¿Adiós a las ‘smart cities’?
Hasta la llegada del COVID-19 las ciudades querían ser ‘inteligentes’, soñaban con convertirse en smart cities porque era lo que ‘tocaba’ y lo que estaba de moda. Sin embargo, estos proyectos necesitan unos presupuestos altísimos, un dinero que tiene que salir de las arcas públicas y que puede llegar a alcanzar unas cifras que, para algunos, resultan escandalosas…
Por todo ello, a menudo muchos me preguntaban: ¿Y no será éste un invento del marketing para ganar atractivo turístico y dinero de las subvenciones? ¿Y realmente debe ser esta una prioridad para nuestros políticos y ayuntamientos?
Pero en la actualidad, con la que está cayendo, lo que ahora estas mismas personas me preguntan es: ¿Y habrá marcado la pandemia el final de esta moda? Y, por el contrario, todo parece indicar que será precisamente el COVID-19 el que acabe de consolidar su expansión…
El caos, la improvisación y la gravedad de la crisis del coronavirus no se pueden volver a repetir y, para ello, las ciudades y los sistemas sanitarios necesitarán apoyarse, más que nunca, en los datos y tecnologías como el big data, es decir, en herramientas para el análisis de datos masivos, así como, por supuesto, en la inteligencia artificial.
La expresión ‘smart city’ hace referencia a aquellas ciudades que se diseñan poniendo al ciudadano “en el centro”, que se vuelcan en su calidad de vida y que abren sus puertas a la participación ciudadana. Pero, además, son unas ciudades que respetan el medioambiente y en las que se utiliza la tecnología de forma intensiva para conseguir la máxima eficacia en el uso de los recursos y la sostenibilidad de sus infraestructuras lo que, según la Comisión Europea, puede generar unos ahorros de hasta un 60% en materia de movilidad, sostenibilidad y eficiencia energética.
Unos proyectos muy interesantes. Sin embargo, en el día a día, donde más lo notamos muchos es en el cambio vivido en las carreteras. Según el indicador Traffic Index, un informe que evalúa la congestión del tráfico en el mundo, los conductores pierden cada año cientos de horas anuales en atascos, tratándose de un ranking liderado por Mumbai, donde estos pasan un promedio del 65% de tiempo extra atrapados en la carretera, ubicándose en la segunda posición Bogotá, con un 63%, y en la tercera Lima, con un 58%.
Un gran problema para nuestra calidad de vida que además nos cuesta dinero, con un impacto que, en el caso de la Unión Europea, se calcula que supera anualmente los 250 mil millones de euros. Y, sinceramente, con la que nos ha dejado el coronavirus me temo que no nos lo podemos permitir.
Por todo ello, cada vez son más las ciudades que analizan qué sucede en sus carreteras, utilizando datos proporcionados por cámaras y sensores, información que permite mejorar la circulación en tiempo real, mientras promueven igualmente el desarrollo de nuevos conceptos de movilidad basados en un mayor uso de la bicicleta, el monopatín, el coche eléctrico o el vehículo compartido.
De hecho, pocos se esperaban que la movilidad se viera revolucionada por algo como la ‘economía colaborativa’, un modelo que promueve el intercambio de bienes o servicios entre particulares bajo un marco que busca proporcionar un beneficio mutuo y ahorro.
Viajar así permite gastos compartidos, reducir la congestión del tráfico y luchar contra la contaminación y, por todo ello, hasta la llegada del COVID-19, se esperaba que el negocio de compartir coche ascendiera en 2025 hasta los 218 mil millones de dólares, una cifra que en 2018 se posicionó en los 61 mil millones.
Porque, en contra de los prejuicios, esto no es algo que funcione únicamente con los famosos millennials o con los posmillennials. Mis propios padres lo utilizan con relativa frecuencia para desplazamientos entre distintas ciudades y tan solo puedo añadir que les encanta compartir con toda la familia los detalles de cada trayecto.
Y es cierto que con el coronavirus se frenó en seco el sector, pero ahora que las compañías han adaptado sus protocolos y que seguimos preocupados por el tráfico y la contaminación, ya ha quedado demostrado que solo estábamos frente a un punto y aparte en la revolución de la movilidad urbana, pero también de las ciudades…