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Cómo hemos cambiado…

Miguel Angel Gomez| 2 de septiembre de 2022

Uno de los mayores bochornos que se recuerdan lo protagonizaron dos presidentes de clubes que se enzarzaron –en la que entonces era sede de la Liga de Fútbol Profesional– entre graves insultos, amenazas y un histórico puñetazo que impactó en la mandíbula del director general de uno de ellos. Era una época en la que, en nuestro fútbol, los dirigentes eran indomables.

Quizá el mayor estandarte de aquel fútbol ‘salvaje’ fue quien entonces presidía el Atlético de Madrid, Jesús Gil, que además de protagonizar el episodio referido en el párrafo anterior, reconoció mantener conversaciones con su caballo (Imperioso): “Hablo algunas noches con él y me da consejos sobre los fichajes y las destituciones”, llegó a afirmar. Su empatía con el equino contrastaba con la que empleaba cuando le ponían un micrófono delante: a su homólogo al otro lado de la capital le llegó a llamar Idi Amin (dictador militar conocido como “El carnicero de Uganda”).

Pero es que el aludido, Ramón Mendoza, que fue capaz de hacer negocios con la URSS en tiempos de Franco, era puro desafío. Se recuerda todavía cuando en 1993, tras ganarle la Supercopa de España al Barça en el Camp Nou, en el aeropuerto de El Prat (Barcelona), un grupo de aficionados madridistas le abrazaron y empezaron a entonar el hiriente cántico “¡Es polaco el que no bote!”. Mendoza participó en el cántico mientras saltaba como un fanático más. A su lado se fue fogueando quien le sucedería en el año 1995, Lorenzo Sanz, que primero eligió como enemigo al entonces vicepresidente barcelonista Joan Gaspart (“Necesita un gorro y un cucurucho”, afirmó de él) y,  posteriormente, a su presidente, José Luis Núñez: “Lo que tenéis que hacer con Núñez es encerrarlo, su actitud en el palco es impresentable”, llegó a declarar.

Al otro lado del puente aéreo bajaban las aguas turbulentas. “Yo he tenido que ir al Bernabéu dentro de una tanqueta de policía”, llegó a afirmar Gaspart. Siendo Núñez presidente del F.C. Barcelona fue demandado y declarado ‘persona non grata’ en el Bernabéu por acusar al entonces jugador del Real Madrid, Juanito, de “ir embarazando a mujeres por las esquinas”.

En la capital hispalense, el incendio estaba fuera de control entre los presidentes del Betis (Lopera) y el Sevilla (Del Nido). Lopera protagonizó situaciones rocambolescas –su llegada por sorpresa a una fiesta de cumpleaños en la que había varios jugadores del Betis que escaparon por la ventana todavía se recuerda–, y fue capaz de hacer un Betis campeón de Copa, llevarlo a Europa, ponerle su propio nombre al estadio bético y luego descenderlo a Segunda División y dejarlo al borde de la quiebra.

Por su parte, Del Nido, además de provocar varias crisis institucionales, encadenó varios problemas importantes con la Justicia que le llevaron a ingresar en prisión.

No consta que ninguno de ellos lograra doctorarse en diplomacia, pero si las relaciones institucionales no eran su fuerte, todavía peor era la gestión económica que realizaban: la mayor parte de ellos llevaron a sus clubes a situaciones financieras que comprometían su continuidad.

Varias décadas después, el panorama ha cambiado. Los presidentes tienen un discurso milimétrico del que no se  salen; y eso, cuando no están parapetados detrás de sus portavoces, que es lo más habitual. Es más aburrido, pero aquel ecosistema era insostenible. Los dirigentes actuales gestionan más responsablemente, tanto por la regulación actual como por la supervisión que ejerce LaLiga sobre su cumplimiento.

Al frente de esta, Javier Tebas, que fue elegido por los propios clubes para poner orden en aquel desbarajuste, se ha convertido en una de las personas con mayor influencia en el fútbol español.

Atrás quedaron aquellos tiempos que, en muchos aspectos, no eran mejores.

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