Karra Elejalde: «Sufrí mucho con ‘Airbag’, aquella película tuvo muchos problemas»
Karra Elejalde (Vitoria, 1960) saltó a la primera línea de la fama gracias a Airbag (1997). Un éxito agridulce que le hizo hasta llegar a renegar del cine y regresar al mundo del teatro en el que había empezado. Tras atravesar su propia travesía por el desierto, Icíar Bollaín le sacó del ostracismo con También la lluvia (2010), lo que le supuso su primer premio Goya a mejor interpretación masculina. La película más taquillera del cine español, Ocho apellidos vascos (2014), le dio el segundo, pero volvió a materializar sus peores temores como actor: ser encasillado en un personaje.
Algo contra lo que ha luchado toda su carrera, ya sea haciendo monólogos, dirigiendo sus propias películas o explorando géneros tan dispares como el drama, el terror o las producciones históricas. Regresa a los cines estas navidades encarnando al Rey Mago Melchor en Reyes contra Santa. Inconformista y sin pelos en la lengua, responde a nuestras preguntas.
La vocación de actor te empezó en la mili, por un compañero tuyo, Toño Sampedro. Te convenció para representar con su grupo de teatro Adiós, hasta huevo, donde interpretabas a hasta once personajes diferentes. ¿Cómo recuerdas aquello?
Al principio me daba mucha cosa. Estaba en la mili, contaba chistes, era muy gracioso. Me encontré con un tío también de Vitoria, y me dijo: “Estoy en el grupo de teatro La Farándula”. Yo le decía: “¡Déjame, que a mí esas cosas me dan vergüenza!”. Aunque no te lo creas, para muchas cosas soy tímido. Pero luego fui, me fui haciendo amigo de la gente, fui sintiéndome más cómodo, y en unos meses estábamos haciendo un espectáculo.
A partir de ahí te empezaste a meter en diversos grupos de teatro alternativos, ¿te daba aquello para vivir, o cómo te ganabas la vida?
No, trabajaba de electricista. Me abrieron un expediente de crisis y me dieron 700.000 pesetas que metí en un grupo de teatro y no volví a ver. El teatro siempre ha sido mi ruina [risas].
En los 80 también escribiste letras para grupos como Hertzainak o Korroskada. ¿Te venía la afición de tu padre, que era músico de profesión?
Mi viejo era músico, tocaba el órgano, la armónica, el txistu, el acordeón, el tamboril… Pero no era un músico de rock&roll. No me dio por la música, mi padre además me caneaba cuando desafinaba, no lo soportaba, así que me desapegué de la música pronto.
En el cine debutas en 1987 con A los cuatro vientos. ¿Cómo fue aquel primer contacto?
Cojonudo. Fuimos otro compañero y yo, que se llamaba Eloy Beato. Yo tenía que decir: “¡Vamos, vamos, Cubero, que siempre te retrasas joder!”, y él tenía que responder: “Sí, mi sargento”. Cobramos lo mismo, y yo decía: “¿Cómo podemos cobrar lo mismo si yo tengo que hablar el doble?”. Nos reímos, nos compramos una chaqueta con lo que nos pagaron y nos volvimos de Bilbao a Vitoria. Yo estaba con mucho asma, iba con botas de montar y decía el Zorrilla [José A. Zorrilla, el director], que estaba sentado: “¡Venga al barro, todos al barro, la guerra es barro!”. Estaba Javier Artiñano [encargado de vestuario] y me decía: “Criatura, no te eches al barro que te vas a coger una pulmonía. José Antonio, ¡que ese chico tiene asma!”, y él decía: “¡Al barro!”. Recuerdo así mi primera sesión de cine.
Tu carrera empieza a despuntar en los 90 gracias a una nueva generación de directores vascos: Juanma Bajo Ulloa (Alas de mariposa, 1991), Álex de la Iglesia (Acción mutante, 1992) o Julio Médem (La ardilla roja, 1993, Tierra, 1996)…
Sí, y luego más tarde con el cántabro Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, 2007), con Daniel Carparsoro (Salto al vacío, 1995), con Imanol Uribe (Miel de naranjas, 2012)… He tenido la suerte de trabajar con realizadores vascos a los que les estoy muy agradecido.
Y en 1997 llega Airbag. Juanma Bajo Ulloa afirmaba que la idea de la historia se te ocurrió a ti volviendo en un taxi de una borrachera, ¿es cierto?
No, no es cierto. La idea la tenía desde hacía mucho y se la conté, entre otros muchos, a Fernando Guillén Cuervo. Nos conocimos en el Festival de San Sebastián, se la conté y me dijo: “Joder, qué idea más guapa, ¿por qué no la llevamos a cabo?”. Dicho y hecho. Se lo contamos a Enrique San Francisco, para que fuera el tercero en discordia y ponernos los tres a escribir una locura. Pero Quique no solía venir a escribir, se desapegó mucho del asunto, y un año después llega Juanma para dirigirla. Éramos los tres gilipollas de Airbag. Sí que es verdad que se la conté en un taxi, pero Fernando y yo desarrollamos la idea antes, teníamos ya una primera versión del guion cuando llegó Juanma. Luego aportó muchas cosas, no en vano lo iba a dirigir él, y así surgió la historia.
Supuso un antes y un después en tu carrera, ¿te pilló por sorpresa aquel éxito?
Yo sufrí mucho, aquella película tuvo muchos problemas. Parece que para hacer una comedia todo es maravilloso, pero fue un proceso duro y sangrante. Tanto es así que cogí y dije: “Mira, a tomar por culo el cine”. Me fui a hacer monólogos, me dediqué a hacer teatro mucho tiempo.
Después te metes también a dirigir: Año Mariano (1999, con Fernando Guillén Cuervo) y Torapia (2004, que dirigiste tú solo). ¿Qué tal?
Estamos en un país donde el director dice: “Yo necesito, yo quiero” y producción dice a todo que no. Año Mariano fue duro, pero salimos airosos. Es una película proporcionalmente mucho más rentable que Airbag y costó menos de la mitad. Para Airbag decían los productores que teníamos 330 millones y nos costó 660; Año Mariano la hicimos con lo que sería un millón de euros de hoy y dio 990 millones de ‘pelas’. Es acojonante, hizo más dinero que Airbag y sin embargo no fue tan celebrada. Porque no es lo mismo Airbag (los lugares, una road movie) que Año Mariano, que era más sedentaria, hecha en el campo con una tienda de campaña y cuatro botellas.
En 2010 te llega tu primer Goya gracias a También la lluvia (Icíar Bollaín), ¿sirvió para que te considerasen en más papeles dramáticos?
Para aquel entonces ya había hecho Tierra, o mi primer protagonista con Juanma Bajo Ulloa, que me dio mi primera oportunidad en La madre muerta (1993). Es una película que sí que considero un antes y un después, mucho más que Airbag.
“Te encasillas tú cada vez que aceptas el mismo rol sistemáticamente”
También has protagonizado algunas películas de terror de cierto culto underground como Los sin nombre (Jaume Balagueró, 1999) o Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007). ¿Qué tal te ves en esa tesitura?
Me veo bien en cualquier tesitura. El actor tiene muchas opciones, puede hacer muchas cosas. Tiene que saber ser carnicero, y mañana botánico, al día siguiente profesor y al otro cura. Como actor me ha gustado hacer de todo, el actor puede (no debe, no es una obligación) ser más completo si toca más cosas y si sale airoso de sus retos. Hay que tener la osadía, porque hay que ser echado para adelante en la vida. Si no pruebas, si no tienes autoestima, no salen las cosas. Tanto Icíar como Alejandro Amenábar para Unamuno no me veían, Icíar decía: “¿El de Año Mariano,
el de Airbag? ¿Estás loco?”. O Amenábar decía: “¿Quién, el de Ocho apellidos vascos, estás loca?”. Y sí que, al menos, conseguí esos trabajos, otra cosa es que saliese airoso o no del reto, pero hay que demostrarse. Cuando te dicen: “Te han encasillado” no es así, te encasillas tú cada vez que aceptas el mismo rol sistemáticamente. Pero claro, cuando no hay trabajo y no te ofrecen otra cosa…
El segundo Goya te vino en 2014 con Ocho apellidos vascos, la película más taquillera del cine español. ¿Te volvió a pasar lo mismo que con Airbag, que se te fuera de las manos aquel éxito que tuvo?
No se me fue de las manos, pero Airbag fue una película muy sufrida, muy dolorosa, muy intensa. Me harté un poquito de eso. Pero después de la época de Airbag y Año Mariano, que fue más dulce, ha habido otras peores. De alguna manera mi rescate se lo debo a Icíar Bollaín, a la que le dije “gracias por sacarme de boxes”, porque entonces la cosa estaba más dura que en otras ocasiones. En el caso de Unamuno me sirvió para descodificarme un poco, porque lo de Koldo de Ocho apellidos vascos era una cosa que ya era desmesurada, había que intentar que me olvidaran de ese personaje y que me recordaran por otros, pero todavía mucha gente a día de hoy me dice: “Me encantó tu película”, como si solo hubiese hecho una. Ocho apellidos es una cosa que nos sorprendió a todos, a día de hoy no sabemos todavía a qué obedeció aquel boom. He hecho proyectos tan importantes o más que no han tenido ese éxito, pero de los que yo me siento muy orgulloso, como También la lluvia o Mientras dure la guerra.
Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019), donde hiciste de Miguel de Unamuno, levantó muchas ampollas en ambos bandos. ¿Supuso un reto extra?
Cuando interpretas a un personaje conocido, estás hipotecado. Conseguir la apariencia… Fue un rodaje también duro, requería muchas horas para componer mi personaje, muchas horas de maquillaje y muchas horas de rodaje. Además, yo padezco de la espalda, y era un hombre que en función de su estado de ánimo llevaba diversos grados de encorvamiento, de cosa postural. Fue una película intensa.
Ahora estrenas Reyes contra Santa, una película familiar de cara a las Navidades. ¿Qué nos puedes contar?
Yo no diría que es una comedia. Es una película familiar, navideña, como puede ser Solo en casa. Puede funcionar muy bien. No lo es, pero Paco Caballero dice que es “como El señor de los anillos de Coslada”. Hemos hecho lo que hemos podido, con el presupuesto que hemos tenido, pero es una película muy digna. Me he quedado maravillado con la cantidad de seres del mundo mágico, el Caga Tió, el Olentzero, el Esteru o el L’Anguleru, cómo en muchas de las comunidades autónomas tienen su entregador de regalos navideños. También la Snegúrochka en la estepa rusa… Hemos recreado todo un mundo de personajes de todos los lugares del mundo. Tiene su encanto, habla de la amistad, de la lealtad, del egoísmo… Sobre todo es muy pedagógica, porque habla de cómo la envidia y el odio pueden generar monstruos.
foto principal: Mara Cozar