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Lydia Valentín: «Si realmente crees, lo puedes llegar a conseguir»

Miguel Angel Gomez| 12 de septiembre de 2023

En pleno corazón del distrito financiero de la capital se alza de forma majestuosa el hotel NH Collection Madrid  Eurobuilding, un elegante oasis que luce un diseño innovador y moderno, y que está considerado como uno de los mejores alojamientos para ocio y negocios en Europa. Distribuido en 15 plantas, el hotel dispone de 412  habitaciones espaciosas y confortables. En una de ellas, de su planta más distinguida, nos hemos citado con nuestra campeona olímpica Lydia Valentín Pérez (Ponferrada, León, 1985). Sin duda, sus instalaciones y su amplia oferta gastronómica, cultural y de bienestar hacen de este hotel un lugar ideal para realizar la entrevista y la producción fotográfica que la acompaña.

LA VIDA EN CAMPONARAYA

A la pequeña Lydia siempre le gustó el deporte. Recuerda una infancia feliz con sus dos hermanas (Lydia es la  mediana), muy bonita por ser en su pueblo (Camponaraya, León) y muy deportiva: practicaba cualquier disciplina deportiva con buenos resultados y recuerda, especialmente, las carreras de natación en verano.

El resto del año practicaba baloncesto, atletismo… Era una niña a la que le gustaba mucho el deporte y tenía unas cualidades físicas que ya apuntaban su devenir. El entrenador de halterofilia que dirigía el polideportivo del pueblo vio que tenía aptitud y actitud, y estaba decidido a que Lydia fuese a halterofilia como actividad extraescolar.

En otras zonas de nuestra geografía no es habitual que se ofrezca la halterofilia como actividad extraescolar, pero allí sí porque “había un club muy importante por el que habían pasado diferentes deportistas y en el pueblo era un deporte muy conocido. No era algo que me hubiese planteado antes, pero me dijeron que fuese un día y probase y, como me gusta tanto el deporte, pues ¿por qué no?”.

Así fue cómo, con solo 11 años, descubrió su pasión: “Me gustó el ambiente, cómo entrenaban y empecé a ir dos  días por semana. Con el tiempo vi que era un deporte que me gustaba muchísimo y dejé otros deportes para  dedicarme a la halterofilia”.

Al principio no le daban mucha importancia en casa porque un día hacía atletismo; otro, halterofilia; otro, natación… pero después, cuando vieron que lo que más le gustaba era la halterofilia, les ‘chocó’ un poco. “Recuerdo a mi entrenador diciéndome que era buena, y que si me dedicaba a entrenar iba a llegar a hacerlo en la capital. Y claro, cuando ya llevaba un año entrenando le dije a mi madre que me iba a Madrid, que me comprase una maleta”.

LA LLAMADA QUE LO CAMBIÓ TODO

“Lo que más recuerdo es la intensidad con la que entrenaba porque quería irme a Madrid. Hasta que, por fin, cuando tenía 15 años, me llamaron. Llevaba tres años esperando esa llamada”, recuerda Lydia, y añade: “Llamaron desde la Federación de Castilla y León diciendo que me había convocado la Federación Española. Al día siguiente, vino mi entrenador a reunirse con mis padres. Nosotros vivíamos en un dúplex y, mientras mis padres y mi entrenador estaban abajo, yo estaba arriba escuchándolo todo”.

La lógica resistencia de su padre por la juventud, los estudios y las cosas que se iba a perder Lydia a nivel familiar por vivir a más de cuatrocientos kilómetros de casa contrastaba con el valiente apoyo de su madre para que  intentase hacer realidad su sueño. “Vieron que me hacía tanta ilusión y que estaba tan decidida que me dejaron ir. Si no me hubieran dejado en ese momento, yo creo que hubiera sido tarde después”, afirma Lydia.

Fue una decisión dura que la separaba de su familia, de sus amigos y de la tierra que la vio crecer para hacer un cambio radical de vida. Con solo 15 años atravesaba por primera vez la puerta del Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Madrid, en compañía de sus padres, hermanas y una de sus mejores amigas. Después de comer con ellos, se desprendió de ese cordón umbilical que mantiene a los hijos bajo la protección de sus padres hasta que empiezan a volar solos. En la Residencia Joaquín Blume comenzaba una nueva vida, y se sentía feliz por poder dedicarse en cuerpo y alma al deporte que le apasionaba. “Yo rezaba cada día para seguir allí. Estaba en mi lugar. Al principio estaba muerta de entrenar y estudiar, pero sentía una gran libertad”.

Allí conoció a una de sus mejores amigas, que todavía conserva: Estefanía Juan. “Me sacaba cuatro años y es la segunda mejor haltera española. Yo me fijaba mucho en ella”. La experiencia de vivir en un centro de alto rendimiento es diferente y única para cada persona, no solo por su personalidad, sino también porque depende en gran medida de la edad que tenga el residente y del deporte que practique. Lydia recuerda aquella etapa como “una vida monacal, rutinaria, en la que debes centrar toda tu atención en cada entrenamiento. Y en la que igual de importante es lo que hagas durante el entrenamiento que lo que hagas después (descansar, ir al fisio, etc.). Pero, sobre todo, hay que tener mucha disciplina”.

Salvo en contadas excepciones, la exigencia de entrenamientos, descanso y recuperación que se vive en un CAR reduce considerablemente el tiempo que los deportistas pueden dedicar a los estudios. A pesar de ello, hay verdadero interés en que los chicos cursen los estudios que correspondan a su edad y, para lograr su conciliación, hay cierta flexibilidad en cuanto a plazos y horarios. En el caso de Lydia, pasó “la ESO sin problema, pero en bachiller ya empezaba a arrastrar alguna asignatura y tardé algún año más en sacarlo. No me importó, porque mi objetivo en aquel momento era ir al campeonato del mundo y, suspender un par de exámenes porque tenía que entrenar o irme de concentración, sabía que era un peaje que tenía que pagar. Es algo que me costó más de lo normal y decidí no ir a la universidad para centrarme solamente en la halterofilia”.

DEL CAR AL OLIMPO

Lydia despuntó enseguida en halterofilia, lo que le motivó para trabajar aún con más fuerza. Ese trabajo, constancia y sacrificio le llevaron a poder disputar las competiciones más importantes para un deportista: campeonatos  europeos, mundiales y Juegos Olímpicos. “Fui campeona de Europa en cuatro ocasiones hasta que logré ser campeona del mundo, algo que siempre soñé”, recuerda Lydia, que ha sido considerada en 2017 y en 2018 como la mejor haltera del mundo por la IWF (lo equivalente al Balón de Oro en el mundo del fútbol).

Pero lo que puso a Lydia Valentín en el olimpo del deporte mundial fueron sus éxitos en tres de los cuatro Juegos Olímpicos en los que ha participado.

¿Cómo viviste tu primera clasificación a unos Juegos Olímpicos?
Me sorprendió bastante porque, para los Juegos de 2008, una de las opciones era Estefanía, cuatro años mayor que yo y con unas marcas muy buenas; no sé lo que pasó, que ella se desmarcó y me clasifiqué. No me lo creía.

¿Cómo recuerdas aquella experiencia en Beijing 2008?
Dicen que, hasta la fecha, han sido de los mejores Juegos, si no los mejores. Recuerdo que la inauguración fue brutal y tanto la villa como el polideportivo para entrenar eran impresionantes. Cuando entré allí y vi a los mejores del mundo se me quitó el jet lag de golpe. Fue una experiencia alucinante porque allí estaba lo mejor del deporte
mundial.

Allí, in situ, quedaste quinta, pero diez años después…
Exacto. Diez años después pasé a quedar segunda en aquellos Juegos.

«En halterofilia ha habido una federación internacional corrupta durante muchos años»

¿Qué pasa en este deporte?
En deportes de fuerza y resistencia siempre va a haber doping. En los de habilidad no hace falta. En halterofilia ha habido una federación internacional corrupta durante muchos años, liderada por el presidente que había antes, y las grandes potencias copaban todos los medalleros. Se ha permitido todo y se ha tapado mucho por intereses  políticos y económicos. Al final, los países que hacemos halterofilia con esfuerzo y dedicación durante años nunca habíamos llegado arriba, porque estaban las grandes potencias (China, Bielorrusia, etc.) que te comen. Y un caso como el de Rusia, donde lo que hay es ‘doping de Estado’, es decir, que es el propio Estado el que lo subvenciona. Entonces, uno sabía que en un país como España, si eras bueno, podías aspirar a quedar octavo, más o menos, pero que nunca ibas a ser campeón del mundo si no te dopabas.

¿Y te lo llegaron a plantear?
Nunca. Porque yo hago halterofilia en España y aquí no hay esos intereses económicos. Ni me lo han planteado a mí, ni a ningún compañero.

Entonces, que empezaras a frecuentar los podios sería toda una sorpresa.
Claro, porque estaban las dopadas, luego yo, y después el resto. Era como subir un puerto en el que ellas llevaban una bici eléctrica. Imposible. Pero nunca me ofrecieron doparme, ni yo lo habría aceptado.

Si quiere leer la entrevista completa, pida la revista Influencers en su quiosco.

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