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La ruta de Karen Blixen en Kenia

Redaccion| 28 de marzo de 2021

Aunque nuestra mente y nuestra memoria la ubiquen de manera ineludible en África, Karen Blixen fue siempre una extraña en Kenia: lo fue entre los nativos, que la aceptaban como una amable interferencia en su rutina y en sus costumbres; y entre los europeos asentados allí, en el llamado Happy Valley, que durante algunas décadas se convirtió en un reducto de cachorros de buena familia que, por una razón u otra, querían iniciar otra vida, alejarse del control de los suyos o vivir como si fueran adolescentes jugando a ser adultos. El Happy Valley era el valle de Wanjohi, cerca de la cordillera de Aberdare, en lo que era entonces la Kenia colonial y Uganda.

Leonas en Masái Mara

Karen Blixen llegó a Nairobi en 1914, algo antes de que los aristócratas pusieran de moda Kenia, y se marchó en 1931, años antes de la decadencia y el escándalo. La comunidad del Happy Valley se desintegró bruscamente tras el asesinato del conde de Erroll, seguido por el suicidio de la condesa Alice de Janzé. El asesinato del conde no condujo a un culpable claro, pero reveló un microcosmos de intercambios de parejas, drogas y excesos que primero escandalizó (Inglaterra se encontraba en plena II Guerra Mundial) para después hacer las delicias del público.

Las historias que Karen narra en sus Memorias de África dejan fuera cualquier escándalo moral y cualquier desorden, pese a que su vida se encontrara constantemente al borde de lo reprobable. Había desembarcado en Kenia, con su porcelana, su plata y sus costumbres danesas, cuando se casó con su primo, el barón Blixen. En realidad, Karen se había enamorado de su hermano gemelo, Hans, pero el romance no prosperó. La intención del joven matrimonio era seguir los pasos de algunos conocidos que habían logrado una fortuna en África y en Latinoamérica con los precios de las materias primas. Primero pensaron en una granja de vacuno, pero finalmente creyeron que el café, muy demandado, como otras plantaciones exóticas, les daría mayores beneficios.

 

El deslumbramiento de Karen Blixen por Kenya fue inmediato y contradictorio

Nairobi, Casa Museo de Karen Blixen

Así se instalaron en una casa colonial, hoy Museo de Karen Blixen; en ese entorno podemos evocar el rodaje en el que Sydney Pollack inmortalizó el paisaje y el ambiente de esos años que, sin embargo, no se llevó a cabo en las colinas Ngong, sino en las Chyulu. El deslumbramiento de la autora por Kenya fue inmediato y contradictorio. Por un lado, sintió la misma fascinación por las jirafas, las gacelas y los gráciles herbívoros que hoy podemos experimentar en el Centro de Jirafas, donde nos es posible alimentarlas con nuestras propias manos. Por otro lado, le devoró la misma pasión por la destrucción y la sangre que muchos de los europeos sentían en aquellos momentos: afirmó que deseaba cazar al menos un ejemplar de cada especie y, con su marido y con el resto de los guías de safari recorrió buena parte de Naivasha y Amboseli.

Karen era reservada, seria, algo pretenciosa. Para la sociedad de su época, en especial para los despreocupados europeos expatriados, que entendieron a la perfección el espíritu de los alegres años 20, resultaba demasiado intensa, poco interesante. Se esforzaba demasiado. La granja no prosperaba, y ella estaba desesperada por sacarla adelante. La idea de una vuelta a Dinamarca arruinada, divorciada y sin apoyos le parecía inconcebible. Entonces no escribía; su granja quedaba un poco a desmano y, lo que era peor, en una sociedad de amores livianos se aferró a uno de los hombres más inasibles, Denys Finch Hatton.

Karen evocó esos vuelos con su amante como una de las experiencias más hermosas de su existencia

Atardecer en Masái Mara, cerca del Karen Blixen Camp

Finch Hatton y el propio marido de Karen se dedicaron a organizar safaris para la nobleza europea, y definieron parte del lujo que ahora damos por sentado en cualquiera de los campamentos que se extienden por Amboseli: tiendas con todas las comodidades, picnics en los que no faltaba el champán en las copas adecuadas, y las mejores rutas de caza. Bror Blixen fue, ya divorciado de Karen, el guía de Hemingway en sus cacerías, que tuvieron como resultado borracheras míticas y relatos como Las nieves del Kilimanjaro.
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Fueron también pioneros en el safari fotográfico. Finch Hutton aprendió a pilotar un avión para así seguir mejor el rastro de las manadas desde el aire, sobre todo de los animales más preciados, elefantes y búfalos. Cada vez más acosados por los cazadores y por las extensiones agrícolas, las antaño abundantes hordas escaseaban. Ahora resulta habitual el que se sobrevuele Tsavo en avioneta, y que podamos concebir la enormidad y la belleza de ese paisaje de tierra roja y matojos amarillentos, pero la propia Karen evocó esos vuelos con su amante como una de las experiencias más hermosas de su existencia.

Lo sigue siendo. Quita el aliento, nos sentimos como una mota de polvo suspendida entre el cielo y la superficie, a expensas del viento. Como inolvidable es un paseo a pie por la isla de Crescent, donde se rodó la película de 1985, y que conserva una gran variedad de ñus, jirafas y cebras sin miedo alguno al ser humano y sin depredadores que limiten sus movimientos. En las aguas que rodean la isla vuelan, nadan y cazan una excepcional cantidad de aves que han hecho del lago Naivasha su hogar: cormoranes y pelícanos, y pajaritos oportunistas que picotean entre los hipopótamos que dormitan, con apenas dos orejitas visibles sobre la superficie.

Monolito tumba de Denys George

Con el tiempo, Karen volcó la atención que antes dispensaba a los animales en los kikuyos. Admiraba la dignidad y el porte de los Masai, y, muy en el sentir de la época, veía en ellos la nobleza y la pureza que los europeos habían perdido. Ellos apreciaban la autoridad y la generosidad de esta mujer a la que dejaban sola una y otra vez; Bror, tras contagiarle la sífilis, había roto el matrimonio. Antes de morir en el accidente con su avioneta, una Gipsy Moth, Finch Hatton se veía con otras amantes, entre ellas la jovencísima Beryl Markham, que en sus memorias fue particularmente dura con una Karen que
siempre le mostró amabilidad. En 1931, azotada por el duelo y la obviedad de que la crisis del 29 había cambiado el mundo para siempre, regresó a su tierra como siempre había temido: sumida en la pobreza y la soledad. Sin embargo fue allí, en la fría casa familiar de Rungstedlund, donde evocó los colores más intensos para hablar de Kenia, donde suavizó las aristas y convirtió la penalidad de los 17 años en África en una leyenda de la que aún hoy hablamos.

Danzas de bienvenida y pueblo masái

 

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Texto: Espido Freire

Fotografía: Nika Jiménez

 

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