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Blanca Muñoz: «Cada obra es un reto nuevo»

Juan Carlos de Laiglesia| 15 de septiembre de 2023

Las esculturas monumentales de Blanca Muñoz andan repartidas por el mundo. En Madrid pueden verse frente a la Torre Cepsa o en la nueva Plaza de España. Acero inoxidable es su material favorito, pero también trabaja con el mármol y da forma a joyas con oro y piedras preciosas.

De niña escudriñaba la bóveda celeste en sus veraneos de Sigüenza. Ya quería ser artista. Terminó Bellas Artes en Madrid y encadenó becas y concursos para salir adelante. Escultora que somete al acero, une fortaleza y sensibilidad como una obrera manual que proyecta sus sueños buscando retos nuevos. Dos años en Roma y otros dos en México consolidaron los conocimientos que le han permitido vivir de su arte desde pronto, atravesando las vicisitudes económicas que se cruzan con tesón e inteligencia.

“Cuando volví de México en el 94, vi un artículo en el periódico sobre los índices de pobreza en España. ¡Estaba por debajo en todos!”.

¿Por qué comienzas con el grabado? No es una disciplina habitual.
El grabado ha sido una manera de viajar y pedir becas sin la carga material de un estudio, porque lo trabajas casi en cualquier lado con pocos elementos. En la facultad toqué un año de grabado, me gustó y conseguí una beca para el Istituto Nazionale per la Grafica, en Roma. Ese primer año romano fue un privilegio. Después, en México, aprendí la técnica gráfica de grabado que mantengo hasta hoy.

En los años 90 te decantas por la escultura y no parecía interesarte demasiado el color…
En los grabados tiré al blanco y negro porque el color me distraía y me parecía fácil. Luego hice muchas esculturas de acero inoxidable con su color plateado, sin más, hasta el 2013. Pero mi obsesión con el mapa celeste me llevó a trabajar con mármol azul y vi otras posibilidades de meter color en las obras mientras investigaba con chapas perforadas de acero inoxidable. También los colores de las piedras preciosas me fascinaron cuando empecé con las joyas.

Sirenio (2011). Varilla y chapa azul de acero inoxidable. 30 x 64 cm.

El ‘efecto malla’ de tus planchas perforadas convierte la luz en protagonista de algunas piezas.
Es que en mi obra hay poca variedad de color, es cierto. Pero las chapas de acero inoxidable perforadas no se venden. Fue una idea mía para que la obra pueda mirarse desde distintos lados. Con la luz, esa secuencia de chapas, las curvas que les doy y el acabado metálico ofrecen infinitas tonalidades. Cada obra es un reto nuevo. Cubrir una estructura con unas chapas perforadas, que puede tener dentro otras, en las que a lo mejor combino colores… Cuando después se somete a distintos momentos de luz, tienes una escultura distinta a cada instante. Las esculturas en espacios exteriores son mucho más vivas por el cambio constante de la luz durante todo el año.

«MI MANERA DE DESARROLLAR UN VOLUMEN ESTÁ MUY RELACIONADA CON CÓMO SE DESARROLLAN LAS FORMAS ORGÁNICAS EN LA NATURALEZA»

A veces me evocan ojos o alas de insecto. ¿Qué relación mantienes con la naturaleza?
Me interesa que las obras sean muy versátiles y a la vez muy ligeras. Que casi dé la sensación de que pueden salir volando. Yo trabajo partiendo directamente del material. No hago antes un proyecto ni un dibujo, sino que tengo la idea y me pongo directamente a manipular, a soldar y a lo que toque. Así voy construyendo la obra, explorando cosas nuevas para escapar de esa idea de que siempre haces la misma obra, buscando otra manera de colocar las chapas o una paleta de color distinta. Esa forma natural de desarrollar un volumen está muy relacionada con cómo se desarrollan las formas orgánicas en la naturaleza. Cada una ocupa su lugar dependiendo de donde esté: en los sitios estrechos de cierta forma, si tienen luz se estiran, si viven en el agua se extienden prácticamente en cualquier posición. Me parece fascinante cómo se acopla lo orgánico a su contexto. Cuando paseo por el campo lo voy mirando todo: la vegetación, las nubes, ese catálogo inmenso de formas y pienso: “¿Cómo es posible que la naturaleza jamás se repita en nada?”.

«INTEGRAR UNA OBRA EN UN ESPACIO PÚBLICO ES UNA MANERA DE EDUCAR A UNA SOCIEDAD SIN ESFUERZO Y  TIENE UN VALOR DEMOCRÁTICO PORQUE CUALQUIERA LA PUEDE DISFRUTAR»

¿Qué valores tiene la escultura frente a otras artes?
Muy poca gente pasa ante una escultura clásica sin que le conmueva. Aunque sea solo por el tamaño o por bonita, no pasa desapercibida. Eso es mucho más difícil de transmitir con un cuadro. La escultura es más escasa pero más fácil de entender y los niños que van a mis exposiciones las entienden mucho mejor que sus padres. Hay gente que jamás irá al Museo del Prado, pero seguro que verá una escultura en la plaza de Colón (de Madrid). Por eso, integrar una obra en un espacio público es una manera de educar a una sociedad sin esfuerzo y tiene un valor democrático. Gente sin especial formación puede disfrutarla simplemente porque coge el metro o va a hacer la compra.

¿Por qué te enamoras del acero inoxidable, material que parece encarnar la frialdad?
Mi atracción por el metal empezó, seguramente, con el grabado. Me fascinaba su brillo. Antes de meter las chapas en ácido, pensaba “con lo bonitas que son, no habría que hacerles nada más”. Luego empecé a hacer escultura con acero galvanizado y materiales metálicos malos y baratos por mis limitaciones económicas. Y pensé “con lo que cuesta hacer una escultura… Voy a intentarlo con acero inoxidable, que es el más caro”. Lo compré y se trabaja mucho mejor con materiales nobles. La presencia del acero inoxidable es incomparable a todos los demás metales con que había trabajado, y me decidí completamente por este material.

Cueva de Montesinos II (2006-2019). Acero inoxidable y chapa azul. 220 x 360 cm.

¿Cómo llegaste a hacer joyas?
Y aún continúo haciéndolas. Mi carrera siempre ha estado vinculada a los avatares económicos y la joyería me abrió nuevas posibilidades. En el año 2000 trabajaba en un estudio tan pequeño que tenía que mirar las esculturas con el gran angular de mi cámara de fotos porque no había perspectiva. Con el préstamo de unos amigos pasé de esa  habitación de 4 x 3 metros a una nave de ciento y pico. No paraba de hacer obras gigantescas, al límite de mis  posibilidades físicas, y acumulé muchísimas durante dos años. Pero los gastos crecían, y como una hormiguita tenía que ir haciéndoles frente: el préstamo, el alquiler, luego comprar el estudio… Se decía que mis esculturas parecían joyas, y mi manera de trabajar ya era minuciosa porque el acero inoxidable exige calidad en la ejecución. En 2007 me invitó Patricia Reznak, de la joyería Grassy, a la inauguración de una colección de joyas que hacía Anthony Caro, un escultor al que admiro. Y Patricia, que conocía mi obra y le gustaba mucho, me dijo: “Quiero que la próxima exposición de joyas sea la tuya”. Fue como un regalo caído del cielo. Trabajamos tres años en esa colección y la presentamos en 2010. Aquello me abrió otras puertas en cuanto a escalas, materiales… Es otra faceta de la escultura muy interesante y otro canal de ventas porque conecta con un público distinto.

Desde pequeña te atrajo la astronomía y luego influyó en tu obra.
En algunos grabados de Roma ya introduje tímidamente algo relacionado con la física del cosmos. Pero cuando me interesé muchísimo por la arqueoastronomía prehispánica fue en mis dos años de México. Viajé mucho por allí y  compré muchos libros a los que hinqué el diente cuando volví a España. Recuerdo especialmente uno: El sol en la mano. Toda aquella cultura se regía por el sol, ya que lo tiene en el cénit (posición completamente vertical y en lo más alto del cielo) dos veces al año. Eso es algo que en España no puede pasar. Mi interés era saber lo suficiente de astronomía para que, si hacía esculturas orientadas a puntos de la bóveda celeste, tuvieran una relación real con las distancias a escala. Ahora me sigue interesando y soy de la Agrupación Astronómica, pero ya no me obsesiona trabajar con esos parámetros. Aquello marcó mi carrera en los 90 y dio sus frutos, porque acumulé muchas obras en ese sentido que pude enseñar en la Fundación Olivar de Castillejo en 1996.

Y llegaste al mercado, donde ahora eres una figura consolidada. ¿Sigues alguna estrategia comercial?
Conseguí una ayuda de la Comunidad de Madrid para hacer una performance, a esa performance vino una galerista y a los dos meses estaba exponiendo. Ahí empezó mi andadura en las galerías. El tema económico ha marcado mi carrera y la sigue marcando. Se podría pensar que ahora tengo la vida solucionada, y para nada. Cuantas más cosas pasan, más gastos tienes. Hacer escultura es carísimo y muy pocos de los que hacen encargos saben comprender eso, ¡los ayuntamientos ya ni te cuento! Para mí, una clave es ser prudente e ir avanzando de manera respetuosa en cuanto a precios y creo que ha sido una de las cosas por las que he podido ir vendiendo toda mi carrera. Claro que una obra mía ya no puede costar lo mismo que al inicio. Todo tiene que adaptarse, pero creo que los cambios drásticos van en contra de una carrera profesional.

Si una chica de 20 años te pide ahora consejo para ser escultora, ¿qué le dice Blanca Muñoz?
Que es algo totalmente vocacional. La profesión pesa en muchas etapas de tu vida y exige renuncias difíciles que solo puedes aceptar si de verdad crees que esta es tu vida. También, que siga su intuición y confíe en su expresividad más genuina, aunque en esa etapa hay que ver obras ajenas para informarse. Desde luego, la vida da mucho más fruto si haces lo que quieres que si acabas en cosas que no te interesan por miedo. ¡Tantos compañeros míos de facultad se han dejado dominar por el miedo!

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