Skip to main content

La crisis de los chips: la tecnología se queda sin tripas

Miguel Ángel Ossorio Vega| 5 de agosto de 2021

Dentro de cada dispositivo electrónico que se precie hay unas minúsculas placas de materiales, como el silicio, que componen las tripas del mismo y le permiten funcionar. Pero el mundo se ha quedado sin existencias: la demanda supera a la oferta. Esta es la historia de cómo la escasez de chips podría arruinar la ansiada recuperación económica tras la pandemia. Y la culpa -también- es de la pandemia.

Marzo de 2020. La explosión de casos de un extraño virus al que las autoridades y expertos llevaban semanas comparando con una gripe lleva a esas mismas autoridades a confinar a la población en sus casas, en un movimiento más digno de Hollywood que de la vida real. Pero aquello era real, y el resto de la película de terror es de sobra conocido. Lo que quizás no sea tan conocido es que, entre los daños que causó aquel ‘cisne negro’, está el haber provocado una turbulencia sobre el sector de la electrónica de magnitudes igual de desconocidas que las sanitarias que no se preveían el año pasado. Porque aquel confinamiento trasladó al mundo digital la vida real, aumentando la demanda de dispositivos electrónicos hasta el punto de tensionar las cadenas de producción. Hoy, un año después, la recuperación está cerca desde el punto de vista sanitario, pero las heridas económicas han abierto una derivada difícil de prever a pesar de los síntomas que ya mostraba antes de que el virus irrumpiese en nuestras vidas: nos hemos quedado sin chips.

El aumento de la demanda de dispositivos electrónicos repletos de chips ha dejado fuera de juego a la industria, incapaz de seguir el ritmo. Hay desabastecimiento

Dentro de cada dispositivo electrónico que se precie, da igual si es un smartphone, un televisor, una videoconsola o un reloj digital, hay chips. Cuanto más inteligente sea el dispositivo, mayor cantidad -y complejidad- de chips serán necesarios. Un viejo móvil de finales de los 90 lleva chips en su interior. Un smartphone con cobertura 5G y la misma (o más) capacidad de computación que un buen ordenador de la década de los 80 también lleva chips, quizás alguno más. No existe un baremo ni una cifra. Solo un problema: el mundo necesita más chips de los que se pueden fabricar. Se ha roto esa sintonía básica del capitalismo que encuentra el equilibrio entre oferta y demanda para funcionar. La pandemia ha provocado un salvaje aumento de las ventas de ordenadores, televisores o dispositivos llamados a sustituir la vida en vivo.

Pero no todo es culpa del maldito virus: si antes los coches eran máquinas mecánicas, hoy lo son electrónicas. Y llevan chips. Al igual que las nuevas lavadoras, los altavoces inteligentes (inexistentes hasta hace poco) y, en general, los dispositivos del Internet de las Cosas (IoT). Y eso que todavía no tenemos robots en casa…

 

Por qué no hay suficientes chips en el mundo

 

El problema viene de lejos y tiene que ver con la propia evolución de la tecnología, que llena todo de chips. La industria ya preveía una demanda un 7% mayor que la oferta para 2020. Pero el virus lo acentuó, sin dejar margen para reorganizar la producción. Máxime en un contexto de crisis, comparada con una guerra global -aunque, en este caso, con todos los países en el mismo bando- que exigió como respuesta paralizar la vida. Montar una nueva fábrica de chips puede llevar 4 años y requerir una inversión que fácilmente podría alcanzar los 20.000 millones de dólares. Eso sin contar años de investigación para lograr una tecnología que demande el mercado. Y hay que tener en cuenta los costes laborales si se busca colocar después esos chips en millones de dispositivos. Por eso la mayoría de las fábricas están en Asia, aunque la investigación se haga en Europa o Estados Unidos. Por supuesto, esto ya no va a ser así: la respuesta a la escasez de chips va desde la prometida inversión de 150.000 millones de dólares que planea China para liderar el sector en 2025 hasta los 50.000 millones que ha puesto encima de la mesa Estados Unidos para atraer a su territorio a algunos de los líderes, que tienen como epicentro Taiwán.

Para cuando estos proyectos vean la luz, el mundo estará lamiéndose las heridas de esta carencia. Solo Apple ha perdido casi 4.000 millones de dólares en los tres primeros meses de 2021 por no haber podido producir la cantidad de dispositivos prevista. Otros gigantes, como Samsung, no pueden servir a otras marcas los componentes que necesitan para fabricar sus productos. En su caso, pantallas. Algo que afecta en cadena al resto de la industria. Y a otros sectores, como el del automóvil: a pesar de que en 2020 vendieron menos coches por la pandemia, en 2021 reducirán su producción en casi cuatro millones de unidades, y no por esa bajada en las ventas, sino por la carencia de chips. Se estima que dejarán de facturar 110.000 millones de dólares solo este año, en un momento crucial porque vivimos en la intersección entre los vehículos de combustión y el auge de los eléctricos, con una guerra salvaje por posicionar nuevas marcas en el mercado. Existe otra guerra entre sectores para presionar a los gobiernos para que fomenten la fabricación de chips, en la que cada uno barre hacia su casa: en la lucha por un semiconductor, un smartphone es un rival a batir para un coche y una lavadora lo es para una tarjeta gráfica.

El negocio de los chips movió 450.000 millones de dólares en 2019. Se espera que supere el billón de dólares en 2030

El problema es complejo a corto plazo, pero lucrativo en el medio y largo: en 2019 se vendieron chips por valor de 450.000 millones de dólares. Se espera que en 2030 se alcance el billón de dólares. Solo quien apueste hoy mismo por levantar fábricas y centros de investigación logrará servir a un mercado que sufre una grave sequía de un preciado bien y podrá hacerlo con nuevos chips que combinen mayor potencia con menor consumo energético, uno de los grandes objetivos del futuro de este sector de sectores. Por el contrario, quien se siente a ver pasar la vida, quizás dentro de no mucho tiempo tenga que conformarse con asistir como espectador al resurgimiento de una industria cuyos bienes producidos ya se comparan con el petróleo. Porque hasta ahora pensábamos que los datos eran el nuevo petróleo, pero lo cierto es que son los chips que almacenan y procesan esos datos los que realmente van a cambiar el mundo.

OTROS ARTÍCULOS DE ESTE AUTOR
NOTICIAS RELACIONADAS
Suscríbete ahora
LO MÁS DESTACADO