Mujeres rurales: Valientes, esperanzadas y libres
Desde 2008, cada 15 de octubre es el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Lo celebramos descubriendo la vida de tres de ellas en un viaje a través de pueblos, sierras y puertos de montaña. Tres generaciones diferentes que representan pasado, presente y futuro.
Nuestro viaje comienza en Puerto de San Vicente, pueblo a los pies de la Sierra de Altamira y frontera natural entre Toledo y Cáceres. Allí charlamos con Juana López García, nacida en 1947 en la localidad colindante (Campillo de la Jara), donde vivió junto a su familia hasta que, en 1961, con 14 años, se fue a trabajar afuera.
“Nos fuimos porque en el pueblo no había trabajo. Éramos seis hermanos y cuando nos hicimos mayores nos fuimos marchando a Madrid para ganar más dinero y poder vivir mejor”. Juana representa a las mujeres que nacieron en el campo pero se fueron a vivir a la ciudad durante la posguerra. No obstante, ella ya sabía lo que era trabajar desde bien pequeña: “Estuve trabajando con mis padres. Íbamos al campo, y hacíamos las labores de Lagartera, la mantelería. También la pleita, que se hace con paja y luego se elaboran sombreros y gorras. Y después estuve trabajando en una casa, con unos señores”.
Así era la vida de aquellas mujeres que descubrían la capital en los años 60: “Mi hermana Mari, mayor que yo, trabajaba en Madrid, y yo me coloqué cerca de ella. Seguíamos teniendo contacto con los del pueblo. Nos juntábamos en la Puerta del Sol, entre la calle del Carmen y la calle Preciados. Cada uno tenía sus grupos, y nos íbamos al Retiro o a la Casa de Campo si hacía buen tiempo. Y, si no, pues al cine, o a visitar a la familia o a gente del pueblo”.
Después se fue a vivir algo más al sur, a uno de aquellos municipios que se desarrollaron acogiendo a emigrantes de las provincias colindantes: “Conocí a mi marido, Carmelo, y ya nos fuimos a vivir a Leganés. Él tenía su piso, y allí vivía mi hermana, esa con la que tanto me junté en Madrid, y también la hermana de Carmelo. Estábamos con la familia. Me casé, tuve una hija y un hijo, y muy feliz”.
No obstante, se hicieron una casa en el pueblo de Carmelo para poder volver a su tierra siempre que pudieran. “Puerto de San Vicente lo había frecuentado mucho, y así conocí a Carmelo. Es un pueblo muy bonito porque tiene la sierra. Y decidimos hacernos la casa allí. Como Campillo está a 10 kilómetros, íbamos con mucha frecuencia”. “Ahora sigo viviendo en Leganés, con mis hijos y mis nietas. Pero vengo con frecuencia a Puerto porque tengo la casa, también me gusta ir a mi pueblo porque están mis hermanas, mis amigas y mis costumbres”, añade.
Juana apunta que la mayoría de la población actual del pueblo “es la gente que se jubila y se viene aquí a vivir”. Y aunque se llena en verano, Navidades o Semana Santa, el resto del año “se queda bastante solo”. Es por ello que ve con buenos ojos que los jóvenes se vayan a vivir de la ciudad al campo, al revés de lo que hizo su generación: “En los pueblos, si hay trabajo, se puede vivir muy bien y en plena naturaleza. Me parece muy bien que lo hagan, porque dan vida a los pueblos”.
DE LA CIUDAD AL CAMPO
Desde allí nos vamos hasta Cuevas del Valle (Ávila), en la cara sur de la Sierra de Gredos. Es el sitio que Paloma E. de Miguel (33 años, Madrid) eligió junto a su pareja para irse a vivir hará dos años. “Queríamos un lugar máximo a dos horas de Madrid, un pueblo en las montañas con vistas bonitas y buena comunidad de vecinos. Encontramos mucho más, un lugar lleno de vida con agua en abundancia, lleno de frutales y donde los lugareños te reciben con los brazos abiertos a pesar de no haber nacido aquí. Un lugar con una fuerte tradición y cultura”, señala.
Allí abrió un taller donde desarrollar su actividad laboral como ilustradora, artista gráfica y diseñadora. Paloma apunta que el hecho de ser mujer le ha supuesto alguna desventaja en su labor: “No sé si tanto discriminada así directamente, pero sí he encontrado más dificultad a la hora de exponer en galerías, por ejemplo. Ciertamente, suelen ser hombres los galeristas o bien los organizadores de muestras y, por una cosa u otra, siempre acaban exponiendo más hombres que mujeres”.
Con respecto al futuro rural, la artista admite ser una de esas personas “que apuestan por un futuro sostenible en los pueblos. En estos lugares el tiempo corre más despacio, la conexión con la tierra es muy fuerte, las estaciones marcan el color de la montaña y el fruto que hay en nuestras mesas. Comemos de manera estacional y hacemos conservas para disfrutar de los manjares fuera de temporada. Bailamos la jota y vemos los rebaños pasar en la época de la trashumancia. Creo que el futuro en los pueblos es el futuro”.
Iris Martín: «AÚN QUEDA MUCHO POR HACER PARA CONSEGUIR LA IGUALDAD ENTRE HOMBRES Y MUJERES EN ENTORNOS RURALES»
VUELTA A LOS ORÍGENES
Nuestro viaje termina en Patones, municipio de la Sierra Norte de Madrid de aproximadamente 500 habitantes. Allí vive Iris Martín Hernanz (40 años, Madrid) desde hace unos años. “Es el pueblo donde vivían mis abuelos, por lo que, aunque no nací aquí, he estado vinculada al mismo desde pequeña. Pasaba muchos fines de semana y las vacaciones de verano en un entorno rodeada de naturaleza y animales. La pasión por mi pueblo me llevó a desarrollar el proyecto fin de carrera en Ciencias Ambientales sobre Patones. Me mudé a la zona en 2010 y, tras un parón en el que residí en Ecuador entre 2012 y 2014, regresé definitivamente. Ahora vivo aquí junto a mi hija Julia Sacha”.
Desde allí, compagina la gestión de una casa rural con una plaza como profesora asociada en la Universidad, donde imparte la asignatura Mundo rural. “Vivir y tener un emprendimiento en un pueblo me permite una conciliación que, probablemente, sería mucho más difícil en el medio urbano. En Casa Rural Melones, intento que los huéspedes conecten con el mundo rural”, señala.
Iris confiesa que, aunque cree haber llegado bastante lejos al ser capaz de desarrollar su propio emprendimiento, como muchas mujeres, ha encontrado “muchas piedras en el camino. Fundamentalmente desde que fui madre y comprobé cómo la corresponsabilidad es aún un sueño para muchas mujeres. Eso se traduce en que los primeros años de la crianza frenamos nuestra vida profesional para encargarnos de nuestras hijas. De esta forma, tuve que paralizar la carrera como docente universitaria que he podido recuperar cuando mi hija ha sido mayor. Creo que aún queda mucho por hacer para conseguir la igualdad entre hombres y mujeres en entornos rurales”.
Respecto a Patones, señala que, “teniendo en cuenta que se encuentra a menos de una hora de Madrid, veo un futuro muy esperanzador. Hay opciones para que los jóvenes se queden a vivir en el pueblo y, aunque de forma ‘lenta’, van llegando nuevos pobladores. Es un entorno más natural, tranquilo y con vínculos entre los vecinos. Además, desde el ayuntamiento se están haciendo muchos esfuerzos para proveer de servicios públicos que permitan frenar la despoblación que, sin embargo, es generalizada en gran parte de nuestro mundo rural”.