier momento? 

Esto ocurre fuera y dentro del estudio. Es difícil separar mi vida familiar de mi vida en el estudio. Ambas han formado parte de mí desde que nací y eso me ha formado como persona. Pero a veces conviene evitar la contaminación, aislarte para recuperar aliento y vida. Cuando el mundo quiso pararse hace unos años, tuve que desconectar, apagar la televisión, la radio, el teléfono. Me había empapado tanto de la incertidumbre y tristeza colectivas que me paralicé y no podía entrar en el estudio. Tuve que desconectar de lo externo para poder seguir hacia delante y me mojé los pies en el río. Algo parecido me ha pasado con las guerras que estamos viendo de lejos en estos momentos. Es muy difícil evadirse de algo tan grande y que lleva al rechazo visceral. Y por eso mismo pinto, para no solo entenderme a mí misma, sino para entender este mundo intentando darle algo más de sentido. 

¿Buscas la geometría en la naturaleza y lo figurativo en el dibujo? 

La geometría está en todas partes: en la naturaleza, en nuestro cuerpo, todo responde a un orden interno o se sujeta en él. No busco añadir ni encontrar geometrías accesorias porque ya están ahí. Y no encuentro grandes diferencias entre el dibujo y la pintura. Ambos son uña y carne de la expresión.

«Me gusta mancharme las manos. Hago mis propios colores y cada color tiene su propio aroma. Me gusta oler la pintura porque así me transporta a un país, a un momento o a una flor»

Tu identificación con el pastel, conocido en la infancia, ¿encierra cierta rebeldía frente a otras tecnologías que parecen propias de tu generación? 

La técnica no es sino un instrumento, y a mí me gusta mancharme las manos, tocar. Hago mis propios colores en el estudio y me gusta la incertidumbre que me lleva a usarlos sabiendo que cada color es un mundo propio, tiene su historia y, cuando empapa el papel o la tela a su manera, siempre me puede sorprender. En realidad, nunca sé del todo hacia dónde me va a llevar. Aprendí a hacer colores a los ocho años y desde entonces ha habido una conexión profunda hacia los pigmentos minerales de la tierra y hacia las plantas y flores. Cada color tiene su propio aroma y me gusta oler la pintura porque me transporta a un país, un momento en el mercado de especias, o a una flor. 

¿Cómo cambia tu mirada en el trabajo fotográfico respecto al pictórico? 

La fotografía es mi compañera de viaje. Es otra forma de observar y estar presente ante un momento que interpreto como fugaz o preciso. Siempre he sentido gran interés por las atmósferas sensoriales y los ambientes arquitectónicos, urbanos y naturales, incluyendo el sonido y la luz. Quizá las atmósferas están activas en la configuración del mundo. Como la pintura, la fotografía es extremadamente fructífera para comprender los aspectos afectivos y emocionales de la vida humana a medida que se desarrollan en el espacio. Nunca me ha gustado manipular la fotografía, tampoco la edito. Lo que capto es lo que presento. Editar ese instante sería como manipular lo vivido para embellecerlo o crear un ambiente. Prefiero mostrar que nada es perfecto y que ese momento que capturé se mantiene tan fresco y cercano como en el instante de la toma de su atmósfera. 

¿Sueles partir de una inspiración previa? 

Siempre existe una motivación, una idea previa, pero es en el estudio donde la conversación irá tomando forma. Las conversaciones van y vienen, pero siempre contemplando la relación humana con entorno y naturaleza. Ese es un punto importante en mi trabajo. Las imágenes, formas, lo que va apareciendo entre ellas, son el hilo que las enhebra. Eso es importante cuando estás intentando entenderte a ti misma en el estudio a la vez que ves cómo va cambiando el mundo exterior. Este momento es a veces muy incómodo porque no te gusta lo que ves sobre la tela o el papel. Puede ser una imagen de antes o todo es demasiado nuevo. Encontrar su lugar, o no verlo en ese instante, es lo más difícil, porque es en ese momento cuando todo se revela. 

¿Consideras la abstracción más ‘espiritual’ que la figuración? 

Creo que ambos se mestizan en mi obra. Parten de momentos concretos de experiencia, contenidos y conceptos. El acto de pintar, ya sea figurativo o abstracto, conlleva pensamiento y emoción. Lo espiritual está en cada uno de nosotros y forma parte de una relación de aproximación, depuración y aprendizaje. En la vida nunca dejamos de aprender y, en el estudio, es muchas veces necesario desaprender, olvidar para aprender de nuevo, una práctica o forma de meditación. Meditar con un pincel en la mano es otra forma de aprendizaje, una experiencia liberadora y reveladora. 

Démeter, 2023, pigmento seco, grafito y pastel sobre papel, 200 x 150 cm

Tras visitar los ‘jardines ordenados’ de Japón, organizaste la exposición “Light and Passage”. ¿Qué aportaron a tu visión? 

Es importante aprender sobre diferentes culturas, sumergirse en su historia, especialmente si viajas allí. Esto permite entender muchas cosas, costumbres, psicología, formas y pensamiento, incluso entender un poco más el mundo. Allí vi que estamos más cercanos en humanidad y estética de lo que pensamos, aunque desafortunadamente nosotros hemos renunciado a formas y tradiciones muy hermosas que hemos vendido fácil o perdido en el tiempo. Una escoba hecha a mano en España es igual de bella que una hecha en Japón. 

¿Sigues pensando que tu estética es fruto del vacío y la ausencia, así como del deseo y la necesidad? 

Ahora mi deseo es poder entrar en el estudio y experimentar fluidez y revelación al mismo tiempo. Reactivar algo que desde niña siempre estaba dentro en movimiento. Japón me hizo recordar que el vacío no depende de su imagen o apariencia, sino de notar una presencia que actúe como catalizador para que algo se revele. Todo está en todo, la plenitud y la abundancia viven siempre dentro de nosotros. Solo tengo que seguir mi intuición para encontrar respuestas a una pregunta… o a un deseo, o a una imagen. En Japón lo percibí como nunca antes. 

El hecho de que tus padres sean artistas reconocidos, ¿te ha ayudado a encontrar tu propio camino o lo ha ‘complicado’ en cierto sentido? 

Ambas cosas. Somos el resultado de muchos factores y son muchas las cosas, personas, accidentes y energías que nos influyen. Crecí en una casa donde había muchas limitaciones materiales, pero un sentimiento siempre abierto a posibilidades. Era una forma rica, fluida de vivir y entender la vida, en una casa donde las horas de trabajo en el estudio eran infinitas y el compromiso imperativo. Pero lo más importante era el sentido de libertad, donde el calor humano y el amor eran inseparables. Y tengo la suerte de procurar que esto sea lo que vivan ahora mis dos hijos.

Has declarado que los clásicos son tu alimento. Por ejemplo, Cabeza de venado de Velázquez. 

Los cuadros menos visibles a veces me sugieren ‘otras cosas’ en cuanto a toque, gesto, roce o expresión; algo sensual y sensorial. Sitúo esa obra en un lugar más íntimo de lo que era Velázquez, menos demostrativo que, por ejemplo, en Las meninas. La soltura con la que está pintada esa cabeza de venado, o sus obras sobre los jardines de los Médicis, me hablan del momento en que se pintaron, del lugar emocional en el que se encontraba Velázquez; ¿quizá pensaba en el júbilo y en la libertad? Estas obras también me hablan de otras gramáticas de la pintura: de cómo fueron hechas y pensadas. Y esos ojos del ciervo, tan expresivos, nos miran. 

¿Y cuándo das por terminada una obra? 

Muchas veces pienso que solo el espectador, al contemplarla, la completa. En ocasiones, la conversación que he mantenido con una pieza va mostrando que comienza a hablar por sí misma y es entonces cuando la cuelgo al otro lado del estudio. Si después de varios días no me pide más, la doy por acabada.

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