Influencers que cambiaron el mundo: Nicolás Copérnico
Se cumplen 550 años del nacimiento de Nicolás Copérnico (Polonia, 1473-1543), el astrónomo que descubrió al mundo nuestra vuelta eterna alrededor del Sol.
Astrónomo de ciencias y de fe, era un hombre del Renacimiento: médico, matemático, jurista, físico, clérigo, gobernador, diplomático y economista, su amor por la astronomía comenzó, en realidad, como una afición.
Incomprendido por lo revolucionario de sus ideas, lo cual le llevó a retrasar la publicación de su obra más de 30 años hasta la fecha de su muerte por miedo a su posible repercusión en el mundo científico y sus represalias, dedicó gran parte de su carrera en desarrollar una de las teorías más importantes en la historia de la ciencia: el modelo heliocéntrico, y constituye una figura clave en la Revolución Científica que sacó a la humanidad de la oscuridad medieval.
Sin embargo, como ocurre con tantos otros inventores, Copérnico no fue el creador del heliocentrismo sino que formuló la teoría ya concebida por el astrónomo griego Aristarco de Samos cerca de 2.000 años antes. Comenzó su investigación, como buen humanista, leyendo a los clásicos de la Antigüedad para encontrar a alguien que hubiera “pensado alguna vez que los movimientos de las esferas del mundo fueran distintos de los que admiten los que enseñan las matemáticas en las escuelas”, aunque esa visión del hombre sin ser el centro del todo no era muy popular en la época del Renacimiento, sino más bien al revés. Y encontró a Niceto, que pensó que la Tierra se movía; y encontró a Plutarco; y a Filolao, para el que la Tierra giraba, como el Sol y todos los astros, alrededor de un fuego central, y a muchos otros ‘locos’ que, como él, habían mirado el mundo con otros ojos.
A su alrededor, muchos le animaron a hacer públicas sus ideas, pero él temía, no solo la represión de la Iglesia, sino también la oposición de la propia comunidad científica. Finalmente, su obra maestra, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, fue publicada póstumamente en 1543. El manuscrito, sustentado en firmes teorías matemáticas e ilustrado, defendía la idea del Sol como centro del universo mientras que los planetas giraban alrededor en órbitas circulares. Además, nuestro planeta, la Tierra, no solo no sería central sino que estaría influenciada por hasta tres movimientos diferentes: gira alrededor del astro rey, da vueltas sobre sí misma y tiene una declinación angular en su eje. Un concepto revolucionario.
Otros ya habían advertido la rotación de la Tierra sobre su propio eje, como Heráclides, e incluso el movimiento de otros planetas como Venus y Mercurio alrededor del Sol, llamado sistema Capella. Todos ellos sirvieron de inspiración.
La obra, contrariamente a lo que pensó su autor, fue acogida con entusiasmo entre la comunidad científica y finalmente aceptada por la Iglesia protestante, que había ganado auge en los últimos tiempos tras la irrupción del luteranismo. A finales de siglo, la situación de la Iglesia dio un vuelco con la aparición de la Inquisición, que convirtió estas teorías que cuestionaban sus bases en su primer enemigo a batir con el caso más célebre encarnado por Galileo Galilei, que, tras ser enjuiciado, finalmente pronunció la famosa frase: “Y, sin embargo, se mueve”.
Años más tarde, el filósofo Giordano Bruno completaría su postulado desechando para siempre las teorías de Aristóteles y la escolástica que afirmaban con rotundidad que todo en el universo era finito y ordenado, asentando para siempre una consigna fundamental: No todo gira en torno a nosotros.